Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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La guerra a muerte entre Israel y el grupo armado Hamás en la Franja de Gaza es una locura que hay que detener. Para ello, de momento me parece inútil la búsqueda de responsables porque no contribuiría al diálogo que daría pausa a la carnicería entre ambos. En su lugar, lo oportuno sería tranquilizar a las partes mediante la búsqueda de opciones que apacigüen para evitar el continuo derramamiento de sangre que amenaza con extenderse a la región.

Nada sucederá, sin embargo, si las naciones (fundamentalmente los Estados Unidos y Europa) se convierten en testigos pasivos que participan como espectadores desde la retórica vacía. Lo urgente es, al tiempo de insistir en la narrativa de paz, incidir para que los actores israelíes y los provocadores árabes de Hamás depongan las armas para la búsqueda de una salida negociada.

Es evidente que no es tarea fácil por la envergadura de los hechos que derivaron el estado de enfrentamiento, pero es la única posibilidad para evitar más muertes de inocentes en ambos lugares de la frontera. Ninguno de los civiles se merece el trato despiadado que hasta ahora han recibido a causa de las iniciativas bélicas que amenaza también la paz mundial.

Israel tiene una responsabilidad particular por la superioridad de su capacidad armamentística. Si bien el argumento de autodefensa justificaría muchos de sus ataques, debe también moderarse para no cometer atrocidades de las que podría arrepentirse al violentar indiscriminadamente a la población. Al mismo tiempo, debe considerar que actos similares al genocidio dificultaría a futuro las condiciones de diálogo necesarios para la convivencia en la región.

Ya sé que lo que tiene entre manos el Estado israelí es delicado, pero es lo exigible desde fuera, según los requerimientos que salvaguarden la seguridad y la dignidad de las comunidades afectadas. Por eso insisto en que el llamado a la sensatez exige dosis de virtud en horas en que la sensibilidad está herida por hechos concretos cometidos por agentes del terror.

La izquierda y la derecha globalizadas tienen que estar atentas en refrenar su apetito malsano mediante una crítica que aticen los hechos. Las voces honestas deben concentrarse, reitero, en el restablecimiento del diálogo político en favor de una tregua que dé salida a la situación traumatizante que viven las poblaciones que sufren las consecuencias de la guerra. 

Mientras eso sucede, el concierto de naciones debe contribuir con planteamientos que ayuden a superar las iniciativas desgastadas. Reimaginar los proyectos de convivencia desde fórmulas políticas que contribuyan al desarrollo de ambos grupos. Tomar conciencia de las exigencias que tanto los israelíes como los ciudadanos gazatíes exigen como derecho a vivir en paz.

Hacer lo contrario solo es afirmar la lógica de la imposición como recurso fundado en la insensatez. Queda por ello, el llamado a la discusión política que aproveche una paz duradera, esa impulsada por espíritus lúcidos y comprometidos con lo humano. La narrativa civilizada que demuestre el tránsito a un espíritu digno del grado de superioridad filosófica y científica de nuestros tiempos.

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