Eduardo Blandón
A casi un año del conflicto entre Rusia y Ucrania la situación, aunque contenida, persiste sin que haya signos de común acuerdo. Es verdad que las guerras han sido la constante en la historia de la humanidad, sin embargo, enfrentamientos como este son cada vez más peligrosos por el avance de la tecnología y el consiguiente desarrollo de las armas.
Y sí, el escenario más dañino lo constituyen las muertes humanas, la de los inocentes y la de los protagonistas en los campos de guerra. Por ello, el llamado al diálogo que pacifique a los contendientes es un imperativo en el que los políticos con más influencia deben saber promover. Se trataría de encontrar vías que establezcan condiciones para el cese del fuego y evitar así la violencia que amenaza por extenderse a otros países.
Porque es obvio que Europa y el mundo entero se halla al borde de una conflagración que comprometería irremediablemente la vida de todos. Esta posibilidad es real como también la suerte contraria que haga privar la razón como mecanismo civilizado de concertación. Continuar con la guerra es también inútil por sus efectos devastadores y la falta de un auténtico vencedor.
Otro ingrediente en el que hay que insistir es el de la crisis económica que amenaza la estabilidad de los pueblos. El conflicto compromete la seguridad alimentaria y más allá de ello la oportunidad de proyectos futuros. De ese modo, el daño derivado de las bombas toca a la vez el sueño de una humanidad que aspira a la felicidad basada en la generación de recursos que la realicen.
Ello demuestra que no podemos ser observadores pasivos en un drama juzgado erróneamente lejano. Primero, desde una empatía que nos haga sensibles a la tragedia. Luego, afirmando una actitud crítica que condene la violencia como discurso normalizador en la solución de problemas. Finalmente, asumiendo la denuncia para que nuestros políticos operen desde sus propios puestos.
Efectivamente, los actores de gobierno deben ser prudentes en el manejo de la política pública. Anticiparse a los escenarios económicos indeseados con actos de protección a las finanzas familiares. Les corresponde favorecer a los más vulnerables a través de garantías mínimas para evitar el subdesarrollo (más aún) frente al contexto actual.
Queda claro que mientras más se posterguen los acuerdos de paz, la integridad de los pueblos es solo una ilusión. Ya deberíamos haberlo aprendido, sin embargo, nos traicionan los instintos, las fuerzas destructivas que no hemos aprendido a gobernar y que conspiran contra nosotros mismos. Quizá sea ahora el momento decisivo para emprender un nuevo proyecto personal.