Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Circula un breve video en el cual el político chileno Carlos Matus (1931-1998) expone de forma directa, concreta y contundente cuáles son, a su modo de ver, los más importantes problemas por los cuales la política latinoamericana no funciona. Aplican totalmente al caso de nuestro país y es por ello que ameritan ser difundidos. Quizá con la intención de alentar a la reflexión y animar a la búsqueda de soluciones que nos saquen de la condición en la que nos encontramos.

No son ideas nuevas; lo que es nuevo es la manera en la cual se tratan. Matus las articula con la voz de la experiencia, con solidez crítica y con espíritu de construcción; credenciales suficientes para esperar que sus enfoques se vuelvan “de salón” y se permita discutir en nuestro país sobre grandes verdades que, aunque conocidas por todos, no se abordan de la forma en que debería hacerse para, realmente, acometer su solución en la práctica.

Mi contribución en el desarrollo de esta temática, la limito a comentar con sabor nacional, esto es: tratando de interpretar las ideas de Matus para su utilidad en nuestro medio.

Inicia Matus apuntado que el fracaso general de la política en Latinoamérica no es un asunto de falta de inteligencia (sobre todo si se refiere a “los políticos”). Literalmente, dice él que es un…

“[…] problema de la generalizada y profunda convicción de que la política no exige ni teoría ni método; que la política es casi puro arte […] Y yo creo que hacer práctica política presenta problemas complejísimos sobre los cuales la universidad en nuestro país está de espaldas […] La política es un arte, es cierto. Un arte que aún no entendemos. Pero no hay ningún arte en el mundo [cuyo ejercicio y práctica no se pueda perfeccionar aprendiendo técnicas y aplicando métodos adecuados]”.

 “[…] las dirigencias políticas creen que basta con la improvisación, con la experiencia y el buen sentido y la profesión que se adquirió en la universidad para gobernar […] Creen que un buen médico puede ser un buen Ministro de Salud, que un buen economista puede hacer buena política económica… Falso, NO puede”.

En Guatemala, está difundida la creencia de que el político –por el simple hecho de circular como si oficiara ese oficio– está, además, calificado automáticamente para ejercer como funcionario en cualquier cargo.

Lo anterior, se puede atisbar desde, por lo menos, cuatro perspectivas: la perspectiva de los partidos; la perspectiva del público en general; la perspectiva de los diferentes gremios; y la perspectiva de los que se consideran políticos a sí mismos.

Desde la perspectiva de los partidos políticos, la tendencia a, por ejemplo, ocupar los puestos de ministros con el criterio de que deben ser profesionales relacionados directamente con el ramo, se podría explicar de diferentes maneras. Una de ellas podría ser que, por ser los partidos instituciones improvisadas y, por ende, sin tradición en el ejercicio directo o indirecto del poder público, al verse ante la necesidad de constituir Gobierno casi “por feliz accidente”, se ven en la necesidad de recurrir a personajes de los que asumen, por el hecho de estar relacionados con el tema por causas de su profesión u oficio, que deben conocer el asunto de la cartera ministerial que se les encargará

Es una manera de encubrir la gran deficiencia que tienen, consistente en desconocer institucionalmente -como partidos políticos que son- lo que bien deberían conocer: no necesariamente lo técnico sino, más bien, los entramados relacionados con el ejercicio práctico del poder público en cada uno de los grandes temas o carteras. Solo imaginen, estimados lectores, el efecto que puede tener que un nuevo –improvisado- Gobierno, disponga poner al frente de la cartera de Educación a un reconocido pedagogo, ignorando que buena parte de su gestión la deberá dedicar a desentrampar la actividad de la cartera sabiendo negociar y renegociar diferentes aspectos con unos sindicatos que ¡hay que ver! Y lo mismo en Salud, Infraestructura, Minas, Medio Ambiente,…

Desde la perspectiva del público en general, podría pensarse que acepta ese proceder porque, desconociendo los planteamientos programáticos de los partidos entre los cuales ha tenido que elegir mediante sufragio –y el cotejo de programas a los que nunca tuvo acceso, probablemente, porque jamás existieron- y teniendo como único referente la persona y personalidad del ministro o ministros anteriores –conocidos públicamente tan solo por la mala calidad de sus gestiones- opta por cifrar sus esperanzas en el “renombre o fama” del nuevo personaje (a quien no puede acreditársele más que los eventuales títulos de estudios supuestamente realizados y cargos en entidades privadas que… nada que ver…).

La perspectiva de los diferentes gremios o colegios profesionales, resulta interesante. Si de ellos dependiera, probablemente en la mayoría de los casos aspirarían a que, por ley, estuviera contemplado que solamente egresados de tal o cual carrera o estudio pudieran llegar a ocupar tal o cual cartera ministerial. Lo que derivaría en casi proscribir los talentos o dones políticos de las personas -¡los políticos serios son necesarios!- como los atributos principales para ejercer puestos políticos y confinar esos cargos a ser de acceso exclusivo para tecnócratas o “colegiados activos”…

La última, la perspectiva de los que se consideran políticos a sí mismos, también es interesante.

Al margen de la gran incógnita que plantea esa situación en la que nos encontramos, consistente en que los políticos resultan ser personajes que se han auto ungido como tales (algo que debería resultar tan inaceptable en una sociedad como admitir como panaderos, como médicos o como constructores a los que, simplemente, se les ha ocurrido presentarse como tales), también resulta importante notar –y hacer notoria- una singularidad: entre los que se han auto ungido como políticos, existe una difundida confusión entre lo que es “ser político” y lo que es “ser funcionario” (o calificar para los puestos solamente desde el punto de vista técnico).

De esta confusión, deriva el triste panorama nacional consistente en contar con hordas de “políticos” esperando llegar al summum de sus carreras ejerciendo un alto puesto en el Ejecutivo… realizando maromas (como, por ejemplo, el difundido ejercicio del transfuguismo) para congraciarse con el poder Ejecutivo… sin quizás siquiera haber pensado jamás en el tema en el cual llegarían a “dejar huella” como exitosos integrantes del Organismo Ejecutivo, debido a sus auténticos y personales dones…

Posiblemente y de forma general, el fenómeno se deba atribuir a una causa principal: la ausencia de verdaderos partidos políticos, con la cualidad de ser estables y duraderos; con la condición de ser verdaderas asociaciones de afiliados conscientes de sus necesidades grupales y estar organizados de tal forma que sus organizaciones logren estar en condiciones de luchar de manera eficiente y civilizada -por intermedio de los más aptos de entre ellos-, por sus necesidades grupales, en el concierto de las otras organizaciones o partidos políticos que existan en el país y que, con igual derecho, deban actuar.

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