Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Edmundo Enrique Vásquez Paz

Ya en mi anterior entrega, la número 2, correspondiente al desarrollo de esta temática sobre la Universidad, inicié con la referencia a dos muy ilustres pensadores del siglo XX. Son ellos, Don José Ortega y Gasset (a quién cité como JOG) y Arturo Uslar Pietri (citado como AUP) proponiendo a los que se solazan con denostar ideas recurriendo a juicios ad hominem que se entretuvieran tratando de identificarlos… En este mi presente texto, acabo con el embrujo y remito a los lectores a sus correspondientes obras y a las páginas en que aparecen las citas.

Un elemento de suma importancia para la conceptualización de lo que es y debe ser la Universidad está dado por lo que esa institución ha sido a través de la historia.

Arturo Uslar Pietri, en su obra La Universidad y el País, Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1962, señala que, “en todos los tiempos, las universidades (…) han estado al servicio de un gran designio nacional y humano. Han tenido una concepción del hombre y de su destino y han procurado formar los servidores y realizadores de esa concepción” (Uslar Pietri, 1962, p. 25) y apunta que son las universidades las que “han sido las grandes formadoras de la conciencia histórica y del destino nacional y humano” (Uslar Pietri, 1962, p. 28).

En el sentido de lo anterior, el mismo Uslar Pietri recuerda cómo la Universidad Medieval fue la realizadora para la Iglesia; la Universidad Humanista, para el Renacimiento; y la Universidad Científica y Nacionalista, para el Siglo XIX. “La Alemania del predominio europeo”, recuerda, “se hizo en las universidades alemanas” y apunta que, “desde el siglo XIII se supo del papel que las universidades podían desempeñar en la formación de una conciencia colectiva. Los grandes designios nacionales, para alcanzar toda la profundidad y eficacia necesarias, tuvieron como base una concepción cultural y científica formulada y mantenida en la Universidad” (Uslar Pietri, 1962, p. 29).

Por supuesto, se puede estar o no de acuerdo con lo señalado en el sentido de que esa deba ser la función primordial de la Universidad. Algunos opinan que su función se debe reducir a la de la formación de los profesionales que la sociedad y el sistema productivo predominante necesitan para mantenerse y reproducirse. Otros, proponen que la Universidad “no solo se debe conformar con producir los profesionales de la más alta calificación que las tareas del futuro exigen, sino que se debe empeñar en las labores de estudio, de investigación y de creación” (Uslar Pietri, 1962, p. 34).

Lo que es cierto es que alguna institución habrá de cumplir con el propósito de servir como formadora de la conciencia histórica y del destino nacional y humano, lo que significa “preparar el futuro y dar los hombres para realizarlo” (Uslar Pietri, 1962, p. 25). Esto, siempre será necesario. Llámese Universidad o no.

El aporte de Don José Ortega y Gasset a la elucubración y discusión en esta temática es de indudable valor. Él insiste en el concepto de “el hombre de su tiempo” y la función de la Universidad en establecerlo. A continuación, rescato algunos de sus pensamientos.

Al referirse a la concepción de la Universidad que corresponde a su propio país -la España de principios del XX pero, no por eso, reflexiones fuera de actualidad-, Ortega apunta críticamente que “en vez de plantearse, directamente, la cuestión de ¿para qué existe, está ahí y tiene que estar la Universidad? (…) se ha hecho lo más cómodo y lo más estéril: mirar de reojo (…) las Universidades de pueblos ejemplares” y enfatiza: “no importa que lleguemos a las mismas conclusiones y formas que en otros países; lo importante es que lleguemos a ellas por nuestro propio pie, tras personal combate con la cuestión substantiva misma…” (Ortega y Gasset, 1952, p. 315). Una indudable exhortación a la reflexión nacional sobre el tema de la Universidad.

Se pregunta Ortega y Gasset que en qué consiste la enseñanza superior ofrecida en la Universidad a la legión inmensa de los jóvenes, y concluye que en: a) la enseñanza de las profesiones intelectuales (profesiones prácticas) y b) la investigación científica y la preparación de futuros investigadores (ejercicio científico). Llegado aquí enfatiza, como cuestión fundamental, que no se atiende el inculcar CULTURA GENERAL (Ortega y Gasset, 1952, p. 319). Aspecto que, para él, es trascendental.

En siguientes reflexiones, José Ortega y Gasset es más claro a este respecto. Apunta:

“(…) cultura no es ciencia. Es característico de nuestra cultura actual que gran porción de su contenido proceda de la ciencia; pero en otras culturas no fue así, ni está dicho que en nuestra cultura lo sea siempre en la misma medida que ahora ( …) la ciencia es el mayor portento humano; pero, por encima de ella, está la vida humana misma que la hace posible” (Ortega y Gasset, 1952, p. 322).

