Jorge Santos

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Defensor de derechos humanos, amante de la vida, las esperanzas y las utopías, lo cual me ha llevado a trabajar por otra Guatemala, en organizaciones estudiantiles, campesinas, de víctimas del Conflicto Armado Interno y de protección a defensoras y defensores de derechos humanos. Creo fielmente, al igual que Otto René Castillo, en que hermosa encuentra la vida, quien la construye hermosa.

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Por Jorge Santos

Sin lugar a dudas, cada diciembre nos recuerda que uno de los legados más importantes de la Revolución de Octubre de 1944 y la Primavera Democrática, es la Autonomía otorgada a la Universidad de San Carlos, así como también uno de los ideales más profundos de la juventud guatemalteca desde la afamada Reforma de Córdoba. Es menester precisar que la autonomía no fue una simple declaración, sino todo un andamiaje que dará vida a una nueva universidad al servicio de los intereses populares y aspiraciones democráticas de la población.

La autonomía otorgada en diciembre de 1944 implicó un papel decisivo en la extensión universitaria, fortalecer y ampliar el papel de la investigación en la docencia y viceversa, así como el rol que la Universidad debía de jugar en la solución de los problemas nacionales y otorgar un papel central en la formación profesional a la libertad de cátedra, que evidentemente conduciría a la formación de intelectuales en todas las áreas del conocimiento. Aún sin existir lo que hoy conocemos como la Ciudad Universitaria, ya el doctor Carlos Martínez Durán, primer rector democráticamente electo, anunciaba no sólo la construcción física de la nueva sede de la máxima casa de estudios en el país, sino la construcción de un referente intelectual y de libertad, al anunciar que: “Esta ciudad te pertenece, edifica en ella tu presente, para que las generaciones futuras puedan aquí colmar su espíritu de sabiduría. Que tu vida académica sea sagrada, fecunda y hermosa. No entres a esta ciudad del espíritu sin bien probado amor a la verdad y a la libertad”.

Esta Autonomía otorgada a la única Universidad pública, ha jugado un vital y transformador rol en la consecución, acompañamiento y apoyo decidido en las causas populares y dotado de cientificidad a dichas aspiraciones. Por las aulas de esta casa de estudios han pasado intelectuales de la talla de Severo Martínez Peláez, Carlos Guzmán Bockler, Luz Méndez de la Vega, Rogelia Cruz, Oliverio Castañeda de León, Margarita Carrera, Rafael Cuevas, Aldo Castañeda, Saúl Osorio Paz, Edmundo Vásquez Martínez, entre muchas otras personas, que con su conocimiento, libertad y vida han aportado valioso conocimiento y experiencia a la sociedad guatemalteca y a sus luchas en búsqueda de la libertad, la democracia y la vida digna.

Hoy la Universidad se encuentra bajo el manto de las mafias, al servicio de un pequeño pero poderoso pacto de élites corruptas e impunes, está al servicio de la vulgaridad y la ignorancia. Sus impuestas y usurpadoras autoridades se revuelcan en los lodazales de la corrupción y la impunidad y con su actuar pretenden llevar a la Universidad estatal a convertirse en la alfombra y tapete de las mafias y criminales que hoy nos gobiernan. De ahí que cabe preguntarse, existe en estas condiciones autonomía o bien solo es un viejo reflejo de lo que fue.

Esa autonomía viva está representada en la digna resistencia de estudiantes, docentes, personas trabajadoras y profesionales, que se niegan a entregar la Universidad al crimen organizado encabezado por Walter Mazariegos.

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