Eduardo Blandón
Lo que nos ocurre en Guatemala quizá suceda en otros lugares del mundo, no debemos sentirnos originales. La cuestión es la importancia que le damos a los acontecimientos en virtud de lo que nos afecta, derivado del sentimiento experimentado por los lazos y las raíces que hemos cimentado. Por ello, siempre habrá novedad en la reflexión que ilumine lo que nos pasa.
El drama, por ejemplo, de la lógica asumida que privilegia el propio bienestar a costa de los otros. Resulta obvio que excluimos el interés particular de las utilidades personales como resultado de las ganancias honestas. Es inútil insistir en que este tipo de conductas se justifican al ser expresión de las aspiraciones personales que busca la realización desde el trabajo justo y sacrificado. Me refiero más bien a la avidez del pícaro que labra su futuro por medio de la trampa.
Intento decir que parte de lo que nos condena como sociedad se debe a ese prurito de ganancia fundada desde la inmoralidad. La idea quizá de que la riqueza sea indicadora de éxito, prueba de listura o tal vez de un tipo de inteligencia superior que nos reputa frente a los demás. Y, claro, no queremos pasar por la vida como uno más, necesitamos hacer la diferencia. Ello justificaría las maniobras mendaces, el timo, la fanfarronería o cualquier tipo de acción que me lleve a la acumulación de capital.
No es el dinero por el dinero (que también tiene su atractivo), sino lo que simboliza, las promesas de distinción y autoafirmación urgida. Eso nos convierte en víctimas no solo de la narrativa consumista, sino del reconocimiento exigido por nuestra propia psique. Así, las acciones serían las manifestaciones vulgares, rudimentarias y fáciles de quienes buscan en la riqueza su propia justificación personal.
Quiero decir que la dificultad que priva en nuestro país: la falta de oportunidades, la extensión de la pobreza, los problemas de educación y las escasas opciones laborales, entre otras, sientan las bases (más allá de las condiciones internacionales que por supuesto son importantes y cuentan) en el egoísmo acendrado de una comunidad con una perspectiva ética particular.
Renunciemos a las generalizaciones, por injustas y falaces, pero reconozcamos también la patencia de una inclinación enfermiza de muchos actores públicos que viven del atraco del erario nacional. Esos latrocinios palmarios que escamotean el Ministerio Público y otras instituciones del Estado comprometidos con el robo desvergonzado a plena luz del día.
Se impone, en consecuencia, el cambio de mentalidad, la transformación que permita la asunción de funcionarios que estimen los valores de la comunidad. La fundación de instituciones que privilegie la justicia y repruebe la moral del dinero fácil. Para ello no bastan los discursos, sino la voluntad noble de caballeros persuadidos en convicciones superiores.