Juan Antonio Mazariegos
Acostumbrados como estamos a polemizar sobre cualquier cosa que se mueva, llegamos a la celebración de los 200 años de Independencia de Guatemala, sumidos en la mayor crisis de salud que haya vivido la humanidad, con un pésimo manejo de la emergencia y del gobierno en general, sin celebraciones públicas, y lamentablemente con una polémica desatada, sobre si cabe la celebración o no de este aniversario patrio, o peor aún, con una polémica sobre si había algo que celebrar o no.
En las aulas de la Facultad de Derecho aprendí que un Estado tiene, territorio, uno o varios pueblos, uno o varios idiomas, organización política, todos aquellos elementos tangibles que podemos utilizar para identificarlo, sobre los que podemos estar o no de acuerdo, pero que, finalmente, no son más que la suma de requisitos que comprueban su existencia formal.
Paralelo a esa existencia formal, existe el mundo de lo intangible, aquello que me despierta sensación de pertenencia, orgullo, emoción, ¿soy o no parte de ese Estado, de esta Nación?
Todos sabemos, o deberíamos saber que a Nosotros como individuos nos ata a nuestro Estado, un contrato social, la Constitución, un pacto que desencadena una relación bilateral, cuya elaboración encargamos a una Asamblea Nacional Constituyente en 1984 y la que plasmó ese contrato que nació en 1985. En el mismo reza que Nosotros debemos cumplir con nuestras obligaciones, contribuir y someternos a la ley y en contraprestación el Estado velará por correspondernos con servicios y una búsqueda del bien común como reza esa misma Carta Magna.
Si esa relación bilateral que entregamos en las urnas a unos individuos que cada cuatro años se empecinan en hacerlo peor y el Estado falla, no es culpa de nuestra Nación, de nuestro país, ni siquiera del Contrato Social que encargamos elaborar. En todo caso será culpa de las personas que elegimos y de los que fuimos sus electores, o en mayor medida aún, de los que no participaron.
El origen de nuestro Estado ocurrió el 15 de septiembre de 1821, no tuvimos héroes de guerra o sangre derramada por las calles, no estuve allí, como tampoco ninguno de quienes hoy vivimos y critican los hechos de la historia, como para saber, si de haberse cortado cabezas, hoy Guatemala sería mejor. O si, el buscar pactos y acuerdos era lo mejor, para nuestra naciente Nación de aquel entonces. Estoy conforme con nuestro Estado hoy, definitivamente no, sin duda es posible hacerlo mucho mejor, Nosotros como ciudadanos cumpliendo nuestra parte del pacto y un Gobierno que ojalá algún día podamos elegir con sabiduría, capaz de llevarnos a destinos diferentes a los que nos han tocado pasar. Fuera de eso, me considero enormemente feliz de ser guatemalteco, estoy orgulloso de mi país y celebré con mucho gusto y orgullo esos primeros 200 años del nacimiento de Guatemala.