Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

Navegando por internet, encontré una cita que se atribuye a Hipatia de Alejandría en estos términos: “La verdad no cambia porque sea o no sea creída por la mayoría de las personas”.

No sé si lo dijo o no y tampoco si ella realmente existió o si fue una filósofa griega que se orientó a las matemáticas y la astronomía. Se dice que por oponerse a abusos del poder religioso fue asesinada por cristianos ofendidos por su erudición, y que esto fue fraguado por Cirilo de Alejandría, santo y Doctor de la Iglesia, y que más que un tema religioso fue un asunto político relacionado con el poder local. Alguien aseguró que se trataba de una bruja y otros dicen que es la única mujer que aparece en la pintura de Rafael Sanzio, “La escuela de Atenas”, excelsamente ubicada en el Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano.

Discurriendo sobre esto pienso que la verdad, si existe. Cualquier hecho debe tener algún asidero, pero que lo sepamos a ciencia cierta es complicado. Con la verdad histórica, por ejemplo, uno cree lo que aprende, lo que entiende, lo que le gusta o lo que le conviene, sin mencionar lo que no se conoce porque se oculta y lo que se destruye por parte de interesados. Al final, la historia como la recitamos no pasa de ser una leyenda.

Muchos datos históricos parten de hechos reales que pueden ser coloreados por algún grado de imaginación, sofisticación y conocimiento sobre el tema para ser verosímiles, pero que no se apegan a la realidad de los hechos. El motivo para alterar la información sobrevalorándola o desvirtuándola, es cosa de cada persona y hasta de cada época, de acuerdo con gustos y creencias que quieren sostener como verdad algo impreciso. Pasa lo mismo con la ciencia y otras dimensiones del conocimiento, todo se reduce a lo que se sabe, y lo que se ignora se da por inexistente, dando lugar a demasiadas especulaciones y por supuesto sofismas.

Es posible que con el paso del tiempo la verdad se abra camino como un fenómeno natural, pero mientras eso ocurre todo es una opinión a veces sentimental, a veces maliciosa; y así la verdad se olvida o se esconde en sus partes más importantes porque no conviene o porque duele. Las cosas como se transmiten dependen del sentido y el valor que tienen según quien las cuenta, y que a veces elige decir que hubo cosas que no pasaron.

Ocurre también que la verdad que se expresa alberga la posibilidad de una prospección o visión del futuro, es decir que quien la sostiene debería poder examinar sus propias ideas y sentimientos. Ayuda mucho para esto la retrospección, que apuntala la experiencia para no desproporcionarse con verdades que se dan por seguras pero que son de un pronóstico incierto. Por ejemplo, alguien puede estar convencido de que lo que siente es amor y que durará para siempre, y que si lo pierde no podría amar igual de nuevo. Con el tiempo se podrá saber si todo aquello era verdad, pero en todo caso solo podríamos confiar en la sinceridad de los momentos.

Un gesto de humildad entonces es aproximarse a la verdad reconociendo que todas las cosas tienen límite, incluyendo los alcances de la comprensión, y que ninguna verdad asumida puede cubrir todo el espectro, por lo que la verdad conocida solo puede ser pequeña y sin pretensiones. Si uno se pone a pensar en cuántas cosas se tienen que juntar para que ocurra algo, y cuánta capacidad tenemos de conocerlas a todas, puede entenderse que solo poseemos partículas de la verdad y que con eso confrontamos las partículas de los demás, en lo que muchas veces termina siendo un diálogo de sordos donde todos los temas se basan en las creencias en nuestras propias historias o la creencia en las historias de otros.

Lo que podemos hacer es intentar comprender los significados de las cosas y explicarlos en términos de sus mecanismos intermedios y de sus causas si es que alcanzan a conocerse. En general solo podemos describir las cosas, muchas veces solo para interpretarlas y pocas para explicarlas. Y cuando se trata de experiencias humanas y vivencias subjetivas, el único método apropiado parece ser la introspección como un acto reflexivo que incluye ponernos en el lugar de otro e imaginarnos en su situación, complementándolo con la empatía y la intuición.

Por cosas así de complicadas es que los humanos preferimos juzgar hechos más que motivos, contextos y circunstancias. La ley y las doctrinas totalitarias funcionan mucho de esa manera, y así, como esclavos de las formas somos capaces de ver dos cosas como iguales porque se parecen en algo, aunque sean totalmente distintas.

Me atrevo a decir entonces que en el tinglado de los acontecimientos humanos y el péndulo que los recorre la palabra inscrita es, depende. Pero todo parece indicar que ante tanta incertidumbre se prefiere el dogma a la duda; porque una actitud filosófica como postura frente al conocimiento, el mundo y uno mismo sin recurrir a parcialismos y apasionamientos, no alcanza para estar en completo bienestar y no impide sufrir ante la duda de cuál será la verdad.

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