Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Muchos hablan del efecto de la pandemia sobre la educación de los jóvenes.  Que si el retraso en las materias, que si las fallas por incumplimiento del programa, que si la falta de talento de los profesores que improvisan…  Todo ha girado principalmente entorno a los contenidos. ¡Quién diría que prevalecería el intelectualismo en nuestra rancia sociedad!

Así es, somos herederos de una cultura que no solo encumbra el saber, sino también los resultados tangibles como resabio de la lógica industrial.  Interesa el producto, el perno o el tornillo artesanal extraído de las ideas.  Lo demás es poesía, abstracción o ensayo ideológico pernicioso e inútil.

Lo fundamental, dice la pedagogía reciente, consiste en alcanzar “las competencias”.  Para ello, el acto docente concentrado en la mensura, el resultado y la praxis, se ve obligado a capitular en el cultivo del “Esprit de finesse” que quizá considere un lujo, un desperdicio o hasta un afeminamiento contraproducente.

Es la llanura la que inspira la crítica pedagógica que invisibiliza el daño de la pandemia en la educación.  Como si la tragedia se redujera solo a la escasa memorización de saberes, la resolución de problemas matemáticos o la comprensión limitada de la biología o la química.  Es eso y más.

La catástrofe consiste en la irrelevancia de lo humano sobre el carácter de las generaciones afectadas.  Es la atrofia que comprometerá, más que la incompetencia en el uso de las máquinas y los cálculos, la estructura que conforma la vida.  Con ello, la sociedad, condenada a la barbarie, queda incapacitada para lo que juzgará (en su miope comprensión de la realidad) como refinamientos más bien románticos.

Ese vacío del espíritu, que progresivamente verificamos, se incrementará si no exponemos a los jóvenes a la reflexión crítica, el diálogo y la discusión. Esas “competencias” toman tiempo, requieren lectura, trabajo en equipo y la guía de profesores hechos de un material superior.  Es un proceso que se gesta gradualmente en condiciones de libertad, apertura y a contracorriente.

El sistema evita ese Élan vital porque a la larga lo compromete. Sin estética, apuesta por lo irracional, convirtiéndose en una máquina generadora de muerte. Frente a ello es que debe recuperarse lo humano y esa es la tarea a la que debemos apostar. Quizá aún tengamos tiempo. Debemos insistir en esa esperanza.

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