Eduardo Blandón
Siempre me han intrigado las personas que recurren a los adivinos para la solución de sus problemas, más aún cuando muchos de ellos son parroquianos y practicantes de la fe católica que no experimentan contradicción en su conducta. Es curioso por el atavismo que representa en una cultura que se jacta de lo racional y exige la precisión científica cuando se refiere a otras esferas de la vida.
Personalmente he estado cerca de muchos devotos. Recuerdo que mi primera experiencia fue en mi adolescencia. Mi tía me contó que fui yo quien la intervine en una operación inexplicable que le devolvió la salud. La bruja le dijo que gracias a mi participación, que la hermana de mi padre creía a pie juntillas, su misteriosa enfermedad fue curada. Hasta hoy no tengo mayores noticias del hecho ni jamás fue motivo de conversación familiar.
Lo que sí puedo atestiguar es mi mano milagrosa en virtud de la nonagenaria vida que hasta hoy disfruta mi tía. La brujería casi es un legado familiar. Mi hermana, por ejemplo, es parroquiana frecuente de Diriomo. No necesita de profesionales consejeros ni profilácticos que le devuelvan la salud porque siempre hay un curandero oportuno dispuesto, a bajo precio, a orientarla y sanarla.
Yo mismo le he dicho que me lleve porque quiero conocer mi futuro para evitar errores y preparar mi suerte, sin embargo ha sido imposible. Y ya es habitual cuando salgo del país practicar lo que parece contradictorio: visitar iglesias y buscar quien me lea las cartas. No he podido o quizá querido en un itinerario que justifico, según el autoengaño, como experiencia de indagación antropológica.
En efecto, los adivinadores se oponen al despectivo calificativo de “brujos”. Así lo dijo Andrea Peña Aguirre en un artículo que publicó “El Nuevo Diario” de Nicaragua: “No soy bruja, ni nada por el estilo, soy curandera y guía espiritual”. Advierte, como se puede ver, que el uso de velas, imágenes de santos (la mayoría del Divino Niño) y ambiente esotérico, no debe confundir.
Incluso se trata, al parecer o según lo desean mostrar, de prácticas benevolentes para ayudar al prójimo. De ahí las largas colas de pacientes, los que sufren dolencias, los que penan por un amor perdido y desean recuperar, los que buscan conocer la identidad de un delincuente u otros casos de interés. El menú es extenso y variado, hay toda clase de posibilidades.
El artículo mencionado, por ejemplo, refiere un extraño caso de embarazo sanado. El texto dice así:
“Mis suegros me llevaron donde ese curandero, y me dijo que estaba embarazada y que tenía un aire colocado y por eso la criatura no desarrollaba. Me pusieron en tratamiento, me sacaron un entierro y ya quedé buena”.
No sé usted, pero yo tengo una atracción irrefrenable por ese mundo mágico. Después de todo, igual invertí buenos años de mi vida en el estudio de esa ciencia oculta llena de milagros y relatos fantásticos fundados en la biblia. Ese libro en el que las serpientes hablan, llueve fuego y resucitan los muertos. Es un universo semejante, ¿no?