Edmundo Enrique Vásquez Paz
Existe un principio al que hice referencia en un anterior artículo (“El Principio de Peter y el tamaño del tacuche (A)”, La Hora, 2022/03/04) que se da en el mundo empresarial y se refiere a un fenómeno singular: cuando se promueve a un empleado ascendiéndolo a una posición de mayor responsabilidad, no necesariamente se está tomando una decisión acertada. Contrario a lo que se podría pensar, las estadísticas indican que, mucho más frecuente de lo esperado, se obtiene una situación de pierde-pierde.
Un ejemplo de lo mencionado puede ser el de un excelente mecánico automotriz a quien en el Taller lo premian promoviéndolo a Jefe de mecánicos, a cargo de todo el equipo. Como fue un ascenso sin haber identificado el auténtico potencial del candidato y sin haberlo preparado, ese nuevo Jefe corre el alto riesgo de ser malo en su nuevo cargo. Con lo cual los clientes a quienes bien servía se quedan sin él -lo pierden- y la empresa no gana un mejor empleado.
La figura del Principio de Peter se puede bien emplear para describir y explicar fenómenos similares en planos más complejos, como el de personas jurídicas de variados tipos (asociaciones, sociedades anónimas, instituciones de gobierno, para mencionar algunas).
Ahora que se aproxima el evento de la elección de Rector de la Universidad de San Carlos, ahora que se vuelve a poner a discusión la precaria situación en la que se encuentra esa universidad y que se evidencia que es un problema que se repite -aunque sea de distinto modo e intensidad- en el caso de las diferentes universidades privadas que constituyen la Universidad nacional como sistema, resulta oportuno ensayar la aplicación del Principio de Peter a esa Universidad nacional vista como conjunto.
Como punto de partida, es necesario identificar lo que se ha entendido por “universidad” a nivel de institución en el país. Si se sintetiza lo que las Constituciones de la República vienen preceptuando como las funciones de la Universidad nacional desde la de 1956, pasando por la de 1995 hasta la actual (1985), bien se puede señalar que se trata de “el conjunto de las instituciones sociales de enseñanza superior y educación profesional, de promoción de la investigación científica y difusión de la cultura, y de cooperación en el estudio y solución de los problemas nacionales” (Vásquez Martínez, E. La universidad y la Constitución, Editorial Universitaria, 1966, p. 40).
Seguidamente, debe señalarse algo en el sentido del significado que tiene el hecho de que en una Constitución Política no solamente se reconozca la institución Universidad si no que se le atribuyan funciones específicas. Esto es importante porque, siendo que la finalidad de las constituciones es la de limitar al Gobierno, en este caso específico se le quitan las funciones destinadas a la enseñanza superior y la educación profesional, a la promoción de la investigación científica y difusión de la cultura, y a la cooperación en el estudio y solución de los problemas nacionales; y se preceptúa que sea la Universidad quien las asuma con exclusividad. Se trata de atribuciones que se le han quitado al Gobierno “por razones de orden político y administrativo” pues la Universidad “no debe estar sujeta a la eventualidad de los cambios políticos y de la arbitrariedad” (Vásquez Martínez, E., op cit, p. 25).
A principios de la década de los 60, el pensador venezolano Arturo Uslar Pietri (“La Universidad y el país”, Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela, 1962, p. 13 y 14) presentaba la situación de la universidad venezolana como una institución que “no funciona de un modo satisfactorio. Está sobrecargada de estudiantes […], el rendimiento de la enseñanza es bajo, el nivel medio de conocimiento del estudiantado es francamente deficiente, muchos de los profesores carecen de aptitudes docentes y los más de ellos no alcanzan a cubrir los programas de sus respectivas materias […], el nivel científico y profesional de los egresados deja mucho que desear. Esto significa que nuestra Universidad no es, siquiera, una aceptable fábrica de profesionales, para poder, ni remotamente, pretender ser un centro de investigación, de creación, de progreso científico y de formación de sabios, de investigadores y de hombres de la más alta calificación en las diferentes disciplinas científicas ni técnicas”.
Transcribo el párrafo anterior, no con el ánimo de ofrecer el diagnóstico de la situación prevaleciente en nuestro país como producto del cotejo del ser con el deber ser. Habrá divergencias, habrá matices, habrá diferentes maneras de apreciar y calificar la situación prevaleciente en cada una de las universidades que constituyen el sistema completo de la Universidad nacional. Lo hago porque con seguridad no está alejado de la situación presente y porque, “a buen entendedor, pocas palabras”…
Lo transcribo con el propósito de mantener en la mente lo que debería ser la aspiración de la adecuada gestión de la Universidad en y para el país y para que sirva de punto de referencia a mi reflexión sobre la Universidad y el tamaño de su tacuche desde la perspectiva del Principio de Peter. Es una imagen que refleja la lamentable realidad. Misma que habría que componer. Así como el país se lo merece.