“En un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza”. Confucio
Desde que, en 1986 Álvaro Arzú alcanzó por primera vez la alcaldía de la capital, su grupo se afianzó en la municipalidad más importante de Guatemala, sin que por ello los vecinos hayamos experimentado el desarrollo esperado en todos los aspectos, como se podría esperar después de 38 años de ejercer el poder municipal, pero no es así, infortunadamente para la población en general, especialmente la capitalina, lo que ha ocurrido ha sido la creación de todo un entramado clientelar que ha sumido a la capital en un espacio desordenado, agobiante e invivible, por lo que se cumple el viejo adagio que dice que todo pasado fue mejor.
Iniciando con el tráfico anárquico, que se ha convertido en un caos constante, y que las soluciones encontradas si así se les puede llamar, han pasado a ser obstáculos para la población, baste observar los errados trabajos llevados a cabo, para viabilizar la circulación, los que constituyen un símbolo de la decadencia del poder local, un ejemplo son los pasos a desnivel de la ciudad capital, todos sin excepción alguna se han convertido en embudos de hierro, que no permiten el dinamismo propio del siglo XXI, ni en los momentos de auxilio, ya que es imposible movilizarse para que pueda transitar una ambulancia.
Aunado a lo anterior afrontamos la falta de planificación por parte de la Municipalidad de lo que se debe proyectar como futuro, antes de que llegara esta administración, que se ha mantenido por demasiados años, contábamos con servicio de transporte público, hoy es inexistente, ya que las escasas unidades de Transurbano llegan a muy pocos lugares, por lo que la población se las ha ingeniado para encontrar la forma de movilizarse, el resultado es más caos vial, si se pudiera tener más, lo que incide en naturalmente más molestia y estrés para la población que aunado a los problemas cotidianos de toda la vida, tiene que afrontar otros más.
Otra problemática estructural es el ensanchamiento de las aceras, con la consabida disminución de espacio para transitar en vehículo, lo que se convierte en otro enredo, esto sucede más en la zona 1 y anexos, que en otros lugares, creando supuestos espacios que nadie disfruta, debido a la inseguridad galopante, es imposible poder “disfrutar” de los espacios que otrora fueron parte del esparcimiento de la ciudadanía, mientras los caos se multiplican, reduciendo las áreas para poder transitar, pero sí aumentando los ambientes en los que nadie camina, porque la delincuencia está a la esquina de cada calle, sumado a otros males más.
Sumado a lo anterior, se privatizó el esparcimiento, porque la actual alcaldía se ha encargado de que los niños de hoy no vayan a los parques, porque estos son disfuncionales, por lo que los padres recurren a los centros comerciales, en los que el consumismo los absorbe, para empezar el parqueo, de obligado pago, siguiendo con el aumento del gasto familiar, por medio del cual, si o si se tiene que comprar desde un helado hasta cualquier golosina, mientras los niños “disfrutan” de juegos plásticos sin mayor espacio para jugar.
Los parques son inexistentes, solamente el parque de la Industria, que se ha convertido en un espacio para eventos sociales, más no para compartir, leer, estudiar o cualquier cosa que simple y sencillamente las personas quieran hacer, o simplemente dedicarse al ocio.
Pero probablemente el mayor monumento a la destrucción del entorno y del protagonismo inescrupuloso es el daño ocasionado al Parque Central, en el que se construyó sin estética alguna un monumento a la ridiculez, dañado el diseño de un lugar histórico, como lo es el parque.
El mayor aporte por parte de la Municipalidad capitalina es lo que se ve al recorrer las calles, desorden, abandono y confusión que ocasionan estrés, en fin, no sé qué pensamos cuando votamos, me parece que debemos repensarnos bien si queremos seguir en este sinvivir, o ver al fututo con posibilidades de cambio.