Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

He pensado en el tema de la desmedida tendencia a estar aferrado a algo.  Tal vez sea porque veo que muchas veces es causa de dificultades o al menos una falta de desarrollo de potencialidades.

Imagino a un niño atravesando la calle de la mano de su madre y viendo para cualquier lado sin atención al tránsito de vehículos, confiando totalmente en que la madre hará el trabajo por él.  Ni siquiera considera la posibilidad de que la madre pudiera equivocarse y puedan ser atropellados.

La escena me remite a frecuentes conductas adultas que son muy infantiles, y que por lo mismo tratan de resolver situaciones de manera desesperada, un poco a la brava y con recursos que podrían ser superados.  De ahí mi conflicto con las posturas dogmáticas y las idealizaciones.

No es infrecuente que los adultos ante situaciones emergentes y de tensión, tendamos a la regresión; recurriendo a conductas que están por debajo de nuestra legítima capacidad.  Esta regresión significa en parte negar lo que nos ocurre en beneficio de no aceptar lo intolerable; algo que se logra gracias a un egocentrismo de emergencia que nos enconcha en afán autoprotector, pero que al mismo tiempo nos obliga a desatender la realidad y en consecuencia a renunciar a toda la dotación universal que sería el recurso normal para saber con qué se cuenta para echar mano.  Al quedar tan desprotegidos, desarrollamos algún grado de dependencia de algo o de alguien que se agiganta y se presenta como salvador y nos aferramos a eso.  La consecuencia de todo esto es que fantaseamos dentro del territorio de un pensamiento mágico que imagina posibilidades inaccesibles y no queda más que creer en milagros.  Con todo esto, he intentado describir a un ser humano en crisis.

Solemos estar aferrados a orillas, aunque sea con las uñas, lo que impide que tomemos buenas decisiones por estar ocupados agarrándonos de algo o de alguien.  La idea de una orilla sugiere tierra firme, pero sobre todo que, al estar apegados a ella, evitamos el riesgo de ir mar adentro y arriesgarnos a las aguas profundas y desconocidas, donde indudablemente no hay facilidad de tocar el fondo y donde será fácil sentirse desprotegido.  Por orillas quiero decir poder, dinero, prestigio, trabajo, relaciones, creencias, sustancias, etc.

Debe haber muchos defectos en las personas que se atreven a los cambios, y también en las que no, pero animarse a no permanecer estático puede ser una buena opción.  De cualquier manera, ya se sabe que lo único que no cambia en la vida es que todo cambia; y lo más seguro es que nada sea seguro; la realidad es así, frustrante, desilusionante y decepcionante.  Además, en el mundo tal como está planteado no es un buen negocio que la gente sea madura y por eso no se fomenta, así que es fácil sentirse asustado.  En los tiempos actuales los cambios son muy rápidos; antes se podía vivir con algo aprendido en la niñez, pero hoy en día las transiciones son abrumadoras, todo parece desechable y para mientras, y es muy fácil sentirse fuera de la jugada.  En circunstancias así, aferrarse a algo parece más urgente.

De joven me preguntaba qué decirle a mi yo del futuro, pero me he hecho tan viejo que solo puedo decir, tengo más de sesenta años y me muero mañana, ¿cómo fue mi vida?  Mi punto es que no quiero funcionar como un niño; la conducta infantil tiende a ser perversa, y anda brincando como salta charcos de ilusión en ilusión.  Vivir como un niño es como estar al tanto y atento sin tanto tiento para sentirse contento.  Y en la inconsistencia de la vida que no revisa, uno es capaz de enterrarse vivo solo para demostrar que es bueno usando la pala, creyendo que cava un pozo cuando en realidad cava su tumba.

He aprendido con la edad que es preferible decir que no muchas veces.  Son los niños los que le dicen que si a todo, y en una conducta así de infantil, se le mete y se le mete a la carreta hasta que se desfonda, sin medir fuerzas, sin valorar la realidad y con pensamiento fantasioso y caprichos impermeables a la lógica.  Y así, es como participa uno en su autodestrucción.

Todo esto me lleva a pensar que las decisiones deben ser buenas y a tiempo, pero sobre todo que hay que vigilarlas en el tiempo porque, aunque hayan sido buenas al inicio, pueden hacerse malas en el camino, y deben abandonarse a pesar de la fe que se les tuvo.

Hoy es el día de las madres, y así como los hijos se aferran a ellas, también ellas se aferran a los hijos.  Se ponga como se ponga, siempre es la misma cosa y es fácil salir perdiendo.  Las madres se van a entregar a los hijos y ya.  Es un tema con el que me he ido rindiendo con el tiempo, pero quisiera que la gente no se aferrara tanto a algo.  Madres e hijos deben separarse en paz y sin fantasías de impecabilidad, nadie sale limpio de esa relación.

Lamento también que haya tantas parejas que se denigran.  Ahí está el divorcio, es un buen invento, ¿por qué no lo usan?  El amor debe ser algo más que una sociedad de intereses económicos, sociales, materiales o morales.  Veo hombres aferrados a su libertad, que ocultan a su pareja lo que ganan o lo que piensan; han de dormir con un ojo abierto creyendo estar con un enemigo.  Tampoco veo válido aferrarse a los hijos; no creo justo que sean un argumento para que los padres permanezcan unidos o que sean un puñal en la mano del otro, cargando con la amargura de un hogar disfuncional.

Los humanos somos bastante chapuceros, no hay tanta mente brillante y todo va saliendo al paso y sobre la marcha; creo que siendo más humildes podemos hacerlo mejor.  Tal vez a veces haya que dejar la orilla con mucho dolor, otras por estar doliendo y algunas para evitar un dolor.

Y así vivimos, entre amenazas y pérdidas, sin que todo pueda ser entendido con la lógica.

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