“La historia suele repetirse dos veces: la primera como tragedia, la segunda como comedia”.
Karl Marx cita a F. Hegel en El 18 Brumario de Louis Bonaparte
En la teoría política se ha utilizado la fecha 18 de Brumario como sinónimo de golpe de Estado, derivado del golpe dirigido por Napoleón Bonaparte, que derrocó al Directorio y lo sustituyó por el Consulado francés. La fecha se corresponde con el 9 de noviembre de 1799.
En general, los golpes de timón en el Estado son producidos por una crisis de conducción de las clases dominantes. En palabras de Gramsci, cuando las clases dominantes dejan de ser dirigentes, se produce una ruptura que permite el espacio para que emerjan fuerzas de cambio, bien sean revolucionarias, reformistas o regresivas.
Guatemala es un país sometido a crisis cíclicas, producto de su debilidad institucional y de una élite dominante, que ha dejado largos vacíos de poder en los que no ha sabido asumir su rol histórico de conformar un Estado capitalista moderno y funcional. Después de la Independencia, que la élite criolla prefirió declarar, antes que fuera el mismo pueblo quien lo hiciera, “lo cual hubiese sido terrible”, se entregó al imperio de Iturbide, hizo lo propio con EE. UU. al entregarles banano, ferrocarril, y energía eléctrica a principios de 1900. Después de la década de los gobiernos de la Revolución, buscó nuevamente a la América Indispensable para que sacara a los “comunistas”. A partir de ahí, la élite manejó una coadministración del país, a través de generales y políticos que funcionaban como gerentes, garantes o cancerveros del régimen, recurriendo al fraude y a los golpes militares para subsanar los traspiés de la política.
De los movimientos y liderazgos sociales, se encargaba la Judicial, la G2, el Jaguar Justiciero y la Panel Blanca.
Ya en la era democrática, el control político vino por medio del financiamiento electoral y el control de la TV abierta, aunque el EMP y la G2 siguieron operando.
En la actualidad, asistimos a una nueva crisis de conducción del Estado. Las clases dominantes, producto del trauma producido por la CICIG, desertaron de su rol dirigente. Desistieron de presentar un proyecto político propio y entregaron a subalternos la franquicia de la visión empresarial en el Estado. Todo un despropósito histórico. Al carecer de proyecto político, se entregaron a los brazos de Giammattei y su Pacto, quien les prometió protección y, al mejor estilo de Iturbide, terminó por cercenarles parcelas de poder y territorio. El resultado de esta crisis es que el sector privado perdió su identidad y se encuentra en sus niveles más bajos de legitimidad.
Este trauma político, producido por la CICIG a la élite dominante, permitió a Giammattei una acumulación de poder sin precedentes en la era democrática que, a su vez, le hizo pensar que existían condiciones para dar un golpe de Estado, ante la sorpresa que el triunfo de Bernardo Arévalo produjo. A la fecha, las acciones golpistas continúan en marcha, aunque sus perspectivas de éxito sean casi nulas.
Las contradicciones internas del Pacto, la falta de tiempo para la ejecución, la presión de Estados Unidos, el rol histórico de los 48 cantones, alcaldías indígenas y movimientos urbanos; y, sobre todo, la ejecución y puesta en escena terminaron por ahogar los delirios golpistas de Giammattei y dejaron, nuevamente descolocada a la élite económica.
La investidura de Bernardo se da como un hecho y le corresponde ahora alzarse por encima de la coyuntura, evitando caer en la polarización y la vuelta del péndulo.
El primer escenario de Bernardo es ser presa de la coyuntura y dejarse llevar por los aplausos de la clientela más radical que pide un nuevo macartismo. En este escenario, el tiempo lo consumirá y no le permitirá establecer acuerdos con otros sectores de la población, facilitando la tarea de sabotaje de un Pacto herido, pero aun con esferas de poder, parapetado en el Congreso y demás instituciones de justicia.
Un segundo escenario, es plantear un reformismo que incorpore las demandas de los pueblos indígenas y sectores populares y que le permita a la élite empresarial reconfigurarse y recuperar su legitimidad bajo nuevas reglas del juego. Un nuevo acuerdo de país que permita reformas en puntos neurálgicos como la justicia, la competitividad del país (mercado e infraestructura) y recuperar la capacidad fiscal del Estado. Adicionalmente, un paquete de reformas que permitan sanear el sistema político y separarlo del financiamiento del narco y los contratistas. El resultado deseado es un Estado constitucional de derecho, con autonomía del poder económico y poderes fácticos, con un capitalismo abierto y competitivo. Paradógicamente, toda una agenda de derecha liberal para un presidente socialdemócrata.
Escribía Marx en su cita que la historia suele repetirse dos veces: la primera como tragedia, la segunda como comedia. En nuestro caso, tuvimos primero la comedia y luego vino la tragedia. Es una aspiración colectiva librarnos de ambas.