De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, la palabra INDIGNO significa que una persona NO TIENE MÉRITO NI DISPOSICIÓN PARA ALGO, que es inferior a la calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias; por derivación, la INDIGNIDAD para ser heredero es una sanción jurídica para el heredero que incurra en alguna de las causales que contempla le ley y es causa que motiva la incapacidad sucesoria por mal comportamiento del heredero hacia el causante de la herencia o los parientes inmediatos de éste.
En materia política, por equivalencia, existe la INDIGNIDAD POLÍTICA que, en el sentido amplio de la palabra consiste en no tener las características mínimas o básicas requeridas socialmente para ser candidato a un puesto público, entre ellas la falta de solvencia moral, jurídica, ética, educativa y política.
La inmoralidad parece ser común denominador de la mayoría de los políticos guatemaltecos, pues la mayoría no se salva del escrutinio público respecto de su vida privada y laboral en los casos en que desempeñaron cargos en la administración pública. De esa cuenta entre los candidatos para ser alcaldes, concejales, síndicos, diputados, vicepresidentes y presidentes de la República, hay personas señaladas de desfalcos, apropiaciones indebidas, exacciones ilegales, cobro de indemnizaciones ilegales, procesados penalmente por la comisión de diversos delitos, expresidiarios por narcotráfico y lavado de activos, condenados por violencia intrafamiliar, simulación de contratos, tráfico de influencias, nepotismo, drogadictos y otras conductas ilegales.
La ciudadanía y la población en general señalan a esos candidatos a elección que llevan el estigma de INDIGNOS POLÍTICAMENTE Y QUE NO MERECEN ELEGIRLOS PARA EJERCER CARGOS PÚBLICOS QUE NECESITAN INTEGRIDAD Y VALORES MÍNIMOS COMO LA HONRADEZ. El ser indignos socialmente equivale a que no merecen la confianza de los ciudadanos, aunque se publiciten como “niños de primera comunión”. Para la vida pública, es decir, para el ejercicio del poder pareciera que la vergüenza y el decoro son inexistentes, basta con ponerse la piel de oveja para acceder a un puesto y darle rienda suelta a su maldad, es decir, a desfalcar el erario municipal y nacional, porque el perverso seguirá siendo perverso, aunque los domingos vaya a misa o al culto. Casi puede decirse que la pirámide social guatemalteca no cambia, solo gira para ser la misma.
La dignidad y el respeto son los elementos básicos de la democracia, pero eso a la mayoría de los candidatos no les importa, sea cual sea el vehículo político que los lleve al poder, sea éste añejo o porque les den “jalón” eso no se observa en la política tradicional guatemalteca donde las traiciones son de lo más frecuente.
La política guatemalteca no es para debatir ideas y confrontarlas, la palabra y los medios de comunicación son usados para denigrar al que no piensa como uno cayendo en la intolerancia, el abuso e incluso en la difamación; el ejercicio de la vida pública está lleno de inmoralidad, desde el robo hormiga hasta la inauguración de hospitales construidos o donados con dinero de otros países, pero acreditados como si hubieran sido fondos del Estado.
Todos los días lo vemos y lo vivimos, son los mismos de siempre, basta ver los periódicos de hace veinte, treinta o cuarenta años y los nombres y sus herederos siempre se repiten con sus mismas consignas, con sus mismas ideas y con sus mismas mañas; son los mismos de siempre en todos lados y en todas partes del territorio guatemalteco.
Es del todo válida la observación que, entre los políticos hay personas correctas, honradas, cultas y distinguidas que se promueven políticamente para luchar “contra la corriente” por una Guatemala mejor, es decir que persiguen ideales de bienestar común. De cien: dos o tres.