Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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La idea, según la cual nos consideramos la cima de todas las especies, si nos atenemos a la historia del pensamiento, se arraiga con fuerza en la Edad moderna. Quitamos a Dios para ponernos a nosotros mismos. Parece un humanismo, resituamos al hombre en el lugar que le corresponde, sin embargo tal y como ha sucedido es más un narcisismo que con el tiempo se ha extremado.

Todo ello contrasta con una tradición más humilde de la realidad. Esto es, la conciencia de las múltiples limitaciones. Nuestra incapacidad de ver, conforme las sombras que nos gobiernan y la ceguera congénita que nos impide distinguir por más luz que encontremos en el mundo. Así, tanto el error como las falsas certidumbres serán la moneda común de nuestra naturaleza más bien caída.

De ambas lo más lamentable, en mi opinión, es la ceguera. No somos conscientes de las escamas que cubren nuestros ojos y obstruyen la visión. Ignorarlo expone las acciones al ridículo público cuando afirmamos con desparpajo (¡la ignorancia es atrevida!). Sin escrúpulos, pontificamos y exponemos nuestras doctrinas excátedra pretendiendo la sabiduría que predicamos sin rubor e incluso con orgullo.

Es muy triste porque el error, muchas veces de naturaleza moral, está a la vista. Pero no lo vemos. Y aunque insistan los amigos, quienes nos quieren, tanto la condición natural como la inclinación porfiada, juegan en contra nuestra. Más aún cuando no tenemos el hábito reflexivo que nos permitiría, si no la corrección oportuna, el aprendizaje postrero para ser mejores.

Algo cambiaría si reconociéramos las imperfecciones, la ceguera en primer lugar. La comprensión de que las intuiciones son escasas, ya no solo por lo poco que cultivamos en nuestro interior (en la intimidad) el pensamiento, la elucubración o la crítica, sino por la incapacidad de leer la realidad, según un alfabeto escrito en caracteres que nos es desconocido.

De ese modo, más que interpretar la realidad desde los hechos, la desfiguramos. Nos apropiamos de ella desde la visión limitada de los años, los prejuicios y los malos hábitos. La perspectiva no puede ser peor cuando al mismo tiempo retorcemos la evidencia con maledicencia para sacarle provecho. Aquí la degeneración moral alcanza un grado de rango superior donde casi todo se pierde.

Edgar Morin, con toda razón, refería que la educación debe empezar con esa conciencia de nuestra ceguera. Y nos advierte que, como Descartes, no podemos estar seguros de los juicios. Dudar sería nuestra piedra de toque en un universo oscuro, lleno también de mentiras construidas por espíritus egoístas. Asumamos los límites y renunciemos a la arrogancia tonta de sentirnos superiores frente a los otros.

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