Gladys Monterroso

licgla@yahoo.es

Abogada y Notaria, Magister en Ciencias Económicas, Catedrática de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Diploma otorgado por la Corte de Constitucionalidad en 2005, como una de las Ocho Abogadas Distinguidas en Guatemala, única vez que se dio ese reconocimiento, conferencista invitada en varias universidades de Estados Unidos. Publicación de 8 ediciones del libro Fundamentos Financieros, y 7 del libro Fundamentos Tributarios. Catedrática durante tres años en la Maestría de Derecho Tributario y Asesora de Tesis en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

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Gladys Monterroso
licgla@yahoo.es

“El pueblo pasa hambre porque sus superiores consumen en exceso sobre lo que recaudan.” Lao Tse
La calamidad no es solamente un estado reconocido en la Ley de Orden Público que establece “El Estado de calamidad pública podrá ser decretado por el Ejecutivo para evitar en lo posible los daños de cualquier calamidad que azote al país o a determinada región, así como para evitar o reducir sus efectos.” La calamidad, en los actuales momentos es toda una debacle en la vida de los ciudadanos, que nos encontramos sin las armas suficientes, para evitar que muchas muertes se produzcan de forma escandalosa como está sucediendo diariamente.

Observamos como, los daños derivados de la pandemia, han azotado a la sociedad en general, sin que en el corto plazo se logre visualizar, que los encargados de evitar que lleguemos a escenarios dantescos, como literalmente lo manifestó uno de los médicos que se reunieron con el Ejecutivo, para tratar de encontrar soluciones, que, por cierto, no se encontraron a la débil situación sanitaria que estamos viviendo, y que no ha afectado de la misma forma a otro tipo de sociedades más evolucionadas que nosotros, que nos debatimos entre corrupción y más corrupción.

Desde que se registró el primer caso de Covid 19 en Guatemala, como colectividad hemos vivido una espiral, en la que nos ha acompañado la inseguridad sobre nuestra propia situación, en que la ambigüedad y la desinformación por parte del Estado, han creado situaciones en las que cualquier tipo de sentimiento puede fluir, en ese contexto, el nombre del Estado improbado el día de ayer, es lo que nosotros estamos viviendo.

Veamos al 3 de septiembre se encontraba vacunada solamente el 8.15% de la población, lo lamentable es que, para llegar a ese dato han pasado más de tres meses desde que se inició el proceso de vacunación, desafortunadamente, en ese lapso han fallecido una cantidad de personas que no debieron morir, su muerte se pudo evitar, pero no se hizo, ¿Por qué no nos vacunamos antes? Porque no habían vacunas, derivado de una negociación oscura con ciudadanos rusos, que no con el gobierno ruso, sumado a lo anterior que muchas personas se quedaron esperando el mensaje en el que se le informaría a qué hora y donde se procedería a vacunar, mensaje que nunca llegó, si a lo anterior le sumamos, que una gran parte del porcentaje mencionado se concentra en la capital, y municipios aledaños, observamos que una de las garantías humanas más importantes se ha trasgredido, como lo es que todos somos iguales, acá no todos lo somos, hay ciudadanos de diferentes categorías, con la entrada y desarrollo de esta enfermedad la desigualdad y los contrastes sociales se han hecho más evidentes aún.

Por si todo lo anterior fuera poco, la mayoría de las vacunas que recibimos, los que las recibimos, son donadas, triste nuestra historia, porque habiendo destinado una considerable cantidad de fondos públicos para comprar las vacunas, estas no han llegado, por lo que, como es parte de nuestra historia vivimos de donaciones.

La verdadera calamidad en la que hemos vivido y seguimos viviendo, es la falta de respuesta pronta y cumplida por parte de las autoridades, a quienes no ha servido de nada el ejemplo de otras sociedades que han gestionado más transparentemente la pandemia que nos ha tocado vivir, esta misma situación ha creado en la población sentimientos de colera, angustia, desesperanza, decepción y frustración, porque uno de los derechos fundamentales de toda sociedad como lo es el derecho a la salud, siempre ha estado ausente, tenemos y hemos tenido históricamente, un sistema sanitario deficiente no porque los médicos sean malos, es la estructura del sistema la que adolece de una gran cantidad de vicios.

En esta situación calamitosa en la nos encontramos, seguimos exigiendo el cumplimiento de nuestros derechos mínimos, para todas esas voces que se sumergen en el oscuro averno en el que nos han condenado por siglos a vivir, pero que nos seguimos oponiendo a mantenernos.

El silencio no existe mientras exista dolor, aún dentro de lo que puede parecer mutismo, siempre habrá un grito silencioso, que se escuchará más allá del infinito.

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