Fernando Mollinedo C.

Una sociedad tradicional como la guatemalteca posee muchas fuentes potenciales de identidad plurilingüe y multicultural; algunas de ellas han sido destruidas por el proceso de transformación obligatorio de occidentalización de sus costumbres ancestrales por medio de la educación y el sistema militar de llenar el cupo que los gobiernos implementaron para mantener el control de la población.

Otras fuentes potenciales alcanzaron una nueva conciencia social y se convirtieron en la base de organizaciones políticas con el fin exclusivo de promover la satisfacción de las necesidades de identidad personal, bienestar social y progreso económico creadas para lograr los objetivos de protección y supervivencia en el ámbito rural y urbano.

Sin embargo, el estrato económicamente pudiente del país -léase la oligarquía y clase política- han combatido las actividades de estos movimientos por medio de las instituciones gubernamentales como el ejército, policía nacional civil y en algunos casos con la ayuda y contubernio de líderes religiosos católicos, protestantes nacionales y extranjeros de las denominadas iglesias cristianas, creando de forma continua leyes, normas y reglamentos que restringen los derechos humanos elementales.

La decadencia política, social y económica que vivimos ha traído como resultados negativos -como siempre- el incremento de la delincuencia común, organizada, desorganizada y gubernamental, que produce la pobreza e inestabilidad, menos movilidad social, desigualdad y corrupción, ésta última sólo ampara al grupo gobernante de turno que detenta y administra temporalmente el poder político y los asocia en camarillas o gavillas de complicidades y grandes negocios.

Cada cuatro años, los resultados de los gobiernos de turno demuestran, sin lugar a dudas, que han sido peores gobernantes que los anteriores pues no aplicaron políticas nacionales contra la pobreza ni mejoraron el sistema de salud, no hay obra física de importancia, no generaron fuentes de empleo y en pocas palabras: no promovieron el bienestar público tal y como lo manda el artículo 1º de la Constitución Política de la República de Guatemala.

Llegaron al ejercicio del poder mediante la falsa promesa de “no ser iguales” a los gobiernos pasados; pero el deterioro y putrefacción de las instituciones, el bajo nivel de vida de la población y la pérdida de confianza en el gobierno es hoy más que evidente con nuestra realidad manifestada como una nación indiferente y desinteresada, que nos hace transitar a manera de los cangrejos -hacia atrás-, como un país de quinto, sexto, séptimo u octavo nivel en el conglomerado de las naciones.

Falta año y medio para que el actual gobierno concluya y entregue la administración del poder al grupo político que gane las futuras elecciones, aunque pareciera que ninguno de los actuales precandidatos tenga la capacidad jurídica, moral e intelectual para hacer las transformaciones sociales necesarias, ya que, están señalados de haber cometido ilícitos en su pasado. ¿Habrá alguno de ellos que sea inocente de tales señalamientos? o ¿Merecemos que cualquier hijo/a de…Suripanta nos gobierne?

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