Eduardo Blandón
No tengo duda de que nuestra vida es un folletón urdido según nuestra sensibilidad estética o quizá solo condicionada por ella. Lo que procesamos a diario nos lo contamos con palabras suaves tratando de encajar nuestras malas experiencias. En cumplimiento de la tarea, unas veces somos protagonistas y otras solo actores secundarios. El guion es nuestro.
Somos los creadores artísticos del drama en el que nos transformamos, conforme conveniencia, en héroes, malvados o príncipes. El carácter de cada uno y la disposición de ánimo tienen que ver con su resultado. Los hay muy inclinados a la tragedia, a la sensiblería rosa y hasta al género conspirativo. La imaginación no tiene límites.
Mucho depende del ingenio. El vulgar requerirá eventualmente de apoyos: un amigo, un familiar o quizá un psicólogo. Ellos podrían suministrar marcos interpretativos para ver de nuevas formas lo acaecido. Si son buenos, los coautores son fundamentales para superar la adversidad y eufemizar el dolor.
El punto es que vivimos en mundos paralelos. En primer lugar está la realidad, eso que nos pasa derivado de los accidentes de la vida, el contexto o el medio. Luego se presenta lo que nos figuramos y asumimos simbólicamente. A diario nos toca trabajar con ese material para producir textos decorosos, a la medida tanto de nuestro gusto como de la necesidad de sobrevivencia.
Vivir es relatar, construir historias, justificarnos. Adecuar la realidad a través de matices que nos permitan la victoria. El imperativo es salir indemnes en un mundo estructurado para infligirnos sufrimientos. Para ello, nada mejor que la imaginación que dispone para la ficción. El acto performativo ordenado con fines salvíficos.
La hermenéutica es lo nuestro. Resignificar sin falsear la existencia. Sin autoengaños ni traiciones. Evitando la apología narcisista que nos sitúe arrogantes en lo arbitrario. Reconstruirnos desde valores mínimos que favorezcan la felicidad. Ese estado en el que caben los otros como personajes no de folletón, sino como actores primarios dispuestos para un clásico. Vale la pena abrirnos con bondad a esas posibilidades narrativas.