Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Si confiamos en la democracia como el sistema político que nos puede permitir, como Estado, pensar en desarrollo y bienestar general, es importante que la entendamos como un modo de vida que nos obliga, como ciudadanos, a estar y a participar. Sin ciudadanía activa no es posible esperar democracia.

Manuel Jiménez de Parga (La ilusión política, Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1993) apunta con precisión: “La Constitución y sus leyes complementarias no bastan para que los pueblos regidos por ellas marchen por la vía democrática […] El edificio jurídico-político puede estar perfectamente construido […]Pero si falta el talante democrático, sea en los gobernantes, sea en los gobernados, o en los dos sectores al mismo tiempo, el proyecto constitucional fracasará. La vida dentro del edificio no será democrática”. (p. 12).

De parte de los gobernados debe existir una preparación y disposición para la vida en democracia. Cotidianamente. Lo que implica saber velar porque exista democracia en todo el entorno. No nos debemos distraer pensando que la democracia solo sirve para la designación de las máximas autoridades del Gobierno y para la toma de las decisiones más importantes para el Estado. El entorno lo constituye, en este caso, toda la institucionalidad que nos rodea. Empezando por la familia y el inmediato vecindario. 

Si de formación se trata, la fórmula es sencilla; aunque difícil, a la vez. Se necesitan cientos de revoluciones. Revoluciones en el interior de todas las organizaciones sociales existentes. Revoluciones que solamente son posibles si todos los ciudadanos nos volvemos activos a participar en las instituciones y organizaciones  existentes con el propósito de que funcionen en pro del bienestar y la protección de las necesidades y de los derechos de todos sus integrantes.

Deberíamos entrenarnos, cada uno, a hacer valer cotidianamente lo que son los intereses de los grupos (“chiquitos”, si se quiere decir así) a los cuales pertenecemos de manera natural (esto es, porque habitamos en el mismo barrio o vecindario, porque somos los padres de los alumnos de la misma escuela, los empleados del mismo negocio o de la misma industria, los profesionales del mismo gremio, …). 

A mi criterio, debemos aprender a velar por nuestros intereses participando en esos grupos y asociaciones que, de hecho, existen, pero ignoramos o desdeñamos como pretendiendo que no tienen importancia -aunque, de hecho, no sea así-. Para que el país funcione como un todo sano y democrático, todas y cada una de las agrupaciones existentes deben funcionar bien. 

Las organizaciones a las que pertenecemos de manera natural, son aquellas que están más próximas a nosotros: las asociaciones y comités de vecinos, los CUBs, las diferentes gremiales, los sindicatos, los Consejos de Desarrollo, los equipos o clubes deportivos a los que pertenecemos, las federaciones de deportes, los colegios profesionales,  los diferentes tipos de sociedades mercantiles, las tantas organizaciones no gubernamentales, etc., etc. 

Solo si, como producto de nuestra preocupación y activismo, logramos la higiene de las agrupaciones a las que debemos pertenecer como sus asociados o miembros naturales, podremos llegar a pensar en constituir esa ciudadanía que se puede considerar “el soberano”, “el dueño” del futuro de esta nuestra patria.

En resumen, la propuesta es que cada uno de nosotros contribuya a la higiene institucional de lo que nos es más próximo y donde, de mejor manera, podemos participar con conocimiento de causa y con auténtico protagonismo. Participación efectiva para velar porque se haga lo correcto en el seno de todas ellas (cumplimiento de sus estatutos, democracia interna, elecciones limpias, respeto a la voluntad de las mayorías, manejo transparente de los recursos de los cuales se dispone, etc.). Y recordando siempre que, lo que principalmente se necesita no es participar como dirigente. Lo que se requiere es de una participación amplia que le dé solidez y legitimidad a cada una de las agrupaciones. 

Solo contando con suficientes ciudadanos así formados (celosos de sus auténticos intereses grupales y aptos para exigir que se cumpla con sus derechos) se podrá aspirar a alguna garantía de que este país se conduzca mejor; porque se dispondrá de una ciudadanía más competente, también, para escoger a los mejores gobiernos.

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