Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

Había noches en que despertaba con miedo y alguna confusión provocada por pesadillas en las que vívidamente se revivían cosas de su pasado. Eran escenas dolorosas, una especie de reminiscencias postraumáticas por ese poder que tiene el pasado de volver y revivir lo que parecía estar muerto y enterrado.

-Alguna explicación debe tener este sueño- se decía. -Tal vez sea para no dormirme en los laureles de algún falso triunfo-.

Queriendo tener opinión para todo, pensaba que los sueños surgen del inconsciente cuando algo pasa en el presente.

-A lo mejor solo es nostalgia-. Con esto intentó una versión libre de algo que fue y que dejó huella.

Se repetía que todo debe tener un por qué y los sueños también, principalmente cuando hacen ver hacia atrás para abrir los ojos. Se soñó en la condición que menos hubiera querido, y no porque fuera la peor, sino porque era la que más le dolía por ser algo muy real de su vida anterior. Era un sueño sobre aquel pantano del que con muchos trabajos había podido salir.

No tenía caso hablarlo con nadie, era algo tan íntimo que transmitirlo podía resultar incómodo e infructuoso; como pasa con todas las cosas inefables. Y así, entre cavilaciones intentaba entenderse a solas, lo que no le resultaba desconocido sino todo lo contrario; y mientras más respuestas buscaba más preguntas surgían. Era como darle vueltas a una noria, pero prefería atender a los llamados de su ser que hacerse de la vista gorda.

Todavía le costaba entender cómo había podido aceptar como válidas tantas fallas de juicio durante su vida, pero aun así no daba todo por perdido; lo vivido le había servido para aprender a buscar la paz. Le alivió despertar y descubrir que todo vivía en un pasado que había servido para una siembra que ahora cosechaba después de labrar duramente la tierra.

– ¿Y si eso fuera la vida? -, se preguntó. De ser así, no tendría caso detenerse más en cosas grandiosas. Sabía lo que era marchitarse antes de florecer, y lo que era una vida llevada por la inercia y acomodada a circunstancias.
Tuvo que recorrer la ruta del sufrimiento para encontrar la serenidad y un anonimato sobrio de panes y de carnes que tenía mucho de benefactor.

Si alguien le hubiera dicho algo así de confuso en el pasado, habría escupido sobre esas palabras; y si se atreviera a decirlas ahora, lo más seguro era que alguien escupiría sobre ellas. Eran temas de los que es difícil hablar porque duelen y que no se ven pero que se sienten. Al final estaba claro, de la angustia existencial solo se sale viviendo.

En ese espacio de profunda soledad comprendió que así se pasa la vida y así va llegando la muerte. De más estaban las fantasías de autosuficiencia e inmortalidad. Tomó consciencia para darse cuenta de su propio ser y de lo que le rodeaba. No eran cosas para convencer a nadie, eran solo un tema de la identidad y de una profunda intimidad que a la larga le ayudaban a entenderse y llevarse mejor con otros, sin necesidad de asumir cualquier protagonismo.

Estaba en el camino, y aunque no pretendía sabiduría, al menos quería no terminar en una vejez caprichosa. Conocía su pasado y sabía que si hubiera habido alguna acusación en su contra, habría sido por negligencia; pero ahora tenía una visión distinta y confiaba en la guía de tiempos y procesos. No se sentía como un espécimen raro porque vio que a otros también les había sucedido, y eso le aliviaba en una especie de identidad grupal como miembro de su especie.

-No le entrego mi tranquilidad a nadie-, dijo para sí. -Los ojos son para mirar, y yo miro para no engancharme. Peleo por mi autonomía para no vivir como autómata ni egoísta viendo a quien chuparle la sangre. No quiero lo que otros tienen. Quiero vida, no reputación, esa la dejo a la gente para que la haga pedazos si quiere. Tengo que contener mi carácter, y dejar de apoyarme en mi historia y mis falsas metas, no puedo seguir guiado por prejuicios. En adelante, aunque encuentre una puerta abierta no voy a meterme con la malicia de un antisocial ni con la absurdidad de una locura ensimismada de ánimo raro y pensamientos ilógicos-.

Le quedaba claro que una persona en un momento es alguien, que hace un momento era otra, y antes otra y otra más. Que nunca se deja de cambiar; y que todo es tan relativo que nadie lo notaría y todos dirán que esa persona siempre es la misma pero no es así, está en constante cambio, no tanto por la rudeza de los golpes sino por la constancia de una vida que no se detiene y va regalando experiencia escondida en los fondos que va ofreciendo.

Bendito sueño el que tuvo. Le hizo recordar que la vida es apenas lo poquito que se puede arrebatar a la muerte, y es tan poco que apenas dura nada.

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