Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Cuando se habla de elecciones y se empieza a reclamar que no hay buenas opciones, que no se ofrecen propuestas consistentes e idóneas, que los partidos políticos no son tales y que es todo esto lo que mantiene la permanente ruina nacional, se están emitiendo juicios que, no solamente son parciales; también implican una deformación irresponsable de lo que es la realidad. Porque no distingue actores y no reconocen la responsabilidad de cada uno.

Claro que es cierto que la oferta de por quién votar carece, en su gran mayoría, de contenido y de seriedad. Pero, también es cierto que toda esa flora indeseable de partidos y de políticos no emerge ni de pronto ni a escondidas. Surge, así como la mala hierba -que crece y se da en los jardines o en los huertos en los que los dueños no ponen ningún empeño en mantenerlos sanos-, en las labores en las que sus propietarios no se esfuerzan en que se den flores hermosas o verduras admirables.

Una mala señal en el sentido de lo anterior es cómo, en este nuestro querido país, cuando nos atrevemos a hablar de “política” (¡algo que nos han enseñado que hay que evitar y que, todos los “civilizados y juiciosos”, siguen a pie juntillas!), nos limitamos a intercambiar impresiones, casi tipo chisme, sobre las personas que están en la palestra.

La muestra contundente de lo difundido y lo dañino de esta mala señal, se puede apreciar cuando, en la mayoría de las (escasas) discusiones serias alrededor de temas políticos que se pueden observar, no se discute sobre el contenido de las ofertas o programas (los Objetivos que persiguen las agrupaciones o los líderes) o de los grandes modos o formas generales de proceder (los “principios” o pautas ideológicas de cada una) y de su conveniencia o no para los intereses de los grupos de interés a los cuales, de hecho, pertenecen los que participan en esos intercambios,… o de lo inspirador que pueda parecer lo que se esté proponiendo…

Seguramente, a todo esto contribuye el que, en nuestro país, existe una alarmante falta de conciencia o de identidad, por parte de cada uno de nosotros, sobre los grupos de interés a los que auténticamente pertenecemos y nos deberíamos deber… Por esa razón, no solamente desconocemos cuáles son “los intereses que nos deberían interesar” si no que no estamos en condiciones de reconocer qué partidos políticos, qué programas o qué líderes podrían representar un apoyo real a nuestros intereses étnicos, de sector, de gremio o de grupo.

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