Edmundo Enrique Vásquez Paz

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De manera estricta y genérica, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) define liderazgo como la “situación de superioridad en que se halla una empresa, un producto o sector económico dentro de su ámbito”; y entiende por líder, al “director, jefe o conductor de un grupo, partido político, competición, etc.”

A nosotros, en Guatemala, lo que nos debe interesar es la reflexión sobre la figura del líder en el ámbito político. Un ámbito en el cual se debe dar la preocupación genuina sobre lo que atañe a la ciudadanía y al país; y la generación de las propuestas sobre la forma concreta en que debe conducirse esa ciudanía misma, así como la manera en que debe ser gestionado lo público (aquello que es propiedad y derecho de todos y cada uno). Un asunto que no es sencillo y que requiere de la participación de muchos desde muy diversos ángulos.

En el sentido de lo anterior y en un régimen que se cree democrático y republicano, es finalmente la ciudadanía organizada la que debería velar por el justo o acertado manejo de lo público y esto sólo es posible si cuenta con los mecanismos para que ella pueda ejercer influencia en ello. Básicamente, los instrumentos formales con los que cuenta para esos propósitos son los partidos políticos y los políticos.

Y es aquí cuando aparece la necesidad de entender lo que es y lo que debe esperarse de un “líder político” (categoría que es diferente a la de simple “político”). Y saber preguntarnos si contamos con esta especie. Algo que es justo hacer para desvanecer los falsos conceptos que prevalecen tanto entre la ciudadanía (que se sitúa en el plano de la espera de la llegada o el arribo de algo que necesita, pero no sabe cómo es) como entre los que se creen tales (líderes políticos) y se cultivan en esa dirección, aunque desconociendo qué es lo que verdaderamente deberían cultivar para llegar a ser. Un ejercicio de autocultivarse pero a ciegas…

Modestamente, me atrevo a quejarme de la inexistencia de auténticos líderes políticos en el país y lamentarme de la constante aparición de personajes que, aunque estén ciertos en lo que apuntan y contribuyan de manera aceptable a la concienciación ciudadana, lo hagan pensando ellos que están ejerciendo como líderes políticos, aunque sin realmente serlo; algo así como la situación (utópica) que se podría dar en una universidad cualquiera en la cual las cátedras las ocuparan personas que no tuvieran dotes para la docencia pero, con su presencia, ocuparan los espacios en los que deberían estar los que sí las tienen; situación que solamente abonaría a la confusión intelectual del estudiantado al tiempo que amedrentaría y que contribuiría a alejar a todos aquellos que sí deberían aparecer para asumir la responsabilidad de la enseñanza superior que se necesita.

Claro que se cuenta en el país con personas y elementos bien dotados que aportan a la cultura política del país (analistas, críticos, opinadores, por ejemplo) pero no se debe caer en la equivocación de confundirlos con los líderes políticos que se necesita. A continuación, señalo algunas de las más corrientes -y loables- contribuciones que a diario presenciamos:

  •  La denuncia, generalmente acompañada de información crítica. Por ejemplo cuando el señalamiento de actos corruptos, de actos de nepotismo, de negligencia, de incompetencia.

 

  •  La reflexión, orientada a la concienciación y a la orientación para el mejor actuar ciudadano. Por ejemplo, cuando se señala la importancia de la participación ciudadana con conocimiento de causa y no conceder que sean otros los que decidan por uno cuál debe ser el diseño del futuro nacional.

 

  •  La recomendación o la exigencia, a los gestores visibles del poder, sobre modos alternativos de actuar. Cuando, por ejemplo, se hace referencia al contenido de una política pública en particular o a la orientación que debería tener una determinada ley que se discute en el Congreso.

 

Como se puede apreciar, todos los tipos de “contribución” mencionados se pueden entender como “fuentes” necesarias para alimentar el mejor funcionamiento de una democracia y de un sistema republicano. Fuentes que pueden servir para nutrir el criterio de la ciudadanía y de los gobernantes; pero, en ningún caso, puede o debe entenderse como substitutos del ejercicio del liderazgo político que se necesita en un país. Las mencionadas, son fuentes que más bien deberían entenderse como necesarias para alimentar el criterio y la capacidad de acción y de maniobra de esos líderes políticos. Personajes que, en mi caso, aún no logro distinguir en el escenario.

Una de las más corrientes confusiones a las que estamos sometidos es a la de no saber diferenciar entre “dirigentes políticos” y “líderes políticos”. Los Dirigentes políticos son los que deben saber lidiar con las organizaciones políticas desde la perspectiva de su operación (vigencia legal, por ejemplo; presencia formal en los diferentes espacios o foros; etc.); los líderes, si recordamos la definición del DRAE, son las personas que deben saber interactuar con los grupos de

ciudadanos que, como tales (esto es, sin necesidad de pertenecer formalmente – ser afiliado- a una organización política) con el fin de movilizarlos a acciones bien definidas … Debemos reconocer que, en Guatemala, desde hace ya mucho tiempo, no se cuenta con esas figuras que tienen la aptitud de movilizar grandes grupos alrededor de ideas y propósitos definidos, sin necesidad de que estén constituidos por afiliados a organizaciones en particular. Se ha olvidado el sentido de la filiación. Se cree que, para hacer política se debe ser afiliado. … Probablemente porque han faltado esos líderes políticos que se ubiquen más allá de las organizaciones formales; líderes que giren y operen alrededor de ideas y de ideales y no de formaciones con propósitos electorales.

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