Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz Lemus

Hay temas que son intratables y voy a tratar uno de ellos. Claro que eso es según yo, basado en lo que he ido viendo a lo largo de mi corta trayectoria como ser humano. Cualquier otra persona tendrá otros temas peliagudos que proponer.

El tema que se me viene a la mente es el de los padres; un tema humano. Las cosas humanas les pasan a todos los géneros habidos y por haber.

Hay padres buenos y también los hay malos, y todos de una forma u otra podríamos decir que tuvimos unos padres más o menos. Y con resquemores fundados o no, vamos a extremos conocidos, donde si algo no es crudo es quemado.

Todos tuvimos padres presentes o ausentes, que le pusieron mucha atención a algo, y que fueron indolentes con otras cosas. Padres que favorecieron hijos y menospreciaron otros, con ideologías en disputa, minimizando las cosas del otro o desautorizándose entre ellos. Padres que se hicieron idealizar y que se tornaron inigualables o inaccesibles, y otros que hicieron sentir que eran incomparables. Todo esto gracias a que el público que tenían era infantil, el de los hijos. Y a propósito de hijos, padres que se fueron de boca con el temperamento y las tendencias de estos, y que descuidaron el manantial que brota cuando se alientan las potencias dormidas.

Queremos tener papás, sea como sea. En la adultez, buscamos que nos adopten y nos damos en adopción, en muchos ambientes, aunque muy especialmente en relaciones amorosas; y así vamos viviendo la vida. Fingimos ser adultos, pero no es tan cierto, y en consecuencia seguimos siendo caprichosos y hacemos berrinches.

En la búsqueda de aprobación, reconocimiento, pertenencia y aceptación; en actitud infantil y necesitada, se nos olvida que, en el zoológico humano, hay animas de todas las especies, y en la desesperación y la pueril fantasía, apegada a las formas y no a los contenidos, nos unimos unos animales con otros sin coincidir, autoengañados con la idealización de cosas que aprendimos al principio de la vida y que no nos atrevemos a dejar. No es difícil entonces, encontrar romances tan dispares como entre una ardilla y una cobra.

No sé a dónde me lleve esta tormenta de ideas. Si mi abuela estuviera viva me diría que me estoy metiendo donde no debo, que estoy pidiendo lo que no puedo, y que estoy hablando de lo que no se. Algo de razón tendría supongo, al fin y al cabo, en todo lo que se oye siempre hay alguna partícula de verdad.

El caso es que nos hacemos adultos y lo hacemos gracias a figuras primarias investidas de paternidad. Y no es que quiera criticar, solo estoy tratando de describir. De hecho, hasta pienso que es un homenaje a la difícil tarea. O como dijo Virginia Satir, una psicoterapeuta familiar reconocida: “Los padres enseñan en la escuela más dura del mundo: la escuela para formar personas. Usted es director, maestro y conserje a la vez… Hay pocas escuelas que preparen para esta tarea y tampoco hay un acuerdo general sobre el tipo de materias a impartir”.

Es imposible que como humanos que somos, no tengamos como referencia para vivir, nuestra propia historia personal. De no ser así nos sentiríamos en el vacío; y estoy seguro de que no hay nadie que no se remita a su crianza y a los personajes de su vida para entenderse con la existencia. Sin ir tan lejos, la confianza básica que buena o malamente pueda tener una persona en sí misma, arranca con la relación con otros.

Pongámoslo así; el primer sentimiento al que un ser humano tiene acceso es el amor. Surge de una primera época donde se es totalmente receptivo y dependiente de los padres o cuidadores. De no ser bien satisfecho, lo que sigue como sentimiento es la angustia o el miedo si se quiere, propio de quien no se siente suficiente para sobrevivir. El miedo no lleva muy lejos y eso da pie a un tercer sentimiento, propio de la frustración; es la ira y la consecuente agresividad. No sé si hemos notado con propiedad lo enojada y amargada que vive tanta gente.

Y así estamos, resintiendo el pasado, idealizando personas o despreciándolas por no parecernos admirables. Los padres obviamente protagonistas, de eso no se escapan. Voy a hablar por mí, por lo menos a mi si me ha pasado y he tenido que lidiar con esas cargas históricas, entiendo hoy que muy mal calibradas por mi falta de comprensión, y por seguir ya viejo pidiendo una rendición de cuentas que no llegó jamás. Claro que todo traducido en mi identidad y mi vida de relación, y obviamente en mi toma de decisiones. Sentir que se tiene razón para ser de alguna manera, puede ser la fuente de mayor sufrimiento y la esclavitud más grande.

He vivido en el punto de llegar a hacerme bastante daño, y los golpes me los di yo mismo sin necesidad de nadie. Mucho dirán de mi cuando me juzguen, o de nosotros si alguien se me une, porque también intentamos eso de ser padres.

La experiencia es ver a tantos adultos buscando apegarse a estereotipos clásicos de formas de hacer las cosas y añorando sin saberlo, la vitalidad de los arquetipos que siguen en el sueño eterno. Y no veo otra salida que jubilar a los padres, y aprender a ser uno mismo, su propio padre y su propia madre.

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