Por Jorge Santos
Las cualidades de cada persona se manifiestan en su comportamiento cuando enfrenta situaciones de crisis. El impacto de estas cualidades o defectos se multiplican cuando la persona ocupa una posición de responsabilidad, como el caso del Jefe de Estado, responsable de conducir la política pública para garantía del bien común de la población a la que se debe. En esta Pandemia la humanidad ha revelado sus fortalezas, pero también sus peores vicios provocando efectos nocivos sobre la existencia de los Pueblos.
Guatemala enfrenta hoy al menos cuatro grandes crisis con impactos enormes sobre su población. La crisis sanitaria, que ha cobrado a más de 9,400 vidas, por coronavirus y a un número indeterminado por otras causas, es resultado de la ineficiencia e insuficiencia del Sistema de Salud público en el país. A ella se suma la crisis económica que, según estudios de la Comisión Económica para América Latina -CEPAL-, repercutirá en un incremento del 10% de la pobreza en Guatemala. Se estima que del total de la población el 70% será pobre y vivirá en condiciones no dignas. Una tercera crisis, la crisis social implica el incremento sostenido de las tasas de violencia contra poblaciones vulnerabilizadas, particularmente las mujeres, la niñez y las personas adultas mayores. Por último y subyacente a todas las previas, la crisis democrática e institucional que es el resultado de una serie de decisiones gubernamentales que buscan capturar la institucionalidad pública para garantizar la impunidad y ampliar la corrupción. En este contexto, las crisis son elocuentes descripciones de las cualidades humanas que demuestra el Jefe de Estado, diputados, alcaldes.
Prevenir estos hechos, o siquiera mitigar la gravedad de las crisis hubiera sido posible, de haber tenido en el ejercicio de la Presidencia a una persona con conducta muy distinta a la que hoy ocupa el cargo. Alejandro Giammattei buscó durante más de 20 años la presidencia, quienes le conocen refieren que se preparó para el puesto, sin embargo un año y seis meses en el ejercicio del poder bastaron para alcanzar un consenso nacional: es el peor presidente de la historia. Decir esto no es poca cosa, considerando las previas presidencias corruptas, asesinas, genocidas y saqueadoras del erario público. Giammattei, tuvo la enorme oportunidad de replantear el ejercicio de la política pública en medio de una crisis, para conducirla hacia el bien común, la garantía de derechos humanos; pero su conducta en la crisis eligió privilegiar los intereses de la corrupción, la impunidad y los intereses de la oligarquía saqueadora.
El actuar de Giammattei, su gabinete y de su alianza en el Organismo Legislativo y Judicial simple y llanamente son comparables al comportamiento criminal. Reducen la política pública al resguardo de la garantía de intereses de actores privados, vinculados a la oligarquía y el crimen organizado. De esa cuenta, es que hay dos escenarios posibles para el gobierno de Giammattei, el primero reconocer su incapacidad y renunciar o el segundo esperar, más temprano que tarde, su derrocamiento.