Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

post author

Juan Jacobo Muñoz

Un asiento con cuatro patas y un respaldo es una silla.  Hay muchas, pero no todas gustan igual, y hasta se puede tener una silla favorita.  Todos vemos algo distinto de lo que nos dicen las características obvias; por las imágenes y nociones que con el tiempo va construyendo nuestra manera de ver y de entender el mundo que nos rodea, dependiendo de la cultura y las experiencias vividas desde la niñez, transmitidas por el lenguaje y los hechos concretos de la sociedad en que nos movemos.

Muchas cosas inconscientes intervienen en lo que pensamos, y en las que deberíamos pensar.  De no ser así, no habría tantas cosas de que arrepentirnos por no haberlas pensado bien.  Se complica porque no solo hay pensamientos.  Debemos procesar sensaciones por medio de la percepción, y nuestras emociones van forjando sentimientos, hasta lograr sin proponérnoslo, tener una silla favorita.

Cuando nos viene una idea suelta, ¿qué hacemos con ella?  ¿Por qué no todos vemos las cosas de la misma manera?  Posiblemente tiene que ver con los significados que cada uno da a las cosas.  Obviamente tenemos aprendizaje de experiencias, metas, deseos y miedos.  Mucho se ha dicho, que no vemos las cosas como son sino como somos.

Tengo un debate en mi cabeza sobre si pensamos lo que sentimos, o sentimos lo que pensamos; aunque seguramente haya un poco de las dos en un círculo constante.  Tiene que ver con quienes somos, desde el temperamento original de base genética, hasta todas las vivencias acumuladas que nos han ido dando referentes.  Pero es curioso que cuando perdemos esos referentes, buscamos otros para encajar en la realidad presente, en una especie de búsqueda de actitudes congruentes que incluyen cambiar, aunque sea temporalmente nuestra forma de pensar.

En tiempos de paz elogiamos a la verdad, pero cuando chocamos con una realidad difícil, sentimos y pensamos cosas que no habríamos imaginado.  Esto puede dar pie a que nos autoengañemos o mintamos, en el afán de hacer la vida más llevadera, y hasta podemos tener alguna acción que luego nos sorprenda.  Pasa mucho cuando contamos una historia varias veces, y lo hacemos con variaciones notorias.  Obviamente se basa en un recuerdo, pero también depende de cómo nos sentimos cuando la contamos.  Bien se sabe que la memoria no es una reproducción sino una reconstrucción.    

El punto es que los humanos, con una corteza cerebral de asociación bastante grande, vamos más allá que solamente reaccionar a estímulos y a tener conductas puramente instintivas.

Pongo un ejemplo.  Todos conocemos el concepto de hacerse el fuerte, que implica tolerar más allá de lo razonable en el nombre de proteger algo.  Es una disposición rígida; pero como no somos de piedra, tenemos la opción de adaptarnos mejor y recurrir a la flexibilidad y no solo a la fuerza.  Para eso hay que detenerse a pensar y entrar en contacto con los sentimientos, aunque cueste un poco más de trabajo.

Las dificultades para vivir tienen mucho que ver con aceptar la evidencia de lo obvio y lo material, pero también con la aceptación de las experiencias subjetivas propias y ajenas.  Ante ellas, y por ser imposible dejar de pensar, racionalizamos, y a todo lo que sentimos le asignamos una idea.  De ahí que no sea difícil que nos culpemos o disculpemos más de la cuenta.

También el futuro puede verse afectado.  Debemos estar abiertos a la posibilidad de cualquier cosa y a que el destino puede alcanzarnos eventualmente y mostrar nuestra vulnerabilidad.  Llegado el momento, nuestras posiciones teóricas y moralistas no son sostenibles.

En los momentos críticos es fácil perderse, y no queda claro si se piensa para justificar lo que se siente; o se siente algo por la opinión que se tiene del hecho por el que se está pasando.

Creo que nos haría bien dejar de creer a fe ciega en lo que pensamos, y que nos atreviéramos a dudar de nuestros pensamientos, ampliaría el margen y reflexionaríamos más, revisando lo que sentimos para no embriagarnos con emociones.  Nuestros pensamientos no representan a la verdad, son solamente una opción, una probabilidad.  La duda está bien, es la base de la ciencia y la filosofía y de cualquier progreso y realización humanos.  Aferrados con egocentrismo a nuestros pensamientos corremos el riesgo de avanzar muy poco y solo nos queda defendernos muy emocionalmente.

Digamos que algo pasa afuera y podemos pensar en ello, pero también algo pasa dentro y debemos aprender a reconocer lo que sentimos.  Uno mismo no debería ser un estorbo para enfrentar sus emociones con riesgo de empeorar las cosas con sus acciones.  No en balde la armonía funcional se da cuando lo que se piensa, lo que se siente y lo que se hace van en la misma dirección.

Pensar y sentir, parece que está marcado por el carácter y por la necesidad, el deseo o el miedo; y todo puede variar de un tiempo a otro.  Mientras tanto yo me sigo preguntando qué fue primero, si el huevo o la gallina.

Artículo anteriorAuxilio mami
Artículo siguienteDeterioro institucional: una política que sobrepasa décadas