Edmundo Enrique Vásquez Paz

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La semana anterior, en un artículo titulado ¿Dispuestos a echar pan en el matate?, hacía referencia a la necesidad de contar en el país con entidades serias y dignas de confianza que puedan ofrecer a la ciudadanía información y criterio fiable. Información y criterio -sobre todo en la dimensión formal, técnica y hasta científica- en los distintos temas de interés nacional. Información y criterios desapasionados; orientaciones con sustento que pueda significar la base para las diferentes construcciones que deriven los que están concentrados en la práctica, en lo real y que -necesariamente- deban adoptar de manera creativa e innovadora en su afán por defender sesgos desconocidos que surgen de la práctica social real.

Y es sensato pretenderlo. Pienso yo. Ejemplo de esa necesidad -porque se nota su carencia- la podemos ver claramente en estos días. En medio de la actual crisis nacional, se presenta con bombos y platillos a un puñado de “expertos” -consagrados así por nadie más que por ellos mismos-, con la pretensión de ser incuestionables por los legos, con opiniones casuísticas orientadas, de manera evidente, a lograr la desarticulación “legal” de un partido que les disgusta, argumentando, como evidente fachada, que lo que hacen es con el propósito de preservar el régimen democrático existente … Y no se cuenta con una institución digna de credibilidad que pueda opinar -con la autoridad que le da el reconocimiento popular de su honorabilidad- qué principios doctrinarios y qué valores son los que deben prevalecer al momento de hacer una interpretación de las leyes vigentes y derivar opiniones. Una entidad que permita apreciar, desde sus fundamentos, la “razón” y la “sinrazón” así como la mala o la buena fe que pueden amparar las diferentes disquisiciones.

Pero, también es sensato reflexionar de manera seria sobre una enorme deficiencia que como que no queremos notar y, así, empezar a subsanarla. Coincido con Manuel Jiménez de Parga, quien en su libro La ilusión política (1993) apunta que “[…] sin sindicatos y sin asociaciones empresariales, no hay democracia; sin asociaciones culturales, vecinales, recreativas, deportivas, no hay democracia.” Y, para el caso de Guatemala, lo llevo a un plano más operativo.

Los últimos acontecimientos políticos nacionales ya nos deberían haber hecho patente que adolecemos de la tremenda deficiencia de no poder reaccionar de manera pronta y organizada ante demandas de carácter nacional y que exigen alguna expresión unificada. Y, esto, nos debería hacer reaccionar.

Y no es que esté yo proponiendo la existencia de un partido único o la instauración de un régimen totalitario. Todo lo contrario. Abogo por la expresión diversa pero consciente, articulada y ágil en el actuar. Y abogo, de manera particular, por la capacidad de esas múltiples expresiones en el sentido de reconocer, entre ellas, qué es lo que las une en los diferentes momentos y saber forjar alianzas que fortalezcan la defensa o el trabajo para el logro o satisfacción de esas necesidades que les son comunes.

No nos debemos engañar: esa posibilidad de sumar de manera sinergética (uniones que alcanzan mayor energía que la simple suma de sus energías individuales) no la tenemos en Guatemala y la debemos saber forjar. Con el espíritu de estar preparados (organizados) para futuros momentos en que esas sumas serán requeridas. No una forja circunstancial y casuística (como la que se puede pretender cuando, ante una determinada circunstancia, se empieza a pretender que se establezcan alianzas políticas entre partidos o movimientos que, en rigor, no lo son). Esta es, a mi criterio, la “razón” por la cual la “sinrazón” prevalece … o pretende prevalecer.

Ya meditando sobre lo que podría ser el origen, la causa o la explicación de esa nuestra deficiencia en términos de ser una sociedad que carece tanto de (suficientes) organizaciones serias y amplias como de capacidad de articularse entre ellas para conformar alianzas o frentes en situaciones de especial necesidad, me vienen, invariablemente, diferentes ideas a la cabeza.

¿Será porque, por alguna singular razón, los guatemaltecos nacemos con la particular característica de ser incompetentes para identificar a qué grupo de interés pertenecemos realmente (etnia, estrato económico, grupo social, género, gremio, profesión, …) y a veces hasta nos da vergüenza reconocernos como tales? Esto nos dificulta reconocer a “los otros” con los que nos deberíamos identificar y abogar juntos por nuestros intereses grupales … Pienso que puede ser una razón para explicar el por qué no existen partidos políticos ideológicos o programáticos surgidos de “las bases” … porque es difícil que se conformen “bases”, esto es: agrupaciones que reconozcan qué necesidades los unen y los representan … porque dudamos y no sabemos identificar cuáles son nuestros verdaderos intereses de grupo … porque no sabemos identificar a qué grupo pertenecemos …

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Sería interesante meditar rigurosamente sobre estos aspectos. Encontrar alguien que lo asuma con conocimiento y seriedad. ¿No será que tan solo son fantasiosas elucubraciones?

Más interesante aún, sería poder conversar sobre ello.

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