Eduardo Blandón
Cada vez se hace sentir más la crisis generalizada de la pandemia. Desde el inicio del drama, hace ya casi año y medio, pensé que la economía no resistiría mucho si se cerraba el país, pero pude ver la resiliencia y aunque muchos negocios se vinieron al suelo, algunos han podido recuperarse. Sin embargo, mi apreciación optimista ahora contrasta con los datos.
Más aún, no es solo caso de números, la situación se experimenta a flor de piel. Un caso ejemplar es el que corresponde a la inscripción en los colegios y universidades. Las estadísticas indican, y yo mismo lo he visto donde trabajo, que la matriculación ha disminuido y aumentado el número de estudiantes que dejan a medio semestre los estudios. Un hecho lamentable que, más allá de lo cuantitativo, lastima a alumnos de calidad que tienen que abandonar las aulas.
Es patético ver a buenos estudiantes que, al no poder pagar las cuotas, tienen que renunciar a su proyecto formativo para satisfacer quizá situaciones de mayor urgencia familiar. Esto sin duda, además de la frustración personal que significa, afectará socialmente al país que postergará la preparación de sus profesionales y establecerá un nivel cultural-intelectual que impactará en la excelencia general.
Parecido discurso debe hacerse del desempleo, el subempleo y la precariedad laboral. La falta de oportunidades se puede ver en la calle, en los relatos escuchados por todas partes y en los rostros de angustia de muchos padres de familia. Ya no se trata solo de la tragedia personal de quien se queda en casa sin saber qué hacer, abandonado a su suerte, sino de la condena que se percibe afecta al núcleo familiar. El gobierno no está a la altura de las circunstancias.
El Estado disfuncional carece de políticas públicas digna de un modelo que subsidie. Es más, a la ineficiencia del gobierno debe agregársele la rémora del hampa que expolia los recursos de la nación. Porque, ya lo sabemos, la mayoría de los políticos del país al no tener vocación de servicio ni sensibilidad humana, se enfocan únicamente en delinquir para enriquecerse a cualquier costo.
Era y sigue siendo imposible salir indemne de una crisis como la del Covid-19. Infortunadamente tenemos que superar el gobierno del infame (sí, hablamos de Giammattei), la corruptela que nos gobierna y un “plusito” más, el sistema represivo y criminal dirigido, según revela la opinión pública y la prensa, desde el Ministerio de Gobernación.
Es obligado referirnos a la crisis, pero más aún, criticar el contexto que nos tiene postrados para buscar juntos vías de cambio. Tenemos suficiente con los desahogos y terapias de quejas, hay que actuar para desenredar la soga que nos aprieta el cuello. Luego de ello, hacer justicia, poner tras las rejas a los malandrines, mientras operamos las oportunidades para recuperar el rostro humano de los excluidos de la sociedad. Menuda tarea tenemos por delante.