Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

post author

Juan Jacobo Muñoz

Uno quisiera pensar que la vida es un eterno paraíso donde no dejan de llover placer y bienestar, pero la verdad es otra. Constantemente estamos expuestos a contratiempos y circunstancias desventajosas, a veces inmisericordes.

Para nadie son desconocidas las sensaciones de vulnerabilidad, dolor, conflicto y soledad; a veces aderezadas con sentimientos de culpa y vergüenza. Son las caras que tiene el sufrimiento; el de cualquiera. La vida se va lastimando en su recorrido y constantemente tenemos que confrontar nuestras fantasías de omnipotencia con escenas reales que desnudan nuestra impotencia, lo que no es necesariamente malo porque así es como funciona; y aceptar la vida termina siendo parte esencial del desarrollo.

No es un tema de aceptación pasiva o sumisión, sino de consciencia y equilibrio para hacer los ajustes necesarios que requiere la adaptación a nuevos escenarios y condiciones; y es una pena en el fondo que estemos más orientados solo a sobrevivir que a ser felices. No debemos vivir esperando la adversidad, pero necesitamos aprender a convivir con ella.
El desempeño depende de cada persona y de las fortalezas con las que cuente; y más allá de que se hubiera nacido con algún atributo, hay que echar mano de lo que hemos cultivado y entrenado, en la esperanza de poder contender con la realidad y sentir que la vida aún depara algo importante.

Se dice fácil, pero es necesario hacerse consciente de que todo debe traducirse en acciones de la vida diaria para no estancarse, lo que incluye asumir la fatalidad y entrar en contacto sincero con lo que se vive. La única forma de gastar el dolor es sintiéndolo; negarlo es inútil, principalmente porque todo lo que se niega se hace síntoma y se suma a la molestia de tener que moverse en espacios vacíos, donde antes era diferente, y a lo difícil que resulta invertir energía en algo desconocido y a veces inesperado.

Es irremediable tener que empezar algo nuevo; hacer lo que no se había hecho antes requiere de práctica; y tener que entenderse un tiempo con la torpeza es irritante, principalmente si se tiene que intentar en el mal momento de algún sufrimiento.

El que sufre se siente solo y debe darse tiempo para eso y para descansar lo justo pues las malas experiencias son agotadoras. Solo después podrá compartir con otros lo que siente. Le ayudaría un poco no presionarse y llevar las cosas al ritmo que pueda y no en el que quisiera, recordando con humildad que el nivel funcional ha decaído y que recuperarlo toma tiempo. Tal vez para eso sirva la esperanza, para aspirar a que el dolor ceda a fuerza de cuidados, de aceptar el apoyo, de tener metas accesibles y de disculpar las inevitables recaídas.

Siempre será mejor no empeorar las cosas, es suficiente con lo malas que son. Es inútil querer escapar del dolor de las circunstancias culpando a otros o buscando tener la última palabra. La intransigencia evita la posibilidad de algo útil, rompe con toda comunicación y convierte cualquier encuentro en una suerte de esgrima intelectual que solo intenta ver las cosas sin querer cambiar de perspectiva, con la dolorosa consecuencia de que la gente se rinda y no se sienta motivada para ayudar.

A propósito de los que ayudan, si el que sufre es otro, a lo mejor sirva no trivializar lo que le pasa, ni apurarlo para que se recupere pronto. Puede ser de utilidad estar cerca para apoyar e identificar sentimientos y contribuir a que el doliente recupere la confianza. La ausencia de empatía disfrazada de sinceridad puede ser despiadada, y a veces quedarse callado acompaña mejor que cuando alguien se siente guiado por el impulso de tener algo que decir.

Es fácil hablar haciendo abstracciones; la opinión ni siquiera tiene que ser cierta, no es más que un punto de vista. Cuando se tiene que actuar en un hecho concreto todo cambia y resulta que nada es como se asegura y se termina teniendo que aceptar que muchas veces se habla desde el desconocimiento y el mal asesoramiento que viene de la opinión de los demás. Escuchar no debería hacerse para tener algo que decir sino para intentar comprender. Además, a las palabras se las lleva el viento, y a cualquiera se le conoce más por lo que hace que por lo que dice.

Todos necesitamos de todos; pero muchas personas todavía no han asumido con realidad el recurso del apoyo social, la tranquilidad de los hogares estables y el valor de una relación emocional sólida. Pero, sobre todo, cada ser humano debería aceptar en algún punto de su existencia, que a su vida lo que más le hace falta es él mismo.
No en balde la gente suele sentirse tan sola.

Artículo anteriorLos verdaderos progres
Artículo siguienteAPG: retroceso a la Libertad de expresión y Prensa en Guatemala