“(…) la Universidad contemporánea ha (…) quitado casi por completo la enseñanza o transmisión de la cultura” en un mundo en el que “el hombre medio es inculto, no posee el sistema vital de ideas sobre el mundo y sobre el hombre correspondiente a su tiempo (…) Este nuevo bárbaro es, principalmente, el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también -el ingeniero, el médico, el abogado, el científico (…)” (Ortega y Gasset, 1952, p. 322).

“La Universidad consiste, primero y por de pronto en la enseñanza superior que debe recibir el hombre medio. Hay que hacer del hombre medio, ante todo, un hombre culto -situarlo a la altura de los tiempos (…) Hay que hacer del hombre medio un buen profesional” (Ortega y Gasset, 1952, 335).

Cita a Chuang Tse, “un pensador chino que vivió por el siglo IV antes de Cristo” con un párrafo que resulta muy elocuente para percibir la necesidad de la formación holística: “¿Cómo podré hablar del mar con la rana si no ha salido de su charca?, ¿Cómo podré hablar del hielo con el pájaro de estío si está retenido en su estación?, ¿Cómo podré hablar con el sabio acerca de la Vida si es prisionero de su doctrina?” (Ortega y Gasset, 1952, 323),

“La sociedad necesita buenos profesionales -jueces, médicos, ingenieros-, y por eso está ahí la universidad con su enseñanza profesional. Pero necesita, antes que eso y más que eso, asegurar la capacidad en otro género de profesión: la de mandar (…) la de saber ejercer la presión e influjo difusos sobre el cuerpo social” (Ortega y Gasset, 1952, p. 323). Una clara y necesaria alusión -interpreto yo- a la función de la Universidad como formadora de las generaciones que deberán saber asumir con consistencia y con valores, la dirección y la orientación de las tantas instituciones e instancias de las que se constituye la sociedad, tanto en la esfera privada como en la pública.

“Importa que los profesionales, aparte de su especial profesión, sean capaces de vivir e influir según la altura de los tiempos (…) Es ineludible crear de nuevo en la Universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que el tiempo posee” (Ortega y Gasset, 1952, p. 347). Un tiempo que -esa es mi personal opinión- no es solamente el de la civilización, en general, si no, también, el de cada nación en su momento o tiempo histórico particular.

“Quien no posea la idea física (no la ciencia física misma, sino la idea del mundo que ella ha creado), la idea histórica, la idea biológica, ese plan filosófico, no es un hombre culto. Como no esté compensado por dotes espontáneas excepcionales, es sobremanera inverosímil que un hombre así pueda en verdad ser un buen médico, un buen juez o un buen técnico. Pero es seguro que todas las demás actuaciones de su vida o cuanto en las profesionales mismas trascienda del estricto oficio, resultarán deplorables. Sus ideas y sus actos políticos serán ineptos; (…) llevará a su vida familiar un ambiente inactual, maniático y mísero (…) y en la tertulia del café emanará pensamientos monstruosos y una torrencial chabacanería” (Ortega y Gasset, 1952, p. 324).

“Es preciso que el hombre de ciencia deje de ser lo que hoy es con deplorable frecuencia: un bárbaro que sabe mucho de una cosa” (Ortega y Gasset, 1952, p. 347) “De aquí la importancia histórica que tiene el devolver a la Universidad su tarea central de “ilustración” del hombre, de enseñarle la plena cultura del tiempo, de descubrirle con claridad y precisión el gigantesco mundo presente, donde tiene que encajarse su vida para ser auténtico” (Ortega y Gasset, 1952, p. 344).

“La Universidad ha de imponerse como “poder espiritual” superior (…) representando la serenidad frente al frenesí, la seria agudeza frente a la frivolidad y la franca estupidez” (Ortega y Gasset, 1952, p. 349).

Hasta el momento, mis aportes en esta pequeña serie de artículos se han referido, más bien, al concepto de Universidad de manera ideal y abstracta. En mi siguiente entrega (U4), incursionaré en lo que es la problemática de la Universidad, como institución, en el caso concreto nuestro país, tocando el aspecto que, a mi criterio, constituye el punto medular al que se puede atribuir la crisis por la que el país y ella atraviesan: su incapacidad homeostática.

Bibliografía:

Arturo Uslar Pietri, La Universidad y el País, Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1962.

José Ortega y Gasset, Misión de la Universidad (1930), en Obras Completas, Tomo IV, Revista de Occidente, Madrid, Segunda Edición, 1952.

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