Grecia Aguilera

Periodista, escritora, filósofa y musicóloga. Excelsa poeta laureada. Orden Ixmukané, Orden de la Estrella de Italia, Homenaje del Programa Cívico Permanente de Banco Industrial, Embajadora y Mensajera de la Paz.

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El Gobierno de Guatemala declaró por medio del Acuerdo Gubernativo 92-2024, un año completo dedicado a Miguel Ángel Asturias (1899-1974): “Con el objeto de rememorar su vida y obra, así como recuperar, revalorizar y recrear su legado literario a través de actividades culturales en diferentes espacios a nivel nacional.”

Y este mes de octubre precisamente se conmemora que recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1967: “Por sus logros literarios vivos, fuertemente arraigados en los rasgos nacionales y las tradiciones de los pueblos indígenas de América Latina.” Por tal motivo se viene a mi memoria una de las Urnas del Tiempo titulada: “Miguel Ángel Asturias en el Olimpo del Nobel”, que mi señor padre, el maestro León Aguilera (1901-1997) le dedicara en aquel entonces, y manifiesta:

“Miguel Ángel Asturias ha ingresado en el Olimpo de los nobeles, y no sin brava pugna, y no sin poderosa lid de méritos, y no sin fundada aureola de genialidad novelística y lírica. Miguel Ángel está en el Olimpo de los consagrados mundiales y ha conquistado al mismo tiempo áurea corona planetaria para Guatemala. Las puertas de este Olimpo se abrieron de golpe al tercer toque de los clarines de la fama de Miguel Ángel.

Y entró con las jitanjáforas de Emulo Lepolidón, con Alclasán, con Tecún Umán el de las torres verdes, y al son de la marimba que «pone huevos en los astros». Y el severo jurado nórdico, el Sanedrín ceñudo que discierne el premio, se inclinó por la obra múltiple de este escritor singular tan enraizada en la individualidad nacional guatemalteca y en la tradición Maya-Quiché.

Es toda la trayectoria de su poesía única, reunida en Sien de Alondra, son las Leyendas de Guatemala, El Alahadito, son Los Hombres de Maíz, es la novela de una dictadura tan centroamericana y tan tropical en El Señor Presidente, lo que le han valido el galardón por el cual es ahora uno de los inmortales del Nobel.

Y en el tiempo viene Quetzalumán, el de las tunas verdes a su encuentro y Quetzal imán del Sol y Tecún imán del tún a saludarle con sus poemas, mientras su canto a la marimba suena a tierra nativa, a selva, a madera con ritmos hondos, íntimos, no fincados en versos ni acentos medidos, sino en el resonar de quienes tocan con sus bolillos (¡Para un huevo que ponés, tanta bulla que metés, vení ponelo, voz, pues!). La efigie Maya de Miguel Ángel Asturias se ha reflejado en Europa y América: ha sido impresa en periódicos y revistas en Francia, en Suecia, en Alemania, en Italia…

El Señor Presidente ha sido traducido a dieciséis idiomas, desde joven asombró a la nueva intelectualidad en París con sus Leyendas de Guatemala, y si observamos su trayectoria ha sido una fidelidad y continuidad en lo autóctono y lo americano, y la sombra de Juan Chapín, de las consejas del pueblo de Guatemala y los mitos indígenas se han convertido en la tonalidad de sus creaciones, en la guatemalidad universalizada, es un escritor de vanguardia de pies a cabeza.

Ninguna de las escuelas nuevas le es desconocida, desde 1920 ya era un iniciado en cuanto nuevo camino literario se abría rumbo en Francia, y toda novedad la urdió con lo antiguo de nuestra leyenda y tradición, hasta el punto de ser admirado nada más y nada menos que por un Paul Valery, que le prologó sus Leyendas de Guatemala. Un europeo, un cosmopolita, un universal con la individualidad fija en lo propio, en lo heroico indígena y en lo popular de Guatemala.

El mismo palpitar Maya, lo interpretó en un sentido altamente creacionista, de ese creacionismo tan amado de Huidobro: ‘Poeta no cantes a la rosa, créala en el poema’, y es de esta manera que la naturaleza de los dioses Mayas-Quichés y de nuestro folklore tienen un nuevo amanecer en los poemas y en los libros de Miguel Ángel. Este es el verdadero Miguel Ángel, que ahora con razón podemos llamar el Grande, es el evocador de nuestras epopeyas en que la patria funda su glorioso ancestro Maya-Quiché.

Luego sobrevino El Señor Presidente, gestado largamente y tras documentarse en una de las más tenebrosas dictaduras del Nuevo Mundo, y con mano magistral trazó esas páginas que nos sobrecogen con su propia sinceridad original al brindarnos una novela de excepcionales méritos en su fondo y en su miraje.

Pasa el tiempo, del jardín del escritor rueda lo circunstancial, se seca lo político, se mustia todo lo que llega a ser ‘demodé’, pero queda la creación auténtica, el hálito de belleza, de libertad, de singularidad de una obra que sustancia en lo propio del autor y en lo propio del amado terruño. Y cuando la fronda pasajera desaparece, queda la planta desnuda con sus flores inmarcesibles. Y es, con estas flores, que se forma la corona típica de Miguel Ángel, gloria nuestra en el Olimpo de los elegidos, en el Olimpo de las letras mundiales del Premio Nobel.”

Asturias, en su inagotable y original prosa, en su profundo ramaje lírico, conjugado por la belleza e intenso amor a su patria, dejó cincelada en alabastros para la posteridad su magnífica palabra; en cada una de sus magnánimas obras reflejó sus ideales, sueños y realidades, así como también en sus hermosos poemas pletóricos de armonía. Por ejemplo, en su famoso poema “Caudal”, nos entrega una lírica colmada de generosidad, cuando expresa:

“Dar es amar,
dar prodigiosamente
por cada gota de agua
devolver un torrente.”

Y continúa manifestando:

“Fuimos hechos así,
hechos para botar semillas en el surco
y estrellas en el mar
y ¡ay! del que no agote,

Señor, su provisión
Y al regresar te diga:
¡Como alforja vacía
está mi corazón!”

Loor a Miguel Ángel Asturias en el año completo dedicado a su legado literario.

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