Flaminio Bonilla

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Flaminio Bonilla Valdizón
flamabonilla@gmail.com

Hace casi 27 años en este mismo vespertino, en mi columna hablé de dirigentes reales, un adalid, pero siempre estamos igual de mal. La ausencia de liderazgos verdaderos y auténticos del país, es parte medular del gravísimo problema de nuestra situación como Nación. En Guatemala, las diversas coyunturas sociales y políticas han propiciado el surgimiento de personajes, algunos de valía moral e intelectual; pero otros, la gran mayoría, con escasos niveles culturales y rellenos de ambiciones, codicia, oportunismo, posiciones indecorosas y conductas delictivas o cuasi‑delictivas.

Debemos estar sumamente claros que hay una diferencia abismal entre lo que es un dirigente y lo que es en verdad un LÍDER nacional. Dirigentes los hay por montones, es un mercado de muchos colores, posiciones y conductas. Hay dirigencia política, popular, empresarial, profesional, la hoy reconocida dirigencia de las etnias mayas, dirigencia militar, religiosa etc. Dentro de la dirigencia de los diversos sectores hay de todo: están los idealistas, los pícaros, los arribistas, los honestos y probos y los ladrones y corruptos. Estén los que manejan una verborrea propia de campeones de oratoria y ejemplos de cinismo y algunos fanfarrones presuntuosos, falsos predicadores de conductas moralizadoras, fariseos y violadores de la ley, ignorantes dolosos de la dignidad del hombre y sus derechos naturales. Hay bravucones, glandulares y viscerales, poco hombre, un tipo ladrón y corrupto, como Alejandro Giammattei Falla.

A grandes rasgos y a manera de ejemplos vivos, esta es parte de la dirigencia que, en los últimos años de raquítica vida institucional, ha mantenido secuestrada nuestra democracia, creyéndose líderes y conductores nacionales, cuando lo que en realidad son es una partida de bandoleros, que han pisoteado una y mil veces la Constitución y la ley, envileciendo sus conciencias, su perversidad, inmoralidad y corrupción.

Ahora bien, el LIDERAZGO es algo totalmente diferente. El LÍDER es como una especie de ave rara, un sujeto fuera de serie, a veces un tanto moralista y a veces un tanto osado. Un sujeto que entienda que en ocasiones el fin justifica los medios, pero sin olvidar el fondo ético de la política y que en el quid de cualquier problema debe prevalecer la buena fe, la situación y la posición de conciencia. Un hombre con visión y un correcto sentido de la realidad.

En otros campos del quehacer humano hay personas sobresalientes que alcanzan posiciones destacadas, y algunos que con rasgos de genialidad practican su arte o sus profesiones sin ser líderes. En cambio, en el ámbito político, el Líder debe ser un hombre que inspire confianza, un hombre emotivo que demuestra fuerza de carácter, templanza, coraje, inteligencia, discernimiento, tenacidad, capacidad de trabajo, entrega cívica y patriótica a una causa y poseedor de algún grado de encanto. Todo esto es lo que hasta hoy ha faltado en nuestro medio. Los verdaderos Líderes se generan en los grandes acontecimientos, no se improvisan. Se improvisan los dirigentes y los seudo‑conductores de masas. A los liderazgos los mide el pulso de los hechos. Los Líderes demuestran arrojo y se proyectan en los momentos de verdaderas crisis. Es en situaciones de algidez en donde se perfilan los grandes y verdaderos hombres. Aquellos individuos que están predestinados a revestirse de grandeza.

Los Líderes se vuelven indispensables cuando saben cómo manejar el poder y este no les deslumbra, aunque sí les apasione. En Guatemala, lamentablemente ha sucedido lo contrario, el poder ha cegado a los dirigentes, los ha ensoberbecido, se han sentido poseedores de la verdad absoluta y han defraudado las esperanzas y los sueños del Pueblo.

Desde que me inicie en la disciplina jurídica he tenido, por recomendación de mi recordado Maestro y amigo Adolfo Mijangos López, como libro de cabecera la «Introducción al Estudio del Derecho» de García Maynez, esta obra me ha auxiliado siempre a discernir en mejor forma sobre la juridicidad y la justicia, sobre la moral y el derecho; en el año 1983 mi padre me obsequió el libro titulado «Líderes», escrito por el expresidente norteamericano Richard M. Nixon, una obra que me ha ayudado mucho en el entendimiento, comprensión y reflexión sobre los reales y verdaderos liderazgos que se han dado en el Mundo, dejando una huella indeleble y que con sus acciones cambiaron el sesgo de la historia.

En Guatemala, solo hubo dos líderes: Juan José Arévalo Bermejo y Jacobo Árbenz Guzmán, para acá no hemos tenido un verdadero LÍDER MORAL, porque para nuestra repetitiva desgracia nacional, la represión y sus testaferros utilizando el recurso de la bala y la metralla, sacaron del camino a Adolfo “Fito” Mijangos López, a Manuel Colom Argueta y Alberto Fuentes Mohr. Necesitamos un hombre de hierro, con un hombre con astucia, con inteligencia, con carisma, que inspiraba, daba fuerza e inyecta confianza a las masas, pero que cambió su fisonomía de hombre decidido, prestigioso y entregado a las causas populares.

Por ello, estas consideraciones y meditaciones sobre lo que es un dirigente y lo que es un verdadero Líder, me llevan a reafirmar que nuestro País requiere y urge un LÍDER NACIONAL que rescate el VALOR y la DIGNIDAD, que provea a la Nación de cimientos de probidad y decencia, un hombre de acendrado patriotismo y civismo, un ciudadano ecuánime y justo, honrado y totalmente íntegro, un hombre que en momentos de crisis haya demostrado valor, coraje, templanza y talento, una persona que le otorgue a Guatemala la justicia social y la libertad que todos los hombres democráticos anhelamos para las futuras generaciones.

En lo político siempre hay luces y sombras. Porque ya tenemos 36 años “una pequeña democracia” y de política “no hay nada de nada”. Creo hoy y antes que en la realidad hay más oscuridad y opacidad, porque no es fácil encontrar del inmediato futuro el perfil de ese LÍDER.

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