Dr. Edwin Asturias Barnoya

La pandemia de COVID-19 hizo evidente dos realidades clave que requieren trato inmediato. La más compleja, un Sistema de Salud Pública desordenado, retrasado y que con escaso presupuesto trata más de reparar la salud de los guatemaltecos que prevenirla y mantenerla vibrante. Lo segundo, la falta de recurso humano en salud. En el último estimado para Guatemala, se cuenta con 1.1 médicos por cada 100,000 habitantes –dos de cada tres ubicados en el Departamento de Guatemala–. Eso es la mitad de la proporción de médicos que tiene Brasil o México. Sin una política nacional de recurso humano en salud, este crónico déficit será difícil de cambiar en la próxima década dado que demora por lo menos seis años formarlos.

  Para agregarle sal a la herida, de las cinco Escuelas de Medicina listadas en el Directorio Mundial (San Carlos, Francisco Marroquín, Mariano Gálvez, Mesoamericana y Rafael Landívar) ninguna está acreditada a nivel internacional. En 2010, la Comisión de Educación para los Graduados Médicos Extranjeros (ECFMG en inglés) estableció el requisito de acreditación para estimular los esfuerzos de referendo internacional y mejorar la calidad de la educación médica en todo el mundo. La certificación ECFMG es un requerimiento para que los médicos extranjeros puedan optar al entrenamiento y práctica médica de posgrado en los Estados Unidos y Canadá. La fecha límite para que las Escuelas Medicas fueran acreditadas se fijó en 2023, pero ha sido prorrogado para 2024 dado el impacto por la pandemia del virus SARS-CoV-2. Lo que esto significa es que, a partir del 2025, ningún médico graduado de una universidad no certificada, podrá aplicar a programas de especialidades médicas en Norteamérica.

Varias de las universidades en Guatemala han iniciado ya un proceso interno de revisión de sus políticas, estructura, reglamentos, y currículo para poder acceder a ser acreditadas, pero la mayoría están en peligro que, pasados los próximos dos años, sus médicos graduados no puedan acceder más a ser entrenados en países donde la medicina está más avanzada. México, Panamá y Costa Rica tienen ya reconocidas a la mayoría de sus Escuelas de Medicina.  La Federación Mundial para la Educación Médica (WFME) tiene un programa que reconoce las Agencias de Acreditación y hay por lo menos 15 instituciones que ofrecen esta certificación en América Latina. Una revisión rápida de ellas muestra que, al parecer, ninguna de las Escuelas de Medicina de Guatemala registra como iniciado su proceso de acreditación. Como ejemplo, la Universidad Francisco Marroquín que se supone está buscando ser certificada por el Consejo Mexicano para la Acreditación de la Educación Médica (COMAEM) no aparece listada, contrastando con la Universidad de Ciencias Médicas de Costa Rica que está activa hasta el 2024.

Hay una razón clave por la que Estados Unidos y Canadá estén requiriendo esta acreditación: hay una relación directa entre que una escuela formadora de médicos esté certificada internacionalmente y los resultados educativos de los médicos que gradúa.  En un estudio de 318 escuelas de medicina de 81 países y casi cien mil aspirantes al examen de certificación ECFMG, la antigüedad en años de acreditación de la escuela de medicina se asoció con tasas de puntaje más altas de sus graduandos. Otro estudio de 1,200 graduados de medicina de México, mostró que la acreditación de las Escuelas de Medicina resultó en un 15% de mejoramiento en el puntaje de los exámenes de aplicación para entrar a los programas de especialidad en Estados Unidos.  El proceso de acreditación es un largo camino que pasa por establecer estándares de planificación y organización educativa, integridad académica, procesos de aprendizaje modernos con una malla curricular que incluya la evaluación de competencias, y la preparación docente y la activa participación de estudiantes en el proceso educativo médico. Hasta ahora, posiblemente ninguna de las escuelas de medicina en Guatemala ha conducido un proceso tan serio de autoevaluación en los últimos 10 años.  El tiempo se les acaba, y en menos de 2 años la mayoría de los médicos recién graduados en Guatemala estarán en peligro de no poder optar al entrenamiento de especialidades en Norteamérica. Un golpe inexcusable para la ya maltrecha calidad educativa que forma el recurso humano en salud de una nación que tanto lo necesita. En palabras del científico y estadista Benjamín Franklin, “el que falla en prepararse, se prepara para fallar”.

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