Edmundo Enrique Vásquez Paz

post author

Son varios los espacios que conozco en los cuales ciudadanos bien intencionados tratan de reflexionar sobre la situación nacional, con la esperanza de encontrar puntos en común que nos permitan a los guatemaltecos acordar y realizar un trabajo entre todos, orientado a enfilara Guatemala por un camino de progreso.

La intención es genuina y necesaria porque solo si la gran mayoría estamos de acuerdo con un mismo rumbo general o básico, es posible imaginar un trabajo nacional con expectativas de éxito.

Se trata de una tarea que hay que saber emprender considerando muchos aspectos y correspondientes aristas. Para empezar, es conveniente que el espacio que se ofrezca para el intercambio de ideas y la identificación de construcciones grupales que sean de utilidad para lo pretendido, se diseñe considerando algunos elementos de principio. Varios de ellos, enfocados a que el intercambio se realice de manera relativamente eficiente y con la necesaria fluidez. Esto significa que es necesario recurrir al establecimiento de pautas de comportamiento que deben ser conocidas y respetadas por todos los que participen. A continuación, me referiré a algunas de ellas, inspiradas en lo que he observado.

En Guatemala, hemos perdido la capacidad de dialogar en buena medida porque no entendemos el concepto de diálogo como una posibilidad de intercambio orientada, en primera instancia, al conocer y al aprender de los demás. Esto implica el no participar con el ánimo de convencer a los otros de las creencias y de las ideas propias; algo que parece sencillo pero que, en la práctica, no lo es. A continuación, mencionaré algunos puntos que considero importantes.

Uno de los principales defectos de los intentos de diálogo reside en que los participantes, al criticar o al proponer, se olvidan de que las únicas críticas y propuestas que pueden tener sentido -y cabida- en procesos como en el cual están participando, son las de aplicación general (para todos) y que, en los espacios a los que nos estamos refiriendo no es apropiado partir de experiencias o aspiraciones de tipo particular o personal. El ejercicio a realizarse, así lo demanda. Las causas privadas se deben guardar para resolverlas en los espacios o instancias correspondientes. Esta disciplina es necesario mantenerla si el espíritu es, realmente, buscar acuerdos e impulsarlos.

En el sentido de lo anterior, existe un concepto en filosofía que se llama el “velo de la ignorancia” y que se refiere a lo importante que es el saber abstraerse de los intereses personales y “ponerse en los zapatos del otro” cuando se buscan fórmulas para lo que debe ser justo. Jostein Gaarder, en su libro “el Mundo de Sofía”, parafrasea esa utopía planteada por el filósofo moralista John Rawls de la siguiente manera:

 

“Suponte que eres miembro de un consejo muy serio que va a elaborar todas las leyes de una futura sociedad. Tendrían que evaluar absolutamente todo, pues nada más llegado al acuerdo y haber firmado las leyes, se morirían.

 “Pero después volverían a despertarse inmediatamente en esa sociedad para la que elaboraron las leyes. El punto clave es que no tendrían la más leve idea sobre el lugar que ocuparían en la sociedad.

 “Una sociedad de este tipo sería una sociedad justa. Porque habría surgido de “hombres justos””.

Otro elemento, también importante, es el no descalificar a los demás y, menos, a los que tienen ideas o visiones diferentes a las propias. El diálogo debe servir para acercar puntos de controversia y para ello, es necesario generar confianza entre los que participen. No debe olvidarse que el éxito de un ejercicio como el que se intenta, radica en contar con participantes que representen diferentes puntos de vista pero que tengan sus mentes abiertas a lo novedoso y estén dispuestos a construir.

Es muy común la distorsión consistente en buscarle a todas las ideas un origen ajeno al del que las está expresando. Se las trata de encajonar atribuyéndoselas -de manera cierta o no- a otros personajes, corrientes filosóficas o políticas o “agendas” de “fuerzas del mal”. Con ello, se está inhibiendo que las ideas sean expuestas. Se olvida que “no hay nada nuevo bajo el sol” y que es muy difícil que una idea sea auténticamente original. Siempre, todas, tienen alguna traza de origen ajeno. Esto es natural. Pero, debe reconocerse, en nada contribuye el etiquetarlas. Con ello, se descalifica el gran valor que tiene el hecho de que cada uno haya seleccionado y preferido ciertos planteamientos que, por esa razón, tienen gran mérito y, lo que es más importante: distrae la atención de lo que es medular: la esencia de las ideas, la esencia de las propuestas. Que es lo que debe interesar.

Artículo anteriorCartas de una Lechuza
Artículo siguienteAnte la nueva ola del Covid