Las elecciones que se aproximan en los Estados Unidos constituyen una prueba de fuego para su democracia. Lo que ocurra afectará al mundo entero tanto por el resultado de la calidad del elegido como por los efectos morales que impactarán sobre los numerosos ojos que lo atestigüen.
Lo primero que se verificará será el poder de manipulación de quienes manejan el cotarro político a través de la narrativa promovida desde las redes sociales. Aquí la alianza con las grandes empresas tecnológicas será vital por el poder que ejercen en el manejo de las conciencias por medio de los algoritmos hiperespecializados. Veremos hasta qué punto llega el descaro para inducir el voto.
Otro elemento de prueba será el del sentido crítico de la ciudadanía. Algunos quizá se refieran a «la madurez política» de los electores que tendrán que agudizar la inteligencia, el instinto y la memoria histórica para decidir bien. Para ello, es fundamental un sexto sentido que permita el milagro del voto responsable. No es menor la tarea de noviembre.
Las elecciones establecerán la catadura moral estadounidense. Conoceremos el fundamento de sus decisiones y la perspectiva donde se asientan sus valoraciones. Su calificación permitirá saber si la sociedad está enferma y necesita atención hospitalaria inmediata o si se trata de un paciente con afección mínima por su capacidad resiliente.
No hay que anticiparse, pero me parece que Norteamérica está en crisis. Y aunque su padecimiento es multifactorial todo hace pensar que derive del sistema que privilegia el capital y el consumo. Digamos que es un tumor cancerígeno resultado de una praxis despojada de anticuerpos y defensas. La pobreza, la desigualdad y la cultura materialista han abonado a esa crisis que amenaza la tradición democrática arraigada en ese país.
A eso hay que sumarle el fracaso de la clase política que no ha estado a la altura de los tiempos. Ni los Republicanos ni los Demócratas han contribuido al bien de los Estados Unidos. Todo por el abandono de los principios y los ideales, según los cuales son la base para el desarrollo de una sociedad. Así, a la falta de convicciones se suma la ausencia de políticas públicas integrales para la promoción social.
Términos semejantes se puede decir de su clase privilegiada. Los ricos han medrado y adormecido sus conciencias. Su vileza nunca ha sido tan evidente, tanto como la falta de empatía con una sociedad que desconoce y critica desde una posición arrogante. Interiorizada su filosofía que extrema el individualismo, los multimillonarios se han refugiado en sus santuarios huyendo de una chusma con la que no quiere dialogar y que invisibiliza irresponsablemente.
Las elecciones están a la puerta y se presentan con nubarrones. Veremos cómo acampan los electores y el nivel de audacia para ponerse a salvo. Aunque los milagros cada vez son menos probables, no excluyamos sorpresas. Por lo que a mí respecta, nada me haría más feliz que un acontecimiento luminoso capaz de ofrecer una mejor posibilidad tanto para los Estados Unidos como para el resto del mundo.