Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Edmundo Enrique Vásquez Paz

Pienso que el espectáculo de lo que sucede en Ucrania nos debería llevar a un nivel de análisis distinto del que estamos siendo testigos; ese análisis con sus perspectivas militares, perspectivas diplomáticas, síntesis históricas, prospectivas económicas …

Considero que estamos perdiendo la perspectiva al darle desmedida importancia circunstancial al caso concreto y olvidarnos que estamos ante la presencia del ensayo de una nueva manera de desarrollar los conflictos entre potencias y, también, entre ellas y países de reducido tamaño y poder.

La etiqueta de “mundial” (… Guerra Mundial…) que se le da a la confrontación, me parece que es cierta solamente en la medida que el tema se ha vuelto de interés, de preocupación y hasta de causa generalizada para despertar el sofoco, la ansiedad y el desequilibrio psicológico de la masa mundial de habitantes que actualmente somos (y que seguimos las “noticias”). Esto, porque nos vemos alimentados por los medios de comunicación masiva con comentarios y novedades que hacen con nuestro subconsciente, literalmente, lo que les da la gana (a ellos y a sus dueños). Lo de “lo nuclear” y consecuente asociación con el III gran conflicto yo, personalmente, más lo asocio con aquello de “espantar con el petate del muerto” … espero tener razón.

En realidad, nos encontramos ante una guerra mediática insólita en la que las partes en conflicto, diferente a como ha sido tradicional -pues, tradicionalmente, las potencias, sus guerras las han desarrollado muy al margen de lo que puede ser el “consentimiento” popular-, ahora parecen haberse apostado a ganar adeptos de la plebe a sus particulares causas.

Es algo que nos debería pre-ocupar porque el caso actual resulta inédito en cuanto a su intensidad y alcance. Aunque sí ha habido versiones anteriores, generalmente esas han sido con el propósito de sesgar las voluntades de espectadores en tribunas especiales (caso de los votantes latinos sitos en Miami ante regímenes como el de Cuba -desde siempre- o el caso de Noriega -cuando el retorno del Canal a Panamá-), en la gran mayoría de casos han sido intervenciones machistas de regímenes cuya fortaleza la cifran en el no retractarse de posiciones asumidas puesto que, hacerlo, piensan que tendría signo de debilidad. “Este macho es mi mula” sería el refrán apropiado para la guerra de Vietnam, la invasión al Tíbet y las intervenciones de las superpotencias en Afganistán.

¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Se estará ensayando una nueva modalidad para establecer los criterios para determinar quién es el que domina, quién es el auténtico dueño del poder? ¿De qué tipo de poder se estará hablando? ¿Se estará probando un sistema “democrático” (1 persona o voluntad = 1 voto) de nueva generación para afinar el cómo para llegar a su futuro establecimiento? ¿Tendrá sentido tratar de fundamentar el poder en la cantidad de público abonado a una causa? ¿Cuál será el truco, cuál será la trampa? ¿Será que el poder se va a fundamentar en la cantidad de Zombies con la que cuente cada bando? ¿Qué poder escondido será el que encarnará cada Zombie como para que resulte siendo tan importante contar con su respaldo o venia y, habiéndolos juntado, cuidarlos como enjambres de abejas africanizadas habiendo sido domesticadas?

Así vistas las cosas, cualquiera diría que éstas son reflexiones inútiles, pletóricas de ingenuidad. Aunque, … quizá valga la pena jugar con ellas a la espera de encontrar otras preguntas y, consecuentemente, otras respuestas; respuestas que puedan parecer más próximas al mundo de lo real. ¿O será que nos encontramos ante el portal de ingreso a los multiversos de lo virtual?

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Entretanto y por de pronto, en un intento de encontrar criterios para distinguir la verdad, probablemente valga la pena probar un método que facilite aplicar la razón antes de exponerse al espectáculo de hechos que – ¡es natural y lamentable! pero se dan en conflictos de este tipo-, fácilmente se pueden manipular para despertar en los testigos o espectadores sentimientos y hasta instintos que no necesariamente ayudan a mantener la necesaria imparcialidad al momento de analizar.

Es un ejercicio que, eventualmente, sea conveniente iniciarlo auscultando casos pasados. La recomendación es, a partir de la identificación de cada caso, proceder a la búsqueda de todos los posibles sectores involucrados en términos de haber obtenido beneficios o haber sido afectados negativamente con el desarrollo de cada una de las conflagraciones. Se recomienda ser lo más exhaustivo posible en esa búsqueda de “grupos de interés” (incluir desde los que se alegran fabricando y vendiendo armas -y generando nuevos puestos de trabajo-, hasta los que hacen negocios con la energía, pasando por los que se interesan en la propiedad de recursos mineros de diferentes colores y pesos atómicos o los que se especializan en reconstruir puentes o lucrar con el hambre) y no prestarle demasiada atención a la bandera de las naciones involucradas. Esto, porque la realidad enseña que, en buena medida, los gobiernos no necesariamente representan los intereses de sus connacionales si no que los de las entidades o grupos que los “patrocinan”.

Un ejercicio como el anterior permitiría identificar “grupos de interés ganadores” (+) y “grupos de interés perdedores” (-). Vislumbrar la magnitud de sus respectivos Balances de pérdidas y ganancias, sería un importante avance. Si, además, se aplicara a lo largo de períodos aceptables de tiempo (por ejemplo, medio siglo) y si se consideraran todos los conflictos sucedidos en el orbe durante ese lapso que respondieran al grado de importancia necesario para sacar conclusiones, ello permitiría distinguir con mayor claridad no sólo a los auténticos responsables de cada conflagración si no algo que resulta mucho más importante: distinguir o identificar cuáles son los grupos de interés que realmente tienen y han tenido el poder en este planeta.

Y revelarnos, ¡una vez más!, que, así como lo ha sido a lo largo de toda la historia, son los niños, los viejos, las mujeres y los hombres de trabajo, los únicos que -con todo el sufrimiento a cuestas- pierden. Es lamentable que no tengamos la suficiente capacidad para percibir que, así como aquellos, nosotros. Aunque sea un poquito después. Y sigamos embelesados o hipnotizados bajo el signo de los medios de difusión.

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