Edmundo Enrique Vásquez Paz

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A mi criterio, en una situación de país como la actual, si lo que deseamos realmente es salir del atolladero es necesario saber sentir de qué se trata la cosa; saber reconocer los vacíos que tenemos como sistema democrático y republicano que querríamos ser (en teoría y a lo tradicional); y saber ubicarnos en las posiciones que debemos ocupar como ciudadanos particulares que somos o como grupos de interés específicos a los que pertenecemos.

Es un asunto complejo que consiste, principalmente, en reconocer cuál es el papel que debemos asumir y saberlo hacer. De manera ordenada y sin atropellos. Algo así como aquel caso en el cual, una multitud atrapada en una carpa de circo que empieza a incendiarse, se comporta como la suma de todos y cada uno de los presentes obedeciendo a su propia consigna (o instinto) de “salir del recinto” pero sin saber, cada uno, cómo hacerlo sin arrollar a los demás y para no crear circunstancias que incluso trabajen su contra. Por ejemplo, el surgimiento de tapones humanos o la obstrucción de los caminos y las salidas que uno mismo deberá utilizar…

Si la gran pregunta es si el proceso iniciado se debe abandonar a su suerte o si debemos acompañarlo para que tenga éxito, merecen aclarase algunas ideas.

La práctica de “abandonar” procesos no creo que valga la pena ser tratada. En el ámbito institucional, la actitud ciudadana que ha prevalecido históricamente ha sido esa (recordar las tantas instituciones específicas que se han ido deteriorando debido al descuido -como el caso de la Universidad de San Carlos, la fortaleza de los colegios profesionales, entidades como el IGSS-) y es a la que se debe, sin lugar a dudas, la situación político-institucional nacional en la que nos encontramos actualmente. Ningún concepto o esfuerzo prometedor que se inicia llega a prosperar y a mantenerse en el tiempo porque es abandonado, se le niega el apoyo requerido … Siempre se argumenta que los encargados de hacerlo son los funcionarios públicos y la ciudadanía se aleja de cualquier acercamiento a “lo político” aduciendo que es algo sucio e indigno. Sin percatarse que la institucionalidad luce de esa manera porque se la ha dejado ensuciar y percudir.

Lo que sí merece un comentario es el caso, dos de los escenarios que se han descuidado y que, a mi entender, deben saber atenderse en estos momentos históricos en los que se presenta la oportunidad de restaurar el sistema democrático y dotar de confianza en la institucionalidad encargada de impartir justicia. Espacios en los que se debe saber actuar de manera responsable y con conocimiento de causa. Espacios dados al acompañamiento de lo que está en ciernes, lo que se puede llegar a gestar en esta Era de la Restauración. Restauración del funcionamiento de un sistema democrático que pueda servir de base para cualquier construcción a futuro. Restauración del régimen político original (1985) y que ha venido siendo substituido de manera furtiva por uno ajeno a la voluntad nacional; término con el que, de manera más plástica, se quiere evocar la imagen de una edificación originalmente funcional que ahora se encuentra arruinada y que se busca de volver a dotarla de estética original.

A mi criterio, uno de los escenarios importantes para permitir una generación de energía y de inteligencia para la restauración del sistema, debe darse en un espacio creado por las diferentes instancias de gobierno. Un espacio en el que éste logre entrar en contacto eficiente con el espíritu real de los gobernados. Un espacio concebido para que el gobierno disponga, permanentemente, de conocimiento fidedigno y pueda “tomar el pulso” al país. Un espacio que debe ser gestionado con sabiduría porque no es para ceder su liderazgo a terceros, sino que para fortalecer el suyo de una manera apropiada a la idiosincrasia nacional, a los tiempos y a las circunstancias que se vayan dando.

Guatemala ha adolecido durante ya demasiado tiempo de liderazgo político auténtico (no el marcado por el discurso de barricada que pretende, de esa manera, convencer y erigirse en liderazgo). Se tuvo, pero fue borrado del mapa: liderazgo intelectual en muchísimas esferas (política, académica, científica, por mencionar algunas) dado por personajes en posiciones dispositivas, con la capacidad de generar confianza, por su capacidad de dirigir, por la consistencia de sus razones y por su entereza manteniendo el rumbo a partir de principios y de valores reconocidos. En la actualidad y en lo político-institucional, una nueva generación de dirigentes se está instalando. Y esta generación, para ganar la confianza de todos, debe estar bien informada, abierta al diálogo y firme en sus propósitos, sin ser arrogante. Y sin cederle a terceros ese liderazgo que deben mantener.

Adicionalmente, al anterior, pienso que en nuestro país se debe dar un liderazgo capaz de saber acompañar a las autoridades gubernamentales (Ejecutivo -incluido lo municipal- y Legislativo, principalmente) en las gestas necesarias para el rescate y afianzamiento de todo lo básico: el sistema democrático; la depuración en contra de la corrupción y de la mediocridad; y la instalación de un régimen de Derecho y de legalidad (que son cosa diferente, pero deben ir de la mano).

Este último aspecto o ámbito del acompañamiento al que hago referencia, es difícil pensarlo en y para Guatemala, porque no se cuenta con tradición en ese sentido; porque no disponemos de una ciudadanía consciente de la importancia y necesidad de su participación política activa; y porque no contamos con una organización social lo suficientemente amplia y sólida desde la cual se pueda partir. Una organización que genere sus propios liderazgos. Se trata de un acompañamiento desde y por parte de los gobernados.

La construcción en este ámbito es un desafío pendiente. Considero que lo más importante es reconocerlo así y decidirnos a contribuir de manera práctica a edificar en este sentido.

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