Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Pongamos que tengo que atender una situación que requiere de mi buen juicio para que las cosas progresen de la mejor manera posible y así evitar males previsibles. Me pasa todo el tiempo.

Mi eficiencia va a depender de si soy alguien de atención superficial, reactiva y de ejecuciones rápidas e inconscientes; o si por el contrario soy más controlado, de intención voluntaria, y un poco más analítico y creativo. Eso haría una diferencia entre reaccionar visceralmente o decidir reflexivamente.

La situación requiere asertividad, la que entre otras cosas debe incluir que yo sepa para empezar, que es imposible que las cosas salgan exactamente como yo quiero. Eso me evitará caer en optimismos ridículos y posteriores frustraciones lacerantes. Así que tengo un problema que atender y debo afrontarlo porque así se pusieron las cosas, y para encararlo necesito recursos.

Luego de una revisión de las opciones reales de solución, tendré que plantear algún objetivo lógico, congruente y accesible, que por supuesto no afecte mis valores. Tendré entonces que elaborar un plan que tenga método e incluya una consideración de costos y beneficios para ver cuánto gano y cuánto pierdo con cada posibilidad. Finalmente tendré que revisar si tengo la habilidad para hacerlo, y si me siento confiado y capaz.

Solo son ideas, pero puesto así diré que, era más alegre vivir cuando era un niño; pero como ya no lo soy, no puedo llenarme de solo entusiasmo que me haga irme de boca y termine llorando por algún resultado no deseado.

Tal vez nada más debería hacer algo, y que sea lo que Dios quiera. Me pasa así a veces cuando me asusto, y entonces me abarato con ideas mágicas y se me ocurre pensar que cada uno debe hacer lo que le dé la gana, que lo haga lo mejor que pueda, que disfrute su vida y que se muera en paz. Eso resuena bien a veces en mi cabeza, pero luego caigo en la realidad de que nada es algo aislado, que las cosas siempre vienen una tras otra en una secuencia de eventos encadenados que no termina nunca, y que todo termina afectando algo a corto o a largo plazo.

Además, y aunque yo sea muy metódico, tengo que reconocer que la vida está por mucho en las manos del azar y no tanto en las de la fortuna. Cuántas cosas tienen que reunirse para que algo pase; cosas que ni siquiera soy capaz de ver. La verdad es que el universo me ha demostrado que es un poquito más grande que yo.

El conflicto puede crecer porque a veces es duro tener que hacer lo correcto, aunque no sea de mi agrado. Además, cuesta ser moderado, sereno y poner distancia para ver mejor las cosas. Y cuesta también no dejarse llevar por las primeras impresiones que siempre son tentadoras, pero que pueden provocar falsas percepciones. Por si fuera poco, a nadie le gusta tener que ser estoico, pero los rigores de la impotencia ante la inmensidad de la existencia y los imponderables de la vida, hacen que la sensación de no tener control se confronte con la ingenua pretensión de querer tenerlo.

Sé que no debo pedirme omnipotencia, ni siquiera autosuficiencia, pero soy soberbio y resiento ser apenas una persona normal e imperfecta que debe atreverse a que las cosas no salgan a gusto. En consecuencia, soy capaz de pasarme la historia por alguna parte, aunque tenga claro que no hay una sola época de la humanidad en que no haya sido igual de difícil. Siempre ha habido gente con más talento que otra, humanos a merced de otros, déspotas engrandecidos, simulacros de amor o gente a la que no divisa la historia. Por eso resiento a la psicología positiva, esa que dice que todo es posible, atormentando a jóvenes que buscan paradigmas en publicaciones que celebran a multimillonarios o ídolos populares, como si eso fuera accesible.

Estoy consciente de que me hago viejo, aunque se diga que eso es malo, y la publicidad lleve todo en la dirección contraria haciéndonos asumir que envejecer es ir para atrás. En mi vejez me voy haciendo consciente de mis nuevas limitaciones, pero también voy descubriendo potenciales que no conocía. En la otra mano, puedo recordar las limitaciones que tenía en la niñez y en la juventud y que tuve que superar envejeciendo. El crecimiento es continuo y llevo toda la vida tolerando frustraciones y aprendiendo a ser sensato; y creo que la valoración de la realidad conlleva la humildad de reconocer que todo tiene límites y que no es uno el que los impone. Trato de poder cada vez más con eso.

Dicho todo esto, tengo que ir con cuidado. Sé que me puedo infatuar y desproporcionarme con cualquier cosa; sexo, amor, poder, prestigio, dinero, trabajo, religión, ejercicio, ideología, sustancias, pecados, hasta crímenes. ¿Cuánto tarda en salir el frenesí, como una bestia que salta cuando deja de estar amarrada? Lo malo es bueno para engañar, no tengo duda.

Algunos llaman a esto la propia sombra y es la ruta del autoengaño. La atención a cosas concretas que casi siempre es tan íntima, inconsciente y arraigada a la personalidad, puede evitar que se escuche a la voz de la consciencia, por escuchar más a la voz de un ego que perdió el control y no se da cuenta.

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