Edmundo Enrique Vásquez Paz
La leyenda del Nudo Gordiano, se refiere a un incidente en el cual a Alejandro Magno (356-323 a.C.), rey de Macedonia, lo enfrentan al reto de desatar un nudo tan complicado que nadie podía desatarlo. Alejandro Magno, lo resuelve cortándolo de tajo con su espada.
En la actualidad, la expresión “Nudo Gordiano”, se refiere a la habilidad para resolver un problema muy complicado –consistente éste en que, cada vez que se intenta tirar alguna de las puntas, más se aprieta el nudo–, utilizando soluciones creativas (propias del denominado “pensamiento lateral”).
Considero que, en Guatemala, en la actualidad nos encontramos ante una situación de este tipo; y que es importante identificarla como tal para intentar el encuentro de una solución con perspectivas de éxito en lo político-legal.
Sin entrar en el detalle de la ubicación jurídica de las razones o argumentos en conflicto (jurisdicción de la legislación ordinaria vrs. jurisdicción de la legislación electoral), valga hacer algunas reflexiones. El propósito es llegar a desvincular lo jurídico como primer criterio y encontrar un razonamiento distinto, que contemple la voluntad política dominante y que sirva de sustento. Sustento en un escenario político nacional distinto al tradicional. Un escenario en el cual, en pocos meses, el equilibrio de los poderes ha cambiado significativamente. El poder de una nueva ciudadanía, cada vez más activa y más consciente, juega un papel que es real y tiene que tener cabida en el tinglado.
El Nudo Gordiano a deshacer en este caso, probablemente se pueda describir como la aparente contradicción entre dos tesis. La una tesis -a)-, que exige la prevalencia de la legislación ordinaria (el Código Penal y el Código Civil, principalmente) por sobre la voluntad mayoritaria (expresada en las urnas) de que asuma al poder sin cortapisas una determina opción política; y otra tesis -b)-, que aboga por la prevalencia de la voluntad y de la soberanía nacional expresada (basada en la jurisdicción de la Ley Electoral y de Partidos Políticos).
Si de intenciones se trata, la contraposición planteada se podría presentar como la de una tesis sesgada hacia la búsqueda de “la legalidad” mediante la aplicación de la letra muerta y los entramados del sistema (con lo que pretende la preservación del estatus quo por temor al cambio); y la de otra tesis, orientada a la búsqueda de cambios en el sistema, fundamentada en la razón otorgada por el poder expresado en las urnas por parte de la mayoría. Y esto todo, en el contexto innegable de tratarse de un país sometido a un régimen manejado por la corrupción y la arbitrariedad; que necesita cambios.
Vista así las cosas, pareciera que el desafío consiste en saber encontrar una fórmula para dirimir la contradicción entre las jurisdicciones esbozadas; y resulta importante reconocer cómo, en principio, en nuestro país sí se cuenta con las vías para hacerlo. El punto clave reside en identificar la manera apropiada de hacerlo. Y calibrar si es realizable.
Es necesario revisar la viabilidad de las opciones porque, con el correr del tiempo, cada una de ellas ha ido adquiriendo tonalidades de inviabilidad debido a diferentes circunstancias. Circunstancias que, en el presente momento, parecieran confluir hacia la composición de una tormenta que debemos saber evitar o capear. Es el momento de fortalecer la presencia de un Alejandro Magno expresión nuestra que pueda deshacer nuestro particular Nudo Gordiano.
Para esclarecer el panorama, se debe tener claridad sobre varias cosas. La principal de ellas se refiere al imperativo de no pretender que algún régimen institucional pueda concebirse para subsistir inmutable per saecula seacularum. Todo está y debe estar sujeto a cambios, a evoluciones que se deben saber realizar por sí mismas o con el acompañamiento de la inteligencia. No es posible concebir las realidades político-sociales como estáticas ni, tampoco, su natural acompañamiento o expresión jurídica. En el caso de Guatemala, también aplica esto; referido al régimen político electoral.
No debemos olvidar que en Guatemala, el clamor por una refundación del Estado, por una reforma profunda del Sistema Electoral y de Partidos Políticos y una serie de otras necesidades más específicas (como el asunto de la justicia ancestral, por poner un ejemplo de todos conocido), no es nada nuevo. Viene de mucho atrás y no es asunto que apenas se esté develando en la actualidad y que se le deba tildar de subversivo. En la actualidad, lo que es novedoso es cómo se está llegando ya a la auténtica urgencia (¡que ya no simple necesidad!) de realizar cambios…
A las eventuales opciones para realizar la evolución necesaria (LA RESOLUCIÓN DE NUESTRO NUDO GORDIANO), se presentan varios obstáculos:
A. La Corte de Constitucionalidad, como entidad facultada por la Constitución para dirimir asuntos que afecten el orden constitucional y los conflictos jurisdiccionales en temas constitucionales, no merece ya la confianza necesaria para ser ella la que se encargue … Esto, es muy preocupante.
B. Las reformas vía consultas o elecciones (Congreso de la República), tampoco gozan de credibilidad porque no se cuenta con la existencia de partidos políticos serios, confiables y representativos… Esto es alarmante.
C. No existen líderes auténticos, en los cuales se pueda confiar… Esto, es decepcionante.
En nuestro país, no hemos comprendido aún que el inicial “pacto social”, plasmado en nuestra actual Constitución Política, es un pacto que debe evolucionar. Aunque no articulada de esa manera, la actual obstinación de unos por mantener el estatus quo, no se trata ya de la contraposición a un aparente “capricho” histórico en solitario (el ascenso al poder político de una nueva fuerza) si no que a un “bolsón” de necesidades desatendidas, que se han venido acumulando y que ya no encuentran un drenaje natural para desaguar.
La actual coyuntura con la existencia de un movimiento político emergente que es fuerte (mayoría general), con un ideario político mesurado y realista (programa de gobierno) y un liderazgo hábil para el desempeño gubernamental en una coyuntura como la actual (dialogante, bregada en la resolución de conflictos) y consciente del momento histórico que vive Guatemala, es una oportunidad que no debemos desaprovechar. Si su bandera es la necesidad de la instauración de un sistema realmente democrático en el país, seguramente apueste porque lleguen a existir partidos consistentes como tales, claros en sus posiciones ideológicas y aptos a contribuir a un desarrollo nacional equilibrado. Un auténtico enriquecimiento del sistema político partidista.
Si a esta nueva conciencia nacional articulada políticamente, se le sabe reconocer su potencial y si se le permite ejercer gobierno de manera natural, probablemente que se pueda confiar en que ese movimiento actúe como la energía y como el catalizador que extrañamos. Energía hábil para sentar las bases de un sistema democrático en el que los partidos que jueguen ofrezcan ideas con sentido y con sustento. Energía inteligente para promover la existencia de partidos que lleven al Congreso a personajes honestos y portadores de propuestas inspiradas en las auténticas necesidades del país. Y energía que por su propio porte y estatura nos aleje del triste espectáculo de contiendas políticas como la recién pasada: vacía; plagada de diatribas; sin líderes si no que más bien atiborrada de políticos de barricada o de tarima, y agitadores, sin amor al país si no que a sus particulares intereses.