Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

post author

Fernando Mollinedo C.

Los guatemaltecos no tenemos otro planeta a donde irnos a vivir tranquilamente; los migrantes retan a la muerte en busca de un trabajo digno para obtener libertad económica y vivir sin miedo a la muerte por inanición, tal y como sucede en el mal famoso “Corredor Seco” en el centro-oriente de Guatemala.

Uno de los aspectos esenciales para el desarrollo normal en la salud de la población, es la higiene social; es decir, los hábitos de producción y consumo de deshechos materiales producidos o realizados por el sector productivo del país (fábricas y empresas) y de la población en general, pues se ignoran o desatienden las normas sanitarias elementales que se deben observar o cumplir de forma permanente para evitar los focos de todo tipo de enfermedades infectocontagiosas.

La incultura higiénica de la población se debe a la falta de educación popular para manejar los conceptos de salubridad; lo cual fue y es obligación de las autoridades del país inculcarlas, instruirlas, regularlas y velar por su cumplimiento por medio de las dependencias específicas de los ministerios de educación, salud, trabajo, ambiente y otras afines como el IGSS.

En Guatemala aún quedan bosques, lagos y lagunas; muchas tierras pródigas para la variedad de cultivos, dos océanos que nos rodean, una bocacosta sur con variedad de climas y la cadena montañosa que atraviesa el país que nos sitúa entre los países con mayor biodiversidad, mal administrada o solo explotada hasta que se agota. De ella dependemos para la producción de los bienes y servicios que hacen posible nuestra subsistencia, pero después de haberlos utilizado ¿qué hacemos con los despojos o residuos de ellos?

La incultura, falta de educación, malos hábitos, desidia, haraganería, estupidez y otras formas de desprecio social, hacen que las personas de todos los estratos sociales y económicos, así como la mayoría de empresas productivas de desechos orgánicos e inorgánicos, los esparzan, dejen, depositen, pongan, tiren, o abandonen en lugares no autorizados y de ello se derive la consecuencia de la proliferación de los basureros clandestinos que producen la contaminación de terrenos, ríos, lagos, cuencas, arroyos, nacimientos y ojos de agua.

La irresponsabilidad del sector productivo en las ciudades y áreas rurales respecto a la emisión de gases, humo, ruido, hedores, contaminación de ríos y fuentes de agua se hace visible en sus actividades diarias; también la ausencia de las autoridades sanitarias para obligar al cumplimiento de la ley o sancionar en caso de su inobservancia, más la circunstancia de colusión para “dejar pasar o dejar hacer” han sido y son los factores que permiten las acciones insalubres en detrimento de la salud social.

Banquetas, predios urbanos, casas o edificios abandonados, callejones, barrancos, cunetas, orillas de caminos vecinales y carreteras, alrededores de mercados, ríos, lagos y cualquier lugar es utilizado para convertirlos en basureros contaminantes.  La educación popular es urgente para evitar esos focos de contaminación que dejan ver la educación, costumbres y malos hábitos de la población y empresarios.

Artículo anteriorHacer las cosas bien, también es respeto
Artículo siguienteAños perdidos de nuestra democracia