Los efectos del cambio climático, desde el aumento del nivel del mar y los fenómenos meteorológicos extremos, pasando por la desestabilización de las economías, hasta la inseguridad alimentaria e hídrica y los conflictos, ya están afectando a las comunidades de cada país y cada continente.
No son pronósticos: está sucediendo ahora mismo. Todavía hay tiempo para actuar, pero debemos hacerlo de manera urgente. Sin embargo, aunque los dirigentes de todo el mundo coinciden en la necesidad de redoblar nuestros esfuerzos por hacer frente a esta emergencia -mientras continúan las negociaciones en la cumbre COP26 en Glasgow-, un aspecto clave de los esfuerzos de lucha contra el cambio climático rara vez recibe la atención que merece.
La infraestructura, desde viviendas y hospitales, hasta carreteras y centrales eléctricas, influye en todos los aspectos de nuestra vida. Es una cuestión fundamental para definir el clima del futuro. No obstante, como su rol se suele pasar por alto, se toman decisiones que perpetúan las emisiones de carbono durante décadas y, por lo tanto, impiden la transición necesaria hacia un futuro sin emisiones.
Según un nuevo informe -publicado de manera conjunta por UNOPS (la oficina de las Naciones Unidas especialista en infraestructura), el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Universidad de Oxford-, la infraestructura es responsable del 79% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero y el 88% de los costos totales de adaptación.
Ante este panorama, podemos optar por inversiones en infraestructura que permitan unfuturo más sostenible, resiliente e inclusivo, de conformidad con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París. Si no adoptamos medidas, las consecuencias serán extremas.
La cuestión no se trata de qué infraestructura necesitamos, sino en cómo transformamos la manera en que la planificamos, construimos, gestionamos y utilizamos en favor de un futuro sostenible. Entre las respuestas, figuran medidas como integrar soluciones basadas en la naturaleza, usar materiales y métodos de construcción sostenibles y mejorar el rendimiento energético. Estas medidas, a su vez, pueden tener efectos positivos en otros sectores relacionados con el funcionamiento de los edificios, como el de la energía y el del suministro de agua.
Los sistemas de infraestructura están interrelacionados y se construyen para ser duraderos. Cuando los Gobiernos y las empresas no tienen en cuenta estos aspectos, la infraestructura resultante no suele apoyar la acción por el clima. A la hora de adoptar decisiones en materia de infraestructura, se deben tener presentes las consecuencias a largo plazo para las personas y el planeta.
Ahora que el mundo intenta recuperarse de la pandemia de COVID-19, la infraestructura ofrece una oportunidad única de reconstruir las economías y, al mismo tiempo, apoyar los esfuerzos de mitigación y adaptación al cambio climático. Las recompensas que se pueden obtener son muchas: según el Banco Mundial, en países con medianos y bajos ingresos, el beneficio de invertir en infraestructura resiliente ascendería a 4,2 billones USD, una ganancia de 4 USD por cada dólar invertido.
Sabemos que las necesidades del mundo en el ámbito de la infraestructura son inmensas y nunca antes vistas. Mientras el mundo se une a fin de lograr un futuro con cero emisiones netas, debemos exigir que se tomen las decisiones adecuadas en materia de infraestructura para que el mañana sea más sostenible, resiliente e inclusivo.
Grete Faremo es Secretaria General Adjunta y Directora Ejecutiva de UNOPS, la oficina de las Naciones Unidas especialista en infraestructura y adquisiciones. Gracias a sus décadas de experiencia práctica en el ámbito de la infraestructura, UNOPS se compromete a apoyar la acción por el clima y hacer frente a la emergencia climática. *Artículo publicado originalmente en The Hill (Estados Unidos).