Edmundo Enrique Vásquez Paz

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En su balada El Aprendiz de Brujo, el gigante alemán Johann Wolfgang von Goethe presenta la muy atractiva y fantástica historia de un joven mago en época de adiestramiento que, en un momento en que su Maestro se ausenta, aprovecha para hechizar unas escobas con el propósito que asuman ellas la ejecución de una tarea que éste le había encomendado a él.

El trabajo era pesado –consistía en acarrear agua de una fuente cercana para llenar un enorme recipiente en la alcoba– y las escobas, conjuradas, lo hacen muy bien. Tan bien, que llenan rápidamente la piscina y siguen, siguen, sin detenerse…

Al joven aprendiz se le ha olvidado el contrahechizo; no sabe cómo detener la inundación y desespera. Intenta destruyendo a hachazos las escobas, pero sus pedazos se convierten en escobas completas que se multiplican y continúan acarreando agua sin ningún control. Cuando, de pronto, el gran hechicero retorna, encuentra la habitación inundada, las escobas acarreando agua como desquiciadas y, al aprendiz, enloquecido. Sabio, el viejo Brujo desencanta la escena:
“In die Ecke,
Besen, Besen!
Seids gewesen.
Denn als Geister
ruft euch nur zu diesen Zwecke,
erst hervor der alte Meister”) … y todo vuelve a la normalidad.

Al leer la balada, no sé por qué razón, apareció en mi mente –como un símil, podría decirse– un fenómeno que se da de forma exacerbada en nuestro país; consistente en lo que yo llamaría una “liberación de demonios” (las escobas, inicialmente ajenas a cualquier mal) dotados de enorme poder (su capacidad de acarrear agua), incapaces de ver ellos mismos el daño que causan (la inundación), con el potencial de multiplicarse y seguir contaminando (sus astillas se vuelven escobas completas con la misma energía y el mismo afán de acarrear agua y acarrear agua…), fuera de control (el aprendiz que las llamó a la vida para facilitar la suya ya no sabe cómo desactivarlas y retornar a la tranquilidad inicial). Y todo, en un contexto social a la espera de un Mesías que actúe como corrector de entuertos (el viejo Brujo).

Es difícil averiguar con certeza quién o quiénes han sido en Guatemala los aprendices de brujo que han concebido y liberado tantos demonios que en estos aires flotan: términos sueltos que saturan el ambiente evocando ideas incompletas, muchas veces equivocadas y siempre peligrosas, que se repiten y se repiten. Como en cajas de resonancia. Así como los hechizos, que activan cuerpos inertes y los habilitan para pulular maltrechos; escuadrones de pesadilla que se mueven como perfectos Frankensteins.

Si estamos de acuerdo con que el conjunto de demonios sueltos constituye una plaga que debemos erradicar, se me ocurre que deberíamos pensar en ser nosotros mismos (sin recurrir al advenimiento de un Mesías –el viejo Brujo, en la balada de von Goethe–) los artífices de tal proeza. Es necesario estar atentos e ingeniarnos cómo mantener en bridas a los demonios ahora sueltos y cómo atajar el surgimiento de nuevos. Puesto que no nos dejan en paz.

Denuncio uno, el más actual entre muchos otros demonios. Resulta que se está regando la noticia de que, según una reconocida entidad, Guatemala rankea entre los países en que sus habitantes son los más felices de la tierra… Novedad que es bienvenida por algunos, vista con sorpresa por otros y con preocupación por otros más. Los preocupados pensamos que, probablemente, se esté vaciando de sentido el concepto de felicidad y que, en breve, tendremos que aceptar que los guatemaltecos emigramos al Norte pletóricos de felicidad, que los bajos salarios son fuente de felicidad, que el porcentaje de niños desnutridos es índice de felicidad, que el analfabetismo funcional es modo de felicidad…

A futuro, ya no podrá haber partidos políticos tratando de engañarnos con que los presupuestos los emplearán en inversión social porque la masa entenderá que serán dineros utilizados para robarnos felicidad y, esto, pues claro que nadie lo quiere. Y, como todos desean ser felices …, ya nadie votará por ellos…

Vista así la cosa, tendremos que entender que los renegados de situaciones de injusticia, de desigualdad y de discriminación somos auténticos inadaptados (¿). Personas que vamos en contra de la corriente y del interés general porque despreciamos la felicidad que con tanta felicidad disfrutan los más felices ….

Se tendrá que realizar el tremendo esfuerzo de crear un nuevo término para referirse a un concepto que, como idea, es muy antiguo y difundido (en otros idiomas, llamado happiness, Glück, bonheur, felicitá …) y continúa existiendo según su contenido original, al margen de cualquier circunstancial denominación.

En Guatemala, deberíamos abogar por rescatar de las tinieblas el contenido auténtico de términos como Democracia, Estado de derecho, Derechos humanos, Bien común, Fraternidad y tantos más y no permitir que se utilicen para etiquetar entidades, movimientos, políticas, ideales y personas y exponerlas al juicio de la ignorancia … Con eso, podríamos llegar a tener conversaciones serias sobre cuestiones importantes y arribar a consensos reales sobre la esencia de las cosas. Sin dejarnos distraer por lo que no es sustancial.

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