Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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I – Niños místicos

Según he leído en algunos textos, existen distintas tradiciones. Se ha dicho que Buda nació sin dolores de parto, luego de que su madre la reina Maia, soñó que un elefante descendido del cielo entraba en su seno como señal de concepción de un ser especial. En su momento, Isis reconstruyó el cuerpo asesinado y descuartizado de Osiris, y logró ser fecundada por él, luego de construirle un falo de barro que fue la única parte que no encontró, dando por resultado el nacimiento de Horus, señor de los cielos, que venció al asesino de su padre y reinó en Egipto con mucha prosperidad. La ninfa Maya, fue fecundada por Zeus y dio a luz al niño Hermes, que creció muy rápidamente y se convirtió en el heraldo de los dioses. En la concepción cristiana, María fue engendrada por el Espíritu Santo, lo que culminó en el nacimiento de su hijo Jesús, a quien se celebró como el hijo de Dios, y como un predestinado a contender con el mal. En el imaginario Maya, Hunahpú e Ixbalanqué, los dioses gemelos, nacieron porque su madre Ixquic quedó embarazada por la saliva del árbol de jícara donde estaba la calavera de Hun-Hunahpú. Ambos hermanos visitaron el inframundo donde pasaron varias pruebas y vencieron a los Ajawab de Xibalbá, para convertirse luego en el sol y la luna.

Del tema que he citado, sé lo mismo que de la fusión de protones. Pero estas leyendas me hacen pensar que nadie se queda atrás, porque nadie puede ir adelante. No se trata de relatos históricos ni literales, y sería inútil perder el tiempo en eso. La constancia mitológica de muchos dioses niños, hace suponer que en el inconsciente de la raza humana de todos los tiempos y todos los lugares, hay una conciencia vital; la de algo que puede nacer de manera maravillosa.

De pronto y todos somos en esencia uno de esos niños místicos, nacidos en la aridez de un valle de normas, valores, preceptos y prejuicios que no nos dejan ser ni florecer. Un valle donde los niños no crecen. Niños que, obligados por las circunstancias, debemos viajar a la oscuridad y despertar allí nuestras potencias vitales innatas.

Si los niños crecen y alcanzan su mayestática estatura, se correrían menos riesgos. Habría menos adultos infelices y enojosos; envueltos en egoísmo craso, insaciabilidad caprichosa y necia arrogancia que no deja de ocupar el centro de todo. O tal vez personas inhibidas, con iniciativas carentes de entusiasmo, tendencia a victimizarse, y a ser dependientes o pasivo agresivas.

Puede ser por todo esto, que se celebre tanto la llegada de un niño; porque es renovación y poder para vencer las fuerzas en contra y crear una posibilidad. Eso, si la realización humana tiene todavía algún sentido.

II – Parafernalia

Entre mitos, nos vemos atendiendo el origen o el destino de las cosas y los acontecimientos humanos. Nuestra especie lo único que puede es interpretar lo que siente. Así se han creado usos habituales en ciertos actos y cosas que en ellos se utilizan. Como siempre, el fin de año es agradable, o como diría un amigo, diciembre es como un gran viernes.

Por poner ejemplos. Puede ser que el 13 B´aktun sólo haya sido atender un conteo astronómico de los Mayas, con la agradable sensación de estar con un pie en cinco mil y tantos años que acababan y el otro en los siguientes. Nada distinto al hoy y mañana de todos los días. Hace poco no sabíamos que existía y luego sentimos que nos marcó, y para algunos hasta se conectaba con el mito del fin del mundo, que siempre ha sido manoseado para que sea apocalíptico, y nosotros las víctimas porque claro, no podemos dejar de salir en la foto. A propósito, ¿cuántas culturas habrán medido o ideado momentos astrales?

Hace poco, en 2007, el Papa de turno descartó la presencia del buey y la mula en el pesebre de la natividad; también quedaron fuera los pastores. Según dijo porque había que ceñirse escrupulosamente a lo que relata la Biblia. Como yo lo veo, eran los únicos representantes que teníamos, pues no somos ángeles, ni reyes y mucho menos santos. Que gana de desmitificar un mito. El pesebre era incluyente y tiernamente infantil; los niños pueden identificarse con los animales por estar en una época en que los ven como sus iguales. Lo paradójico es que todo quedó escrito en un libro dedicado a la infancia de Jesús de Nazaret. Aquel par de bestias solo daban calor y no esperaban crédito, y ahora resulta que ya no hay quien de su aliento al recién nacido.

La llegada del Mesías comparte fechas llamadas paganas y se suma a los símbolos. En el solsticio de invierno apelamos al árbol de Navidad, que quien sabe de donde venga. Hay quien dice que es fiesta de Saturno o que el tronco representa la fertilidad femenina, común en muchas culturas. Coincide con el tributo en Babilonia a Semiramis y el nacimiento de Tamuz, concebido virginalmente.

El árbol es como el síndrome del símbolo desplazado por el decorado. El árbol importa menos que los adornos. Los mismos humanos ya casi no nos vemos con todo lo que nos echamos encima. Volveremos a creer que comprar y regalar tienen sentido fundamental, y haremos más ricos a los pobres ricos con el sudor de la frente. Eso sí, la humanidad se va a morir diciendo que lo material no importa, y que hay que atender y salvar el espíritu.

Entre cientificismo, historicidad, mitología y promesas apocalípticas, habrá que celebrar la vida sin importar que el mundo reviente. A la luz de lo que se ve, el planeta morirá carcomido, aunque la espera nos reconcoma.

III – Epifanía

Si vamos a andar entre símbolos, aprovechémoslos. La Navidad es un claro ejemplo de la forma en que la humanidad distorsiona cualquier tema, y dilapida significados atendiendo la parafernalia.

Según entiendo, Epifanía significa que Jesús se da a conocer, y que existen tres momentos de manifestación corpórea que se celebran de esta manera. El primero ante los Reyes Magos, el segundo ante su primo Juan en el Jordán, y el tercero ante sus discípulos cuando sale a la luz pública con el milagro de Caná.

En la primera ocasión, tres hombres llamados reyes, llegan a conocer al recién nacido. Se intuye que más que reyes, los tres hombres eran sabios o astrónomos seguramente, porque venían guiados por una estrella. Dicen que el más viejo, Melchor, obsequió oro al neonato por su casta real. Otro de mediana edad, Gaspar, trajo incienso por la naturaleza divina del menor. El tercero, Baltazar, se asume que un hombre de color acudió con la mirra, anunciando con ello el sufrimiento y la muerte del pequeño en el futuro.

Todo parece en su lugar si uno se centra en la conmemoración, pero puede ser que algo no ande bien. Que hayamos caído en la tentación de pensar que algo alcanza porque se le menciona, hace que sea muy fácil confundir las cosas. Es preciso salir del concretismo y alcanzar la abstracción, como un paso para dejar de ser esclavos de las formas, y estar más cerca de algún crecimiento y libertad interior. Los preciados días de la niñez tienden a acabarse y es necesario crecer, aunque nos crucifiquen, si se me permite la expresión.

En todos los tiempos la inmadurez ha sido peste y los males de la humanidad se explican con ella, dejando poco por hacer. Tal vez individualmente podamos honrar el desarrollo espiritual. Si tan solo nos manifestáramos apareciendo ante nosotros mismos. Si cada uno tuviera su propia epifanía. Si el símbolo del nacimiento de Jesús realmente nos dijera algo.

Todos llevamos un niño dentro, al que es preciso ayudar a crecer. Ser infantiles y pensar que si las cosas tienen formas parecidas son lo mismo, es una fantasía de placer y de juego que impide salir de zonas oscuras de comodidad y estancamiento; porque las cosas más que por sus formas, son valiosas por sus significados. Sentir la necesidad de la introspección y la reflexión, parece ser la única vía para conmoverse y estar abiertos a una verdadera conversión.

Dicen que los dichos de los viejitos son evangelios chiquitos, así que, a Dios rogando y con el mazo dando. Vamos que volamos en este paseo de vivir la vida, donde cada vez somos más pequeños y cada vez tenemos menos años.

IV – Natividad

Es tiempo de destapar un tamal envuelto en hojas, que al final es lo que significa el nombre de ese alimento, que es además un símbolo tradicional de abundancia y fertilidad. Lo compartiremos con la inevitable frase de estos días; “Feliz Navidad”. Todos entendemos que ella conlleva un buen deseo, un sentimiento de intención positiva. No puedo imaginar a la Felicidad sin Fe, y a la Navidad sin Vida. Encima me encontré con el conocimiento de que Liz, es un nombre que proviene del hebreo y que significa, “la promesa de Dios”, que no queda nada mal.

Como sea, mi deseo es sencillo, ¡FELIZ NAVIDAD!

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