Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

post author

Juan Jacobo Muñoz

Imagino a la mente y al espíritu sufriendo en silencio; en parte por envidia, y también por el dolor de no conocerse.  Pienso también, que el día que se encuentren, se abrazarán con gusto y dirán, tanto tiempo esperándote.

Traigo esto a cuento, porque cuando uno se mete en el tema de las cosas históricas, lo más seguro es que esté atendiendo anécdotas, que más que exactas son legendarias; lo que las remitiría sin duda a la espiritualidad.  Religiones aparte, conviene atreverse a lo espiritual.

El caso es que se encuentra uno con alguna gente que quiere desafiar con rigor histórico todo lo que se le aparece, como si la historia fuera una ciencia exacta; cuando las ciencias sociales y las ciencias humanas son más bien blandas.  Ya sabemos como se escribe la historia; pero aun sabiéndolo, se ve a la gente ensañada con temas como los bíblicos o los de la guerra de las galaxias, reclamándoles por no ser científicos, cuando ni siquiera tienen la pretensión de ser ciertos.  ¿Qué sera peor, defender lo indefendible o no defender lo defendible?

Hasta la historia de uno mismo y contada por uno mismo, está llena de inexactitudes y termina siendo una leyenda.  Son historias que partiendo de la realidad, terminan siendo retocadas, editadas, censuradas y hasta dogmatizadas.  Pasa lo mismo con las opiniones.

Ahora es diciembre, y por lo mismo es una época de manifestaciones cristianas, al menos por estas latitudes.  A muchos les agrada y a otros les indigna. Para algunos es una temporada festiva y para otros es un tiempo de recogimiento y oración.  Sea como sea, es un tiempo que impacta en el ánimo.  De repente algunos creen que tienen que ser nobles, y otros asumen que es momento de despotricar contra el capitalismo, las religiones y cosas así.  Además es un tiempo de ritos.

Ritos hay de muchos tipos, y no deberíamos confundirnos con lo religioso, que solo es un botón de toda la muestra.  Pintar paredes, quemar camionetas, tener hijos, honrar a tiranos, comprar compulsivamente, tener sexo promiscuo, beber como cerdos, robar con descaro, dar limosna; son conductas que se repiten invariablemente, todas a placer.  Cualquiera de esos y otros miles, son ritos o costumbres inveteradas que se repiten una y otra vez.  O para ponerme más a tono, ad libitum n, per secula seculorum y todos decimos amén con ánimo aprobatorio.

Los ritos cuando no tienen vida y solo derivan de alguna alienación, no nos dejan ser a las personas.  Son actos inanimados, es decir, sin alma.  Tienen su chiste sin duda  porque entretienen y convencen, pero no convierten.  Y así, inconsistentes con la realidad interior, no alcanzamos la espiritualidad donde es menester.

De aquí saco, que la trascendencia debe ser esencialmente un mito y no solo un rito.  Los mitos no son leyendas de cosas falsas que van pasando de una generación a otra de manera invariable.  Son símbolos universales que debemos comprender para asumirlos cuando sea el caso, o para no caer en una trampa de ellos, si se diera la situación.

Parece que al ser humano le cuesta ser una buena persona.  Pero existe el mito de personas con cualidades destacadas, a las que se les atribuyen valores que se vuelven una inspiración inalcanzable sin duda, pero motivadora.  Por eso, y volviendo al tema de la historia, podemos ver como hay abundantes relatos hasta pormenorizados de sabios, inventores, artistas, conquistadores, revolucionarios, dictadores, políticos, científicos y demás, que se destacan por algo  y por eso se les recuerda.

Entre tanto personaje de la historia, cuesta encontrar a uno que se destaque por su capacidad de dar e inspirar amor, y posiblemente el caso más emblemático sea el de Jesús.  Quiero creer que por eso ha permanecido vigente a lo largo de un par de miles de años.

Como psiquiatra que soy, he leído y he visto cómo por épocas, los delirios de idealización narcisista van mutando a distintos personajes de la historia; pero como cosa curiosa, en todas las épocas se encuentra uno con algún alucinado que dice ser el Cristo.  Tal vez el ejemplo desvíe un poco la atención, pero se entiende lo que quise decir.

El amor es universal; solo que lo vemos de formas diferentes.  Habría que pensarlo un poco más, antes de meterse a vivir alguna historia; la propia por ejemplo.  Solo el amor puede salvarnos, estoy seguro, y el amor propio es importante para amar.  Por más formatos lógicos que nos manden a estudiar, poco a poco vamos sintiendo que no encajan en la realidad, porque la realidad muta y todo va a dar siempre al traste.  No en balde, en el nombre de la ignorancia de uno mismo, nos queremos aferrar a otros con cualquier historia oscura, que a veces más que historia es un prontuario.

Si uno se quiere a sí mismo, va a querer a las personas y va a querer a sus hijos, se va a emocionar con ellos.  A lo mejor pasa lo mismo con todo.  O como me decía mi padre cada vez que podía, con un comentario para nada teleológico; “Lo que vos hacés aquí, se va a sentir en el África”.

Como piedras en bruto, necesitamos desbastarnos para eliminar las imperfecciones.  Pulirnos, no por fuera sino por dentro, hasta ser una gema preciosa.

Que la Natividad de este diciembre, sea en tu alma.

Artículo anteriorSe necesitan urgentemente Estadistas para gobernar Guatemala
Artículo siguienteUn discurso premonitorio