Juan José Narciso Chúa

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Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Juan José Narciso Chúa

El día de hoy debería de ser una fecha para la conmemoración de la firma de los Acuerdos de Paz; sin embargo, cuando se arriban a 25 años de este esperanzador momento, el balance es completamente negativo, pues aunque ciertamente se ha avanzado en muchas de las libertades y derechos, los mismos todavía distan de constituir el eje central de un ejercicio democrático, que hoy muestra serias señales de fatiga.

La idea de la firma de la Paz y la puesta en práctica el contenido de los Acuerdos de Paz parecía abrir un nuevo rumbo para la construcción de una sociedad distinta, pero, lamentablemente no fue así.  En el momento mismo de firmar este significativo cuerpo de lineamientos que contenían los Acuerdos de Paz, se inició la guerra contra los mismos.

La construcción de la paz, empezó mal. El propio mandatario que lo hizo sabía muy bien que detener la guerra significaba básicamente permitir que al país llegara más inversión y se convirtiera en un país de empresarios y de negocios, por ello la presentación de los Acuerdos de Paz para una consulta popular estaba previamente arreglado para que dicho plebiscito no fructificara y ahí mismo se condenó su posterior implementación.

Aunque se han hecho muchos ejercicios para evaluar el avance de los Acuerdos de Paz ciertamente, al final el resultado es lo mismo: magros resultados, escasos avances, pírricas victorias. Lógico pretender la construcción de una nueva sociedad, reconociendo grandes problemas estructurales y buscar transformaciones profundas por medio de la implementación de los Acuerdos de Paz, significaba cambios que preocupaban al grupo conservador del país, pues visualizaba a los mismos como una “peligrosa conquista” que no debería ocurrir.

Por ello, se destruyó la paz por medio de la construcción de la guerra. Una guerra distinta pero de baja intensidad, en donde la apariencia era la misma, las formas de la democracia se respetarían, las formalidades del voto continuarían, el relevo de gobernantes se haría, pero cambios y transformaciones: nada.

Hoy después de 25 años, en donde los resultados negativos brotan por todos lados, saltan como conejos de mago saliendo de la chistera, se dispersan como hongos durante el invierno. La institucionalidad creada para los Acuerdos de Paz poco a poco fue diluyéndose, pero todo lo demás también era el resultado de una guerra contra los cambios, una conflagración sorda contra todos aquellos que osaran tomar control del Estado.

La paz al final se ha destruido, lo poco que queda, se hace insignificante ante los grandes problemas que hoy persisten y se agudizan. La salud muy mal, con pandemia o sin pandemia, los indicadores muestran grandes falencias. La educación, conducida cada vez más por personas desconocidas y sin conocimientos de Estado y menos de educación, el sistema sigue dejando grandes contingentes de personas en el ciclo educativo formal, las evaluaciones muestran resultados pobres en matemáticas y comprensión de lectura, sumado a una dirigencia sindical que únicamente busca privilegios, igual que el CACIF.

La desnutrición es cada vez más angustiante para un montón de familias, la desesperación por migrar nos muestra cada vez más hechos dolorosos y lacerantes de una sociedad destruida, la pobreza, la pobreza extrema son resultados macabros en una economía que hoy alcanza un resultado impresionante, pero sin sustancia, que descansa en las remesas familiares en más de una tercera parte.

La destrucción de la paz social la muestran la alineación que hoy se hace de los poderes del Estado, junto con militares, empresarios y narcotraficantes, con una gran cantidad de jueces y fiscales en el exilillo, el MP, la CC, la CGCN y la PGN, bailan una danza macabra en contra de la paz y su significado.

Se construyó la guerra social y política cohesionada por la incapacidad, la impunidad y la corrupción, la paz ha quedado enterrada y con ello destruida la democracia.

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