Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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El propósito del presente artículo es presentar ciertas reflexiones sobre la presencia religiosa con el elemento tabú presente en casi todas las religiones como el cristianismo, judaísmo, o el islam entre otras. Para ello, vemos que el significado de la palabra TABÚ es la prohibición impuesta por personas, instituciones religiosas a quienes no es lícito censurar o mencionar a sus adeptos para comer o tocar algún objeto.  Abordamos el tema de los tabúes religiosos que a través de la historia han coartado el desarrollo físico, moral e intelectual de muchísimas mujeres en las ciudades, pueblos y aldeas de Guatemala. 

El tema es tan importante porque aún hoy en siglo veintiuno siguen imperando normas religiosas que impiden a las mujeres conocer la verdad de la vida limitando su juicio o discernimiento respecto a desarrollar conductas que puedan hacerlas desplegar sus aptitudes, vocaciones, estudios o emprendimientos y que las lleven a sentirse realizadas por hacer algo que de forma innata la naturaleza les ha proveído.

La presencia de los tabúes religiosos se expresa a través de una serie de normas, preceptos y prohibiciones que se refieren a las mujeres que tienen que ver con la organización familiar, las reglas de matrimonio, los rituales, las diferentes concepciones sobre la salud o sobre la enfermedad, las prohibiciones alimenticias y las relaciones de género de las diferentes culturas, respaldadas en la mayoría de los casos por sanciones sobrenaturales.

Hablar del papel de la mujer en este mundo moderno, donde estudia, trabaja, atiende hijos y esposo, participa social y políticamente emitiendo opinión o comentarios en forma verbal y escrita por cualquier medio, es en realidad trascendente, porque de esa forma, que es la más importante, es que la propia mujer está clara de quién es, qué quiere, para qué lo quiere y hacia dónde caminará para conseguirlo, a la vez también que supera los patrones culturales y religiosos que la autolimitan.

Nacen de estereotipos inconscientes o inducidos en los hogares y centros de formación en los cuales el criterio de que “solo mamá cuida a los niños”, “solo papá sale a trabajar”, “eso es pecado”, “hay que cuidar el qué dirán”, por citar algunos de los más extremos, inhiben la conciencia de su existir, de haber crecido en una sociedad en la cual determinadas conductas podrían haber proporcionado satisfacciones personales que realizaran a la mujer como ser humano sin desconocer su feminidad.

Superar los paradigmas y crear una nueva cultura de empoderamiento psicológico requiere trabajo desde casa; es decir, infundir a las niñas su valor como personas y, sobre todo, el apoyo de sus padres.  Usualmente hay dos barreras que se interponen en el crecimiento y trascendencia de las mujeres; una es el denominado techo de cristal, el cual es normalmente autoimpuesto de forma inconsciente por la inducción recibida de que “eso es de hombres” y tener la atención del hogar.

La segunda es el denominado techo de cemento, el cual se manifiesta como una barrera interna impuesta por la cultura del hombre, el padre, el esposo e incluso en los trabajos; y consiste en impedir que una mujer sea considerada como alguien capaz de ocupar determinadas posiciones porque el rol que otras personas les han impuesto no es conciliable con la labor a desempeñar. 

Por ello, la autoestima de la mujer sufre inevitablemente el miedo a fracasar y eso la paraliza disminuyendo su capacidad de negociación porque siempre principia con desventaja por cómo las otras personas la visualizan; por ello es necesario que las mujeres eliminen esas barreras reconociéndolas y eliminándolas desde el propio reconocimiento y cambio cultural, evitando ser una víctima ni presentarse así ante cualquiera otra persona, sea hombre o mujer. 

Al empoderarse se dan a conocer a sí mismas por su propia decisión, la fuerza y capacidad para empujar con su ejemplo a otras mujeres y así romper las barreras impuestas por la sociedad y la religión.  Felicitaciones a todas aquellas mujeres que han demostrado a la sociedad que, con su valor incalculable han sobresalido en todos los aspectos de la vida. 

 

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