Juan José Narciso Chúa

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Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Juan José Narciso Chúa

La situación política continúa en su proceso de deterioro marcada por el uso perverso de la justicia contra cualquier atisbo de oposición como suman los casos de José Rubén Zamora, Virgina Laparra, Lesly Santizo y todos aquellos que tuvieron que salir al exilio (24 personas), así como persiste el Pacto de Corruptos en su carrera por dejar a otro u otra más para que siga los pasos del perverso Giammattei. Por ello, hoy no escribiré de eso, quiero referirme a algo más profundo, a una tradición que muchos todavía la conmemoramos: El Día de los Santos Difuntos.

La tradición de los Santos Difuntos conlleva el recuerdo de aquellos que nos dejaron ya, esos seres de luz que –siguiendo la reflexión de Isabel Allende con respecto de los espíritus que nos protegen todo el tiempo–, son todas aquellas personas que ya fallecieron, pero que nos dejaron distintas formas gratas de recordarlos, son aquellos quienes nos proveyeron consejos, aquellos quienes lloraron con nosotros, son los mismos que rieron a la par nuestra, en fin todos esos espíritus que nos acompañan en el día a día.

La recordación de los difuntos es sumamente importante en el imaginario latinoamericano, puesto que constituyen generalmente el foco o generación de una nueva familia de la cual nacemos y nos apropiamos de diferentes símbolos, tradiciones y música que nos identifican con ellos. Así, además del padre, nos permite acercarnos a los abuelos –esos simpáticos seres que nos brindan toda su atención, son los que nos permiten hacer travesuras, son los mismos que nos consienten en momentos memorables de la vida–.

Los abuelos representan la generación familiar anterior; es decir, son los padres de nuestros padres y con ello se amplía la familia hacia arriba, de ahí, con buena suerte, conocemos a los tíos o tías abuelas e igualmente a los tíos y tías –hermanas de nuestros padres–, y acá se abre otra inmensa pléyade de primos y primas, aquellas personas que en momentos representan hermanos o hermanas por las cercanía y ese cariño que persiste durante toda la vida, a pesar de que a veces nos alejamos de ellos.

Cuando construimos nuestra propia familia y nuestros hermanos también lo hacen el espacio familiar se agiganta, pues además de los abuelos, los primos hermanos nuestros, vienen nuestros hijos –esos seres que nos hacen cambiar toda la perspectiva de la vida, son aquellos que con sus pequeñas manitas nos atraparon para siempre y que, hoy siendo mayores, nos mantiene pegados a ellos con un beso y un abrazo profundo–.

Y entonces la familia ya se vuelve inmensa, abuela o abuelo, tías y tíos, primas hermanas y luego hijos, quienes también cuentan con sus primos y primas y ahora son los hijos quienes tienden esas relaciones cercanas y fraternas con sus primas.

Entonces, en ese crecimiento familiar empiezan a llegar nuestros difuntos. Mi abuelo Rodolfo Narciso Chavarría fue la primera pérdida sentida, que hoy se mantiene vivo a través de las notas de su Río Polochic que ha recorrido diversas y bellas interpretaciones, luego mi abuelo Roberto Chúa pero tal vez a quienes más resentí en sus despedidas fue a mis tíos y tías. Mi tío Adolfo –padre de los Chúa Lemus–, tía Luz –la mamá de los Mancía Chúa–, mi tía Marta –mamá de mis primas Anabella e Irasema–, luego el tío Roberto e Higinia –padres de los Chúa Muralles–, y mi mamá.

De lado de los Narciso, el fallecimiento de mi tía Chata –mamá de mis primos Leiva Narciso– quienes luego perdieron a su padre Carlos. Por supuesto que hay más entre familiares, amigos queridos, pero dejo esta nota hasta acá para no olvidarme de estos espíritus luminosos, que seguramente dan cuenta de nuestro diario vivir, no sé si estarán todo el tiempo con nosotros, pero si así fuera, seguro reirán con nuestras bromas o charadas, así como se preocuparán y mandarán mensajes en momentos complicados. A todos ellos, les dejo este justo y sentido homenaje. Nada más me agradaría que volvernos a juntar allá por el Cerrito del Carmen, nuestro barrio de infancia.

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