Emilio Matta

emiliomattasaravia@gmail.com

Esposo y padre. Licenciado en Administración de Empresas de la Universidad Francisco Marroquín, MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, Certificado en Métodos de Pronósticos por Florida International University. 24 años de trayectoria profesional en las áreas de Operaciones, Logística y Finanzas en empresas industriales, comerciales y de servicios, empresario y columnista en La Hora.

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Emilio Matta Saravia
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A finales del siglo pasado, cuando dio inicio una nueva “era democrática” en Guatemala, después de varias décadas de sucesivos gobiernos militares y golpes de Estado (excepción hecha del gobierno de Julio César Méndez Montenegro de 1966 a 1970), el ambiente que se vivía durante las campañas electorales y los comicios eran el de una fiesta cívica. Las personas participábamos activamente, algunos en las actividades del partido político de su simpatía, otros, como un servidor, de voluntario en las mesas de los distintos centros de votación. Se respiraba otro ambiente, en el cual aún existía lo que se conoce como civismo.

Hoy en día, ese ambiente ha cambiado radicalmente. Aún existe ese ambiente de fiesta, es cierto, pero de otro tipo. Ahora en las actividades de los partidos políticos se exhibe un ambiente de parranda, como de feria de muy mala calidad. Los candidatos, lejos de dar a conocer sus planes de gobierno, exponen sus habilidades en las artes escénicas de baile, danza y canto. Rifan obsequios entre los presentes (y sus correligionarios agreden a los periodistas que lo documentan).

También hay algo más. La opulencia. Los candidatos de antes, incluso los más encopetados, iban en automóvil, en caravanas de varios vehículos, a visitar todos los rincones del país. Usualmente se hospedaban en un hotel de la localidad para continuar con su gira, con su caravana de vehículos, al día siguiente. Esto daba la oportunidad al candidato y al equipo que viajaba con él, recorrer y conocer de primera mano, una buena parte del país. Ahora los candidatos se trasladan en helicópteros a varias localidades en el mismo día, lo que trae varios inconvenientes. En primer lugar, el candidato se malacostumbra al “vivir sabroso”, como ya lo está, desde que tomó posesión, la vicepresidenta de Colombia Francia Márquez (el “buen vivir” que profesan los candidatos del MLP seguramente va en esa misma línea). En segundo lugar, quien “dona” el helicóptero o el alquiler del mismo para que el candidato se traslade, va a cobrarse dicho gasto con creces con el siguiente gobierno, ya sea directamente si llegó el candidato favorecido, o indirectamente, a través de diputados y alcaldes del partido afín, si llega a la presidencia otro candidato. Y en tercer lugar, el visitar varios lugares en helicóptero durante la campaña e ir a tours guiados por los caciques locales, le quita la oportunidad al candidato de conocer de primera mano, viéndolo desde cerca y no a “vista de pájaro”, las necesidades de los habitantes de las distintas regiones del país. Esto hace que los candidatos comiencen a encerrarse en una burbuja donde únicamente cabe su realidad, y quizá la de su círculo íntimo, como ocurre ahora.

Lo que antes era una fiesta cívica se ha convertido en un alegre y colorido velorio, lleno de parranda y francachela, pero carente del más elemental sentido común por parte de quienes compiten por tomar las riendas de este país. Para cambiar este modelo caduco, se requiere pensar diferente. Un inicio puede ser limitar el gasto en publicidad de los partidos políticos y promover foros en todos y cada uno de los municipios del país, en los cuales participan los candidatos a diputados, alcaldes y presidentes, y en los mismos se puedan escuchar las necesidades de los pobladores y exponer cómo proponen solucionarlas, con un debate de ideas, sobre todo de propuestas, sano y abierto. Tal vez así podríamos transformar este velorio cívico en una fiesta cívica.

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