Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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La incomprensión del presidente Giammattei en su lectura de la situación nacional no está relacionada con el entendimiento. No le faltan luces interpretativas. Diría más bien todo lo contrario, es un erudito profundo de la problemática nacional. Lo suyo más bien se vincula con el miedo, y más allá de ello, con la angustia de ignorar lo que le sucedería si llega a gobernar Bernardo Arévalo.

Es el mismo pavor que sufre la fiscal, Consuelo Porras, junto a Rafael Curruchiche y otros a su alrededor. La ausencia del sueño y las pesadillas sudorosas al despertar tienen que Rafael Curruchiche aquejar su estado de salud mental. Y ya es evidente, basta ver a la jefa del Ministerio Público en su última aparición para detectar signos de perturbación psicológica y cansancio. Aquejamiento que tiene que ver también con ese tribunal de conciencia que le reclama sus vicios, perversiones y maldad.

No queda sino suponer lo que ocultan, aunque tampoco exige tanta sagacidad. La prensa ha dejado en evidencia los residuos metabólicos que excretan con desparpajo, sin vergüenza y a plena luz del día. El vicio acumulado los ha convertido en esos personajes degenerados que la literatura cree inventar como sujetos de ficción. En nuestro país son de verdad, de carne y hueso. 

Al margen de ellos, cuesta más trabajo entender a varios de los agremiados del sector privado. Parecen tan pulcros y educados, dignos y razonables, que confunden. Y no solo a mí, sino hasta a rectores de universidades y guías religiosos que no dudan en sentarse con ellos para departir y beber vino. Parecen civilizados, pero son tan siniestros como los primeros. 

Así, con el plus que da el disimulo y la inmoralidad de la avidez escondida, los chicos del sector privado muestran una degeneración fortalecida con los años. Lo suyo es acumulación de desprecio por las mayorías a quienes tratan con actitud patronal. Continúan creyéndose poseedores de la verdad, pontificada frente al populacho que subestiman. Para ellos la masa es ese conglomerado de ignorantes, entendidos solo desde la manipulación de una izquierda come niños y llena de homosexuales a los que hay que medicar.

Muchos de ellos han buscado patrocinio en la religión. Con malevolencia sedujeron a curas y se apropiaron de la doctrina que aderezaron para sus fines. Compraron conciencias. Traicionados, según ellos, por la iglesia popular, han apostado recientemente por el protestantismo (el pastor Sergio Enríquez y Carlos Luna son una muestra de esto). Ahora se sienten más cómodos en grupos que valoran la riqueza y apuestan por el consumo. Una iglesia que no juzga a los ricos y rechaza a la pobreza y a los pobres por su falta de éxito.

Llegado aquí parece evidente que ambos grupos son semejantes. Al parecer ha sido la confluencia de intereses desde conductas sin escrúpulos la que los ha unido. Todo a partir del engaño para basar la fortuna de sus empresas en la apropiación indebida del capital del Estado. Coincidiendo en el ninguneo a la gente, abrazados a ideologías que afirman con mentiras: la protección de la vida, la familia y los valores tradicionales.

Todo por el poder envilecedor del dinero. ¡Parece mentira!

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