La ansiedad es ese estado de inquietud en el que el espíritu se encuentra suspendido entre el ser y el no ser. Digamos que es una experiencia metafísica porque se fundamenta en una especie de vivencia abstracta que, aun en su fantasía, trastoca y destruye. Nunca como hoy se ha hablado tanto de ese fenómeno tan dañino.
Es un tema de moda, sin que sea banal. No lo parece, pero la ansiedad corroe, erosiona con su presencia constante que abate el ánimo. Nos vuelve nerviosos sin que sepamos exactamente el objeto que lo provoca. Es un fantasma que nos persigue y a veces anida en nuestra alma para socavar las horas y volvernos infelices.
Las manifestaciones son múltiples, desde comerse las uñas, hasta jalarse los pelos. Mover los pies o balancear las piernas. Todo revela ese deseo de ayudar a liberar la energía acumulada o distraerse temporalmente de los pensamientos ansiosos. No es intrascendente la vivencia porque agota y convierte en grises los días.
Los expertos abundan en el tema. Se refieren a síntomas físicos, emocionales y conductuales. Entre los físicos, hablan de palpitaciones cardíacas, respiración rápida, sudoración excesiva, temblores, sensación de opresión en el pecho, dolor de cabeza, mareos, problemas gastrointestinales y tensión muscular.
En cuanto a los emocionales, se expresan en sensación de nerviosismo, de miedo, irritabilidad, sensación de pérdida de control, dificultad para concentrarse, la idea de que algo malo va a suceder, sensación de desconexión y preocupación excesiva. Hasta llegar a los síntomas conductuales, destacándose la dificultad para conciliar el sueño, comportamientos compulsivos, hiperactividad, aislamiento social y consumo excesivo de alcohol o drogas.
Escribir sobre la ansiedad puede que nos ayude a identificar el problema para hacer correctivos de comportamiento. No es sano mentalmente ese ruido continuo. Hay que cambiar de estación y registrar música más a tono, según el propósito de vida feliz a la que la mayría aspiramos. Un medio para ello, dicen algunos, es el espacio para la meditación.
Sí, ya sé que no hay tiempo, ni habilidad. Sin embargo, hay que considerarlo. Algunas de las virtudes de ese tiempo de solaz son la reducción del estrés, de la presión arterial, la mejora de la concentración, del sueño, del bienestar emocional y el fortalecimiento del sistema inmunológico.
La ansiedad mina nuestras vidas. Prueba de ello es ese estado duradero de irritabilidad que nos vuelve intratables. No hay que insistir demasiado, basta salir a la calle y verificar que no faltan los gritos, los malos modos y las manifestaciones que ponen en evidencia nuestros desajustes vitales, bastante enfermizos. No me excluyo de ese trastorno, por supuesto.