Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Es inevitable que el tiempo se escurra de nuestras manos. No lo podemos evitar. Vivimos en clave de drenaje constante sin que a veces lo apercibamos. El drama alcanza su esplendor cuando lo gastamos descuidadamente, sin enterarnos que dejamos la vida en ocupaciones a veces sin propósito o quizá con uno solo: ocuparlo para no sucumbir en el aburrimiento que supone vivir conscientemente.

Pienso ahora en la cantidad de momentos despilfarrados en las redes sociales, en las series de Netflix, en las horas de sueño y en los juegos en la red. “Tempus fugit”, la vida se esfuma inconscientemente, ocupados, distraídos, quizá huyendo de algo (o de alguien) con la esperanza de una vida con mejores resultados.

Probablemente quienes más sucumben en el drama sean los jóvenes, no porque sean peores que los adultos, sino por cierta ilusión de eternidad. En ese período hay convicción de infinitud e invulnerabilidad, la idea de que lo añejo no les afectará pronto. A lo sumo es solo una idea abstracta que no les afecta por el sentimiento vital que gobierna esa etapa. Son omnipotentes –o así lo imaginan–.

A los adultos no nos va mejor. Aún cuando reconocemos lo efímero, no solo como concepto, sino como realidad sentida (a diario somos conscientes de la decadencia que encarnamos), carecemos de la voluntad necesaria para determinarnos por lo que tiene valor. Así, la exquisitez en el uso del tiempo tampoco es una característica que nos distinga demasiado.

¿A qué podemos atribuir este despilfarro vital del tiempo? Podemos hacer nuestras apuestas y teorizar. Quizá obedezca a nuestra naturaleza caída, la propensión al extravío, al error, la maldad o como dicen los teólogos, al misterio de la iniquidad. Otra hipótesis corresponde asignar en las personas una ludopatía congénita. La inclinación al juego, la juerga y los bacanales. En todo ello subyace la conciencia de que somos sujetos fallidos y, en consecuencia, con tendencia hacia la estupidez.

El buen Pascal era probablemente más indulgente con los que juzgaba, sin embargo, “le plus faible de la nature; mais c’est un roseau pensant”, una caña pensante. Opinaba que las bagatelas en las que se ocupaban los hombres era el resultado de una huida. Es decir, matar el tiempo para no pensar en la propia suerte, precisamente en eso que pueda provocarle desasosiego, el pensamiento de la muerte, el sufrimiento, el sentido de la vida, el mal en el mundo, etc.

Como sea, es evidente que escamoteamos las horas utilizándolas de la peor manera. Ya sea trabajando febrilmente, jugando o navegando en las redes, nos comportamos como mercenarios del tiempo. Vamos en automático porque lo importante es “fluir” (palabreja muy de moda en nuestros días) evitando la mala vibra, la decrepitud y la conciencia del fin. Queremos que la muerte nos aparezca de pronto y ¡zas! salir del escenario indoloramente. Eso parece lo más sabio concebido y de hecho así vivimos en general.

